17. Entre barritas de mars y otros dramas

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Aquel fin de semana se avecinaba como uno de los mejores de mi vida:

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Aquel fin de semana se avecinaba como uno de los mejores de mi vida:

Heejin había propuesto ir al restaurante donde trabajaba Liam para verlo.

Liam me había mandando un mensaje de buenos días.

Mi padre y Anna se pasarían por el hotel para firmar el presupuesto, ya que entre semana su agenda no se lo permitía y por eso nos habían pedido ayuda a Alex y a mí.

Tendría tiempo para adelantar trabajos, lo que me vendría muy bien porque la universidad en Nueva York donde quería estudiar era bastante exigente.

Podría ver la nueva película de animación que Disney estrenaba.

Anna había comprado palomitas dulces de colores y refresco de cereza. Pensaba usarlo mientras veía la nueva película.

Todavía quedaban dos días para regresar a las clases.

Todo era fenomenal.

Todo, menos el terrible dolor que rompió mis entrañas a primera hora de la mañana del sábado y que me hizo despertar del agradable sueño. Corrí como loca al baño, porque no estaba muy segura de si tenía retortijones o de si alguien maligno quería matarme desde el interior de mi cuerpo.

Cuando me bajé los pantalones, supe que se trataba de una mezcla de ambos: la menstruación se había adelantado.

Mierda.

Joder.

¿Por qué?

Sería más feliz si viniera a visitarme una vez al año. O un día, durante unas horas, tipo "hola, todo sigue bien en tu cuerpo, no estás embarazada (aunque a aquellas alturas de mi vida solo sería del espíritu santo). Continua con tu inservible existencia".

Todos seríamos felices si eso sucediese.

Y... Joder, cómo dolía.

Sabía que eso no era normal. Aunque la sociedad nos había hecho creer que así era, no debíamos sufrir tanto con la regla. Sin embargo, cuando era más pequeña y mi madre me llevó al médico, éste me quiso recetar anticonceptivos. Ella se negó porque era muy joven y aseguró que había otras formas, como una mejor alimentación. Es cierto que a los meses de comer más sano tuve menos dolor, pero de vez en cuando continuaba con ataques repentinos como aquellos, donde pensaba que no podía ni caminar.

Tiré de la cisterna y apenas pude acercarme hasta el lavamanos para limpiarme. Cuando abrí el cajón donde estaban los tampones, casi lloro al ver que estaba total y completamente vacío, segundos después me dejé caer al el suelo.

—Ayuda... —susurré mientras un dolor agudo me perforaba.

Odiaba aquellos cólicos. Venían como pequeñas olas que se transformaban en mar tormentoso, y cuando no los pillabas a tiempo para tomar una pastilla y suavizarlos, te atravesaban como cuchillos. Dolían de una forma constante, pero había momentos donde el dolor se hacía más potente por segundos y solo deseabas que se pasara.

Un Perfecto DesastreWhere stories live. Discover now