Ciruelas

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Nancy se levanta todos los días a las 6 de la mañana, aunque no entra a clases hasta las 8. Antes de alistarse pasa por los 4 ciruelos que hay en su patio y recoge las ciruelas que puede. Camina en puntillas para no pisar algunas que estén buenas. Se moja los pies con el rocío del amanecer, y si tiene la mala suerte de que haya llovido la noche anterior, el fango le alcanza los tobillos. Resopla cuando se topa con una aparentemente perfecta a la que le pilla un agujero de gusano. Vuelve a resoplar si algunas cayeron en el patio del vecino y quedan fuera de su alcance si no quiere que la muerda un perro. La ilusión de llevarse más ciruelas es tan frágil como un globo en un pasillo lleno de cactus. Suele llenar una jaba grande que luego divide en varias pequeñas. En casa llena un cubo con agua y vacía lo recolectado. Saca una ciruela a la vez, echando un último vistazo, y las cuenta al meterlas en las jabas pequeñas. Cada una debe tener 20. Una jaba con 20 ciruelas que luego venderá en el colegio por 10 pesos. Si los ciruelos agradecen los cuidados que les da, cada día se lleva entre 10 y 12 jabas.

En este proceso de temporada le alcanzan las 7 de la mañana. Ya debe vestirse. El uniforme lo plancha la noche anterior. No se lleva merienda, solo agua. Lo deja todo recogido y antes de marcharse echa un último vistazo a todas las libretas que debe llevarse. Dos de mates, dos de historia y tres de español, además de sus propias libretas y los libros. Aparte de vender ciruelas, también vende conocimiento. Por un módico precio les hace los deberes a niños vagos pero pudientes. Esos a los que les dan una paga semanal, que llevan merienda todos los días y que en casa lo tienen todo hecho. Esos que solo deben preocuparse por estudiar y ni eso hacen, pero gracias a ellos obtiene un dinero extra. Pero no es nada fácil. Hasta que aprendió a la perfección, le costaba mucho tiempo imitar las letras de los demás. Ya le sale natural, al punto de no recordar si tenía una propia y mezclar varias formas de escribir en sus apuntes personales. La letra de Javier es la más estirada, mientras Ana hace unos rabitos innecesarios al final de cada palabra. Camila adorna demasiado las letras mayúsculas y Amanda escribe tan pequeño que con sus deberes siempre se cansa el doble. El peor es Andy, no por la letra, sino por la cantidad de borrones que hay en sus libretas. Nancy nunca entenderá por qué hace esa marranada a la hora de escribir, y eso sí que es imposible de imitar. Sus propias calificaciones bajan para que los profesores no sospechen. La profesora principal ha hablado con ella en dos ocasiones puesto que siempre la ve estudianto en los horarios libres pero aún así no mejora. Si la profesora supiera que la materia la conoce de memoria por repetirla 3 o 4 veces al día, seguramente la regañaría por tonta.

Entre tantas cosas por llevar, la mochila le pesa. Por suerte el camino de la casa a la escuela no supera los 15 minutos andando. En cuanto llega a su asiento y suelta la mochila se estira y la espalda le traquea como mismo hace la de su abuela. Tiene solo 9 años pero envejece por momentos. Reparte cada una de las libretas a sus clientes y anuncia, bajito para que los profesores no se enteren, que tiene ciruelas. Algunos compran. Entre las jabas y los deberes el dinero salta furtivo de una mano a otra, como conejo buscando refugio de la lluvia, y directo a un bolsillo. La adrenalina del tráfico divierte a los maestros, que se percatan del movimiento pero nunca dicen nada por respeto al esfuerzo que ponen en ser discretos. Luego algún niño siempre les brinda ciruelas. Y ellos mismos, a veces, también llevan algo que traficar.

En el receso ya tiene 2 encargos de deberes así que los adelanta mientras otros juegan fuera. Los deberes de lengua suelen ser los más complicados. No porque se le dificulte la materia, ninguna se le hace compleja ya, sino por los textos que incluyen información personal. No es que conozca mucho a sus compañeros o que pase bastante tiempo con ellos, así que debe inventar la mayor parte del texto. Por suerte tiene bastante imaginación, aunque en ciertas ocasiones la ventana a otros mundos se cierra por completo dejándola sola en la oscuridad de la hoja en blanco.

Algunas veces la interrumpen niños de otras aulas para comprar ciruelas. Cualquiera que se fija en la cantidad de gente que a veces la rodea puede pensar que tiene muchos amigos. Solo la maestra principal sabe que esa popularidad dura lo que dura el negocio. Le quedan poco menos de la mitad de los paquetes.

Primavera en tempestad Where stories live. Discover now