Besos sabor a caroreña

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Yeferson empezó a caminar, cruzado de brazos y con el ceño ligeramente fruncido.

—No... Está bien. Vale, allá nos vemos.

Al colgar, abrió la reja del edificio y los dos salieron.

—¿Por qué lo tienes agregado con un corazón? —preguntó el moreno.

—¿Eh?

—Al maldito ese. Cuando te llamó, salió su nombre en la pantalla con un corazón.

—No tenemos nada —le recordó ella.

—Exactamente. Entonces quítaselo.

—¿Por qué haría algo como eso?

—Porque estás conmigo, no con él —farfulló Yeferson—. ¡Y a mí ni siquiera me tienes agregado!

Débora blanqueó los ojos.

—¿A dónde van?

—A una fiesta.

—¿Dónde?

—En una discoteca que reabrieron según Nata.

—¿A qué hora te vas?

—A las nueve menos treinta.

—¿Y a qué hora llegas?

Ella se detuvo y lo encaró con una ceja arqueada y expresión burlista, pero Yeferson no portaba gracia en su semblante.

—Me avisas y te voy a buscar —excusó.

—No.

—Sí.

—Que no.

—Que sí.

—Que no, capullo. No quiero que vayas a buscarme, me sé el camino de regreso.

—¿En qué momento te pregunté sí querías?

—Vale, ¿Qué coño te pasa?

—A mí nada, ¿Qué tienes tú?

—Te estás comportando como un imbécil.

—¿Yo?

—Cabrón, ¿Quién si no?

Yeferson se llevó dos dedos al entrecejo.

—Tú eres la que está toda cariñosa y más tarde me ignoras. A veces estamos bien y de repente te pica ese culo, eres demasiado rara.

Débora se echó a reír al ver cómo él decía todo aquello con algo de desespero y se enganchó a su brazo.

—Maldita loca vale —fue lo que dijo él, intentando zafarse.

—¿Quién te mandó a meterte conmigo?

—Es que me gustó tu culo —admitió y resopló—. ¿Quieres helado?

—Obvio.

Los dos caminaron por las calles del barrio hasta llegar a la bodega más cercana, donde en la ventana reposaba el anuncio de helados con sus precios.

—Pana, dame dos Magnum ahí pue' —le pidió al tipo que salió a atenderlos.

—Cuestan tres Lucas.

Yeferson revisó su billetera y frunció los labios al ver que no le alcanzaba. Para disimular brutalmente, fingió indignarse.

—¿Y yo te pedí precio, sapo? ¿Me viste cara e' limpio? —procedió a sacar un billete de cinco bolívares—. Dame dos chupis.

El tipo lo miró feo y le despachó con cara de pocos amigos dos chupis de colita.

Yeferson entrelazó su mano con la de Débora y los dos se fueron a las gradas de la cancha del barrio, que a esa hora estaba solitaria.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now