Maldita mala (+18)

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—Dos —contestó, dándole otro beso.

Yeferson suspiró con dificultad. Ebria sí estaba, pero no lo suficiente para hacer algo de lo que pudiera arrepentirse luego.

—No puedes ignorarme frente a todos tus amigos y después pretender seducirme de esta manera, demonia.

—Creí que era víbora —ella alzó una ceja, bajando el cierre de su top escarlata.

—Venenosa, y maldita como una diabla también —juró Yeferson.

Débora imitó el siseo de una serpiente y empezó a reír cuando el moreno apretó los labios. Le costaba desabrocharse el sostén, así que Yefelson llevó ambas manos a su espalda y lo hizo por ella, liberando esas tetas que lo tenían enviciado.

—¿No dijiste que está mal seducirte después de lo que sucedió hace un rato?

—Sí, me indigna muchísimo. Te estoy odiando mucho en este momento, pero tengo tantas ganas de matarte como de ponerte en cuatro ahorita mismo y darte hasta que pidas que me detenga.

—Te quiero —masculló ella con ternura, mordiendo su labio inferior.

—Te amo, pero me estás haciendo perder el control, y me vas a joder demasiado si no terminas de quitarte la ropa.

Débora se inclinó hacia atrás para alcanzar su botella y echarse un buen trago antes de empezar a desabrochar los jeans de Yeferson.

—Se me ocurre algo mejor.

La castaña se puso de pie bajó los pantalones de Yeferson bajo su mirada inquisitiva, luego volvió a sentarse sobre él, comenzando a frotar sus entrepiernas mientras invadía su boca para arrebatarle el aliento, las ansias, la cordura.

Los jadeos de Débora fueron eclipsados por el beso que no daba permiso para las bocanadas de aire. Sentía el bulto cobrar fuerza bajo sus glúteos, y Yeferson gruñía por el mismo motivo.

Ella volvió a levantarse a pesar de que Yeferson apretaba su cintura para seguir besándola, le sacó el bóxer y se mordió el labio inferior por los pensamientos lascivos que le produjo ver su miembro erecto, a disposición de su placer.

—Siéntate, víbora —pidió Yeferson, pero ella negó lentamente, descendiendo hasta postrarse y quedar de rodillas entre sus piernas.

Él se echó hacia adelante para quedar sentado en la orilla y aferró sus dedos al nacimiento del cabello de Débora.

—Maldita mala —farfulló cuando ella apretó el falo con su mano e introdujo el glande en su boca con lentitud.

Empezó a masturbarlo en un vaivén delicado de su mano, lo lamía de la base hasta la punta, lubricándolo, con voracidad.

Ella se estremeció al ver cómo Yeferson cerraba los ojos, sintió vibrar su respiración, y no pudo sentirse más dichosa al notar cómo lo tenía disfrutando de una simple masturbación.

Débora bajó un poco más e introdujo los testículos en su boca, los chupó con pasión y luego los masajeó mientras ascendía para ensalivar el camino de ramificaciones venosas.

Yeferson le jaló el cabello sin delicadeza para apartarla cuando estuvo al borde del colapso sexual. Manipuló su cabeza y él mismo introdujo la punta dentro de su boca para luego empujarla y meterlo completo, profanando su diafragma, arrancándole un par de lágrimas por la invasión de semajante gama en su garganta.

Brutal.

Ella lo sacó y empezó a toser frenéticamente. Alcanzó la botella, se armó con un buen trago y prosiguió con su mamada trifásica. Continuó masturbándolo y saboreándolo, ahogándose al meterlo completo, parpadeando con su más hipócrita inocencia cuando chupaba solo la punta y así arrastraba a Yeferson al desquicio.

Él se tomaba el resto del ginebra mientras sentía su entorno dispersarse. Sentía que estaba ahí, entre cuatro paredes rayadas con marcador que constituían un baño público, pero cuando bajaba la mirada y se encontraba con esos ojos verdes viéndolo también, juraba estar en el paraíso, aunque fuese una diabla quien lo llevara.

Débora jalaba su polla más rápido conforme él alcanzaba el máximo clímax, lo lamía con tanta devoción que comenzaba a convencerse de que ese se había convertido en su manjar favorito, uno que su lengua querría probar constantemente hasta el imposible cansancio.

Yeferson era capaz de quedarse ahí el resto de la noche, pero su cuerpo tenía malditos límites que era incapaz de controlar. Sin embargo, trataría de prolongarlos.

Él volvió a jalarle el pelo, esta vez con tanta brusquedad que la hizo ponerse de pie. Miró con detenimiento sus rodillas enrojecidas, sus pezones perforados duros y su piel erizada. Le metió la lengua en la boca unos segundos antes de empujarla contra el lavamanos y pegarle la mitad de la cara al espejo.

Repartió caricias breves en sus muslos y levantó su falda lentamente. Al ver que ella no pensaba poner ningún tipo de resistencia, terminó de bajar su ropa interior y separarle las piernas para penetrarla por detrás, deleitando su audición con el gemido fuerte que huyó de la boca de ella.

Le jalaba el cabello para dominar su postura, y sentía la mayor de las notas cuando salía y entraba más fuerte con cada embestida. Pese a que era salvaje, brusco era como menos se sentía, después de todo, ella se encargó de lubricarlo lo suficiente con su lengua.

Yeferson veía con devoción cómo las nalgas de Débora vibraban a causa de las estocadas, y aunque la lujuria que le producía ese ángulo era malditamente exquisita, le fascinó mucho más levantar la vista y mirar cómo Débora gemía sin control, con las manos aferradas a la cerámica del lavamanos y las tetas apretadas contra el espejo.

Él desenredó los dedos de su cabello y llevó ambas manos a sus caderas para apretarlas y salir de ella. Yeferson acabó sobre su espalda, y Débora exhaló profundamente al sentir la tibieza recorrer su piel.

—No me molestaría si te besas con otra más seguido —confesó al voltearse.

Yeferson blanqueó los ojos y la pegó contra la pared, agarrándola por el cuello para meterle la lengua y besarla hasta convencerla de que no era necesario besar a otra para hacerle eso cuando quisiera.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now