Maldita mala (+18)

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Salió de la discoteca, y el frío de la noche lo recibió junto al estacionamiento vacío de presencia humana. Miró al cielo y si quiera una maldita estrella estaba ahí para acompañarlo a buscar a su hermanastra, lo más irónico era que la castaña se escondió en el primer sitio que encontró, y Yeferson jurando que se había ido a tomar por culo.

Él volvió a adentrarse a la fiesta y se recostó de una pared a echarse un trago de su sangría, empezó a reírse por la desesperación de no saber dónde coño se había metido la víbora. Cada falda blanca que se le atravesaban lo confundía, y empezó a impacientarse cuando se cruzó con azúl vinagre y ella le preguntó dónde estaba Débora.

—No sé, pensé que estaba contigo —alegó Bárbara cuando el moreno le preguntó lo mismo.

—Maldita sea pana —Yeferson sintió una punzada en la cabeza y una más intensa en el pecho cuando supo que ella, aparte de perdida, estaba sin compañía.

Empezaba a ver nublado cuando reinició la búsqueda. Las luces que viajaban por doquier ahora giraban y sus propias piernas las sentía ligeras, solo entonces supo que una sola calada de esa cosa entorpecía cualquier sistema, y sintió el verdadero terror de solo pensar en si a Débora la habrían convencido de probar esa mierda.

Mirando hacia todas las direcciones existentes, enfocó una fila de chicas que yacía a un lado de una puerta cerrada, por la rendija se veía que el interior estaba iluminado. ¿Y si...?

Débora sintió cómo espasmos bruscos sacudían su cuerpo. Al abrir los ojos, se percató de que alguien golpeaba la puerta del baño y las vibraciones de la madera estremecían su espalda. Entonces se dió cuenta de que se había quedado dormida, ¿Cuánto? Quizás pocos minutos, horas tal vez, lo cierto era que el frío del suelo le había entumecido las piernas.

Alguien seguía tocando la puerta con insistencia, Débora empezaba a obstinarse porque estaban perturbando su precaria paz, así que se empinó la botella mientras se ponía de pie y le sacaba el pestillo a la puerta.

Al abrir, su ceño se frunció mucho más al ver a su hermanastro, de pronto el debate mental volvió a ella y por inercia se agitó su respiración. Sabía que se había portado como una imbécil, y sería más imbécil todavía si llegaba a reclamar que se había besado con otra.

Mejor le pedía disculpas besándolo ella.

Lo jaló por un brazo y lo metió al baño también, a Yeferson ni siquiera le dió tiempo de reaccionar, de pronto estaba sentado sobre la tapa de la poceta con la castaña abierta de piernas sobre él, acariciando su mandíbula.

—Estás rascadísima —adivinó, porque no solo la delataba su aliento, sino ese cariño repentino.

—No, tú lo estás —Débora emitió una risita tonta, echando su melena a un lado para que los cabellos no interrumpieran.

—Vámonos —él intentó levantarse, pero ella se inclinó para besar su cuello y obligarlo a quedarse donde estaba.

—No —negó con un tono infantil, procediendo a lamer desde el cuello hasta su quijada.

—Estás borracha, Débora.

—Que no. No estoy.

Ella empezó a moverse sobre él, enrredando los dedos en su cabello para dar tirones mientras depositaba besos castos sobre sus labios. Sonreía, pero a Yeferson no le hacía tanta gracia la situación.

—¿Cuántos dedos hay aquí? —le mostró la mano.

Débora abrió la boca e introdujo ambos dedos para chuparlos a ojos cerrados y emitir un jadeo suave al deslizarlos por su lengua.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now