No, no. No podía caer tan bajo, no podía dejarse llevar por esto, tenía, de alguna manera, que vencer en esta situación.

Pero estaba temblando, con las piernas muy apretadas, y sintiendo cómo su cuerpo pedía satisfacción de la manera que fuera posible. Tan horrible era, que cualquier objeto dentro de ese baño estaba convirtiéndose en un potencial consolador.

Maldita sea. No.

Afuera había alguien que con gusto la consolaría.

No, no. No lo conocía de nada. Podía ser un asqueroso, del tipo de hombre que más odiaba. De ninguna manera entregaría su cuerpo por una razón así.

Pero si llevaba el antifaz, él nunca sabría quién era ella, pensó con esperanza. Y aunque luego preguntara, todos le darían el nombre que se había inventado para entrar aquí, Chiara.

Cerró sus ojos y tensó de nuevo su cuerpo al sentir una nueva oleada de dolor recorrerla desde los pies hasta la piel del rostro. El agua templada no hacía nada para calmarla.

Tenía reglas en lo que al sexo concernía, y eran: nunca con un desconocido, nunca ebria, al menos que fuera tu prometido o esposo, y siempre por amor. Hablando con la verdad, algunas de esas reglas las había roto en varias ocasiones, pero nunca la primera. Hasta ahora, nunca se había metido a una cama con alguien a quien no conociera, o que sólo hubiese visto una vez.

¿Tan malo sería?, pensó desesperada. Necesitaba ayuda, y él estaba igual o peor. ¿Qué tan malo podría ser?

Lágrimas rodaron por sus mejillas, mezclándose con el agua que seguía corriendo, pero no estaba segura si eran lágrimas de dolor o desesperación. Se había prometido no volver a llorar por otro, pero es que ahora tenía muchas ganas de llorar por sí misma. Había caído en una miserable y estúpida trampa, y aquí estaba, a punto de entregar su dignidad para pasar del dolor.

Salió de la ducha chorreando agua, e ignorando la toalla que colgaba de un gancho, empezó a revisar los cajones de este baño. Era el baño de un hombre, por eso no fue difícil conseguirlo... preservativos.

—¿Qué edad tienes? —preguntó en inglés. Era obvio que no se trataba de un menor de edad, pero necesitaba hablar de cualquier cosa antes de pasar al siguiente estado.

—Veintinueve —contestó él. Iris asintió como si aprobara; era un año mayor que ella.

—¿Y dónde... vives?

—Por qué.

—Necesito... saber. Por favor... Yo...

—Dijiste que no querías escuchar mi voz.

—William Walton es tu nombre, ¿verdad? Lo dijiste antes.

—Así es.

—Pero hablas muy bien el italiano.

—Tengo familia aquí —contestó él.

Chiara frunció su ceño y su mirada se tropezó con su reflejo en el espejo.

A pesar de que siempre hacía sus números con un antifaz, tenía la orden de maquillarse, y ahora tenía el rímel y la sombra de ojos corrida. Estaba horrible, así que terminó de lavarse la cara, se secó con la toalla muy rápido, con aspereza, y volvió a ponerse el antifaz ocultando casi todas sus facciones. Las lentillas no se habían salido de su lugar, afortunadamente, así que sus ojos seguían pareciendo cafés.

—¿Puedo... confiar en ti?

—No lo sé. ¿Puedo yo confiar en ti?

—Tú no eres vulnerable, yo sí.

El mundo en tus besosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora