La Bestia en el Bosque: I

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O eso se decía.

«¿Y mañana qué? -pensó-. ¿Qué pasará al amanecer?». Qué haría cuando sus padres descubrieran que no estaba. Muy dentro, sino fuera por la incorrecto que sería, y porque podría meter en problemas a Brian, contaría todo.

Incluso recordó aquella escritura en la pared del sótano de su casa.

Recordó lo que decía:


«Una Dama fue la que danzó

Adónde no todos los niños pertenecen

Una Dama fue la que danzó

Adónde los destinos se cruzaron

Una Dama fue la que danzó

Adónde no toda vida se marchita

Una Dama fue la que murió

Adónde no todos los...»

Pero la inquietud lo distrajo de seguir pensándolo, y la verdad había olvidado el resto. Nervioso, quizá por la culpa. Tom se había esforzado y aun así se sentía como un bichorraro. Lo había planeado por más de dos meses y estaba seguro que podría salir al cumpleaños de su mejor amigo... pero cuando dijeron que no.

«Nunca permitiría que fueras a celebrar estas atrocidades», le dijo su madre, que viene de una larga Estirpe Católica. No consideraban que tuviese suficiente madurez.

No podría cuidarse por su cuenta; le habrían dicho.

A su madre le aterraba completamente la idea de permitirle ese tipo de cosas. Los padres de Brian en cambio lo dejaban todo el tiempo hacer lo que quisiera. Pero él no era Brian. Así que sino hubiera sido por el repentino funeral de su tío -hermano de su madre- quizá no habría podido irse.

Era como un monstruo sí pensaba aquello. Nadie lo creería de él.

Mientras pensaba todo esto el frío empezó a hacerse cada vez más presente, un manto fresco lo envolvió y se le congelaron las manos.

Cerró su abrigo y se cercioró de que estaba bien sellado.

Al resto, a los amigos de Brian, no parecía ni inmutarles el aire. Parecían no sentir nada. Sin embargo para él esa presencia se hallaba todo el tiempo.

Tommy alguna vez había leído que en la víspera de octubre comenzaba la época de la cosecha antes de la venida del invierno, y que ello significaba que venían tiempos oscuros.

En antiguas culturas auguraba, de alguna forma, una larga oscuridad. El Mal. Un instinto inconsciente de que todo moriría por la falta de alimento.

Estaba eso. Dentro, incómodo, como una idea que no era suya, surgió esa parte que leyó. Y el aire parecía decir con intensidad «¿Quién? ¿Quién...?». Sintió como si lo repitiera, una y otra vez.

Veinte minutos después el sendero de tierra se camufló. Significaba que estaban más próximos hacia donde se dirigían, cruzando por El Paso Lento.

Ese tramo era todavía más intenso y serpenteante, se sabía. Así que procuraron tener especial cuidado de tropezar los pies en agujeros, troncos, raíces, piedras o cualquier cosa en la que pudieran atascarse por accidente. No era buena idea perderse en la Altaforesta.

Jadeantes, decidieron sentarse a descansar al lado de un risco. Al tiempo, Tommy miró la Luna. Casi podía tocarla. Nunca la había visto así de llena. Ni tan grande ni tan brillante, que iluminaba su blanquecino rostro. Por los colores de los que la impregnaba el ambiente casi podía decir que era azul. Era como si fueran una gran manada de cinco lobos, rápidos, sigilosos y fugaces, aullándole a la Luna a orillas de un acantilado.

No Todos Los Muertos lo Están (O Deberían Estarlo) I ParteWhere stories live. Discover now