19. Edward

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Decir que Dominic estaba molesto era un eufemismo a como realmente se sentía. Había sido engañado y abandonado por una cara bonita. Joanne se había marchado después de haberle dado el mejor momento íntimo de su vida. Al parecer el único que sentía algo más que deseo era él.

Lo único que le daba tranquilidad era saber que Joanne se había ido únicamente con lo que había venido, en su despacho no hacía falta absolutamente nada importante. Todas las patentes y las fórmulas estaban tal como las había dejado la mañana de la traición.

Sacudió la cabeza apartando cualquier pensamiento, agarró los planos del motor enrollados que había recuperado de la mesa del vestíbulo. Esto es lo que me importa. Por eso estoy vivo. No más pensar en la bruja de ojos dorados que lo había abandonado unos días atrás.

Otra vez se había dejado embaucar por una cara bonita. Pero tal como lo había hecho la última vez olvidaría a la bruja, seguiría adelante con sus proyectos y todo estaría bien.

«Sigue diciéndote eso, gran tonto».

Estaba seguro de que Joanne había recuperado todos sus recuerdos después de su desmayo, pero ella decidió no esperar a que él volviera y contarle todo; a pesar. Lo que cuál confirmaba sus primeras sospechas, esto era peor de lo que se imaginaba, había sido enviada para hacerle daño.

  Agarró su abrigo molesto consigo mismo por ser tan crédulo y salió de la casa al trote.

  «Puedes correr, pero no puedes esconderte».

  Necesitaba estar en su fundición.

  Allí encontraría paz y claridad.

  Dominic no encontró paz y claridad al llegar. Encontró nubes ondulantes de humo acre y empezó a correr.

  Edward y la locomotora estaban parados en medio del patio. El humo salía del motor. Eso hasta cierto punto era normal.

  Pero... la caldera se estaba sobrecalentando. Y él podía verlo desde aquí. No debería ser ese color naranja brillante. Ese color señalaba una falla catastrófica de la caldera.

    —Edward   —gritó alarmado—.   Vuelve acá, ¡aléjate de ese lugar!

  El chico miró hacia arriba, vio el color de la caldera y echó a correr.

  La explosión sacudió las paredes y arrojó a todos al suelo, el sonido ensordecedor resonando en los tímpanos.

  La metralla de metal voló por todas partes. Edward había llegado a un lugar seguro, escondiéndose detrás de una pared de ladrillos.

Siempre probaban los motores en medio del patio precisamente por esta razón.

  Hasta aquí las calderas ligeras, pensó Dominic con amargura.

  Había estado tan seguro de que esta aguantaría.

  Ellos mismos habían fundido la caldera, derritiendo el hierro en el alto horno, y él les había pedido que agregaran un compuesto de refuerzo mientras estiraban el metal hasta que fuera tan delgado como fuera posible.

  Demasiado delgado, aparentemente.

  No había sido capaz de soportar la presión. Nunca convencerían a los bomberos de usar sus motores si la caldera explotaba en la cara de los mismos.

  Dominic se levantó con dificultad, debido a su rodilla mala.  

—¿Estás vivo, Edward?

  El chico apareció, tosiendo y sacudiendo la cabeza.

El Duque del EscándaloWhere stories live. Discover now