Entiérrame en aguas oscuras

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"¿Vas a quedarte esta noche?

No significa que vayamos a estar atados de por vida..."

Stay the Night — Hayley Williams



Llovía aquella madrugada, como si el mundo fuera a acabar. Regueros abundantes recorrían las veredas, llevándose con ellos cada pecado, cada palabra, cada recuerdo. Menos los suyos. De todas formas, él sonreía.

Sonreía porque ya no quedaba nada.

Sonreía porque el día no tardaría en llegar.

Sonreía porque al fin se libraría de ella.

¿Cuánto tiempo había transcurrido? Ya no se acordaba. La época de besos y suspiros robados ya había terminado. Ahora solo quedaban la desgracia y las tazas sucias de un desayuno interrumpido. Eso era todo, a eso se había reducido su idilio. A peleas, retazos, risas rotas y nerviosas. A polvo, a lágrimas, a olvido.

Y él... Él solo buscaba una escapatoria. Ella iba a acabar con su vida si se lo permitía, si dejaba que aquellos labios lo consumieran otra vez. Lo sabía, lo veía en sus ojos del color del ámbar, casi felinos. Ella ni siquiera era humana.

Era una bestia. Era un huracán. Era una tormenta, como la que se cernía sobre él. Detenido en un instante eterno, consiguió rejuntar los trozos en los que se había convertido su mente antes de tocar el picaporte, decidido a entregarse a la tarea que allí lo había traído. Sus dedos callosos se le antojaron extraños, deformes, y temblaron al aferrarse al metal.

Pero avanzó.

Los goznes de la puerta chirriaron al tiempo que una sonrisa se plantaba en su rostro. Había desarrollado el arte de fingir en su máxima expresión y contaba con años de experiencia. Años de entrar en un laberinto sin salida con tal de ser quien no era, con tal de perderse a sí mismo en una afortunada vuelta del destino. Pero su esencia era la misma y el revólver que cargaba consigo no hacía más que confirmarlo.

Estaba loco, hundido en un mar de aparente cordura que lo estaba ahogando poco a poco, quebrando sus cimientos, agolpándose en cada vena palpitante. Para él, esto era lo más normal del mundo. Este devenir de los acontecimientos le parecía lo más razonable y no le inquietaba más allá de esa algarabía que amenazaba con sacarle más que una simple sonrisa.

—Ma chérie. —Su voz corrió por la sala, ocultándose en cada rincón. Gotas se escurrían por su ropa, caían de su nariz torcida y se entrelazaban en un abrazo fugaz con el parquet.

Ella apareció vistiendo sus ropas de entre casa. Una falda lápiz de un tono mortuorio envolvía suavemente sus piernas, deteniéndose justo a la altura de sus rodillas. La tela de su camisa sobresalía por su cintura, arrugada. Era un atuendo apropiado para la ocasión, igual que la expresión que engalanaba su pálido rostro. ¿Qué hacía despierta a esas horas? El sol aún no se dignaba a dar señales de su existencia. Tampoco lo haría después, y a ella no le importaría.

Nunca lo había visto.

La noche era su ama y ella gustosamente se entregaba como esclava. Vivía entre sombras, persiguiendo pesadillas. De día se quedaba encerrada como una criaturilla débil y enfermiza, aterrada ante el mundo que la aguardaba allí afuera. A veces, cuando era lo suficientemente valiente, se asomaba por una de las ventanas de la planta baja. Descorría apenas la cortina y espiaba. Espiaba por minutos o por horas, quieta y en un silencio atronador. Sus ojos inusualmente vivaces lo abarcaban todo, tratando de adueñarse del horizonte.

Solo en días de tormenta se había atrevido a salir. Caminaba los pocos metros que la separaban de la ribera del río y se sentaba en el barro a contemplar el agua embravecida por las ráfagas y el propio aguacero. Se quedaba allí, sin nada que decir, observando la belleza salvaje del único lugar que ella conocía mientras que sus cabellos se entrelazaban con el viento. Y el viento no la dejaba partir.

Entiérrame en aguas oscuras (Siniestra oscuridad #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora