Capitulo XXXII

64 12 4
                                    





La habitación está vacía cuándo Joy llega de sus clases, sabe que Ashley ha salido con Christian y se toma un segundo para apreciar el silencio. No hay una luz fuerte y deslumbrante sobre su cabeza o el murmullo constante de los estudiantes hablando en voz alta en su oído o profesores interrumpiendo a dichos estudiantes hablando.

Tira su bolso al suelo y luego se pone unos cómodos pantalones de chándal y una sudadera con capucha dos tallas más grande. Salta a su cama con su computadora y hay un artículo en la sección de deportes del sitio web de la Universidad: una página completa de palabras entusiastas sobre la temporada de las Diablas hasta el momento. Joy recibe algunas menciones, y luego hay un par de párrafos al final que le desean buena suerte al equipo en su próximo partido fuera de casa ante las Lobas.

Se lo reenvía a su madre y no se sorprende cuándo su teléfono comienza a sonar poco tiempo después.

"Joy", dice en lugar de saludar. "Leí el artículo. Dicen que eres una de las mejores jugadoras de uno de los mejores equipos que ha tenido las diablas durante todos los tiempos".

Joy se burla. "Tienen que decir eso, mamá".

Su mamá se ríe. "Claro qué no. Eres potencialmente parte de un gran equipo, hija. Estoy muy orgullosa de ti."

Esto es parte de por qué Joy llama a su mamá con tanta frecuencia. Ella reacciona y le da todo el entusiasmo que a veces le falta o no cree en sí misma, tal vez se lo pase a Joy en algún momento.

Pasan los siguientes veinte minutos más o menos poniéndose al día. Las clases de Joy van bien, al igual que su trabajo. Su mamá tiene una cita para cenar con sus amigos más tarde en la noche. Ambas se sienten bien con todo lo que están viviendo por el momento.

Durante el mayor tiempo posible, Joy evita hablar sobre el elefante gigante en la línea que las separa. Sin embargo, no puede continuar con la llamada telefónica completa. Su mamá tiene una forma de reducir esa parte de la conversación a su forma más simple.

"¿Vas a salir pronto?" Joy pregunta por tercera vez. "No quiero retenerte".

"Joy, cariño, no lo haces".

"Bien."

"¿Tienes planes para esta noche?"

Joy imagina a su mamá en su cabeza, probablemente impecable cómo de costumbre. Joyas simples con su cabello perfecto, dulce perfume que es todo sutil clase y elegancia.

"No, no esta noche".

"Dijiste la última vez que hablamos que no estabas siendo tan solitaria".

"Ma", protesta Joy, "no estoy siendo solitaria".

"Sé lo que te pones en esa cabeza tuya".

Joy mira hacia el techo. "Bueno, no te preocupes por eso, estoy bien. Probablemente salga mañana por la noche, a tomar algunas fotos".

Su mamá tararea. "Mmm. Eso sería lindo. Siempre haz sido buena con el cielo."

Joy respira hondo y cuándo habla, se sorprende a sí misma. "Sí, será agradable".

No añade que le ha pedido a Ashley que la acompañe.

Piensa que eso es algo que quiere guardar para sí misma por el momento.

Se siente mal pero tampoco.

Es raro.

"Ya sabes lo que diría él, trata de encontrar lo más brillante en el cielo".

Joy siente que la emoción le pica en los ojos, se sienta ahí, atrapada en el dolor que aún lleva. Juega con un hilo suelto en la entrepierna de sus pantalones de chándal. "Claro que lo haré".

"Todavía tengo el lienzo en la pared de esa foto que tomaste hace unos años".

"Tomamos", dice Joy con una pequeña sonrisa. "Papá me ayudó a tomar esa foto perfecta".

"Y tampoco te dejó olvidarlo", dice su mamá y Joy la escucha reír nuevamente por el teléfono. Suena natural y fácil, cómo si su madre realmente lo dijera en serio y tal vez lo haga. "Le encantaba esa foto".

"¿Crees?" Joy bromea.

"Y será mejor que seas cuidadosa ahí fuera".

Los hombros de Joy se levantan. "Lo haré, mamá. Siempre lo soy."

Hablan durante un par de minutos más y después de repetirse un par de veces más que Joy está a salvo, su madre se despide y le dice que le enviará un mensaje de texto más tarde cuándo llegue a casa después de la cena.

Joy mira fijamente su teléfono, sin moverse, durante unos minutos. Eventualmente, aunque sus manos están un poco inestables, deja su teléfono y mira su cámara en el escritorio. La correa está deshilachada y la tapa del objetivo está un poco rota.

Está dañado pero no arruinado, cambiado pero no completamente destruido.

Algo así cómo ella, un poco especial y un poco diferente.





"Entonces, ¿ustedes comparten este auto?"

Joy mira a Ashley con un signo de interrogación flotando sobre su cabeza. Acababa de abrocharse el cinturón de seguridad en su lugar después de hacer una parada rápida para cargar más gasolina. Desafortunadamente, Angela es conocida por dejar que las cosas caigan en números rojos y siempre pone a Joy en el camino equivocado.

"Sí", dice Joy, "simplemente nos facilita las cosas".

"No me hubiera importado conducir", sugiere Ashley.

"No". Joy niega con la cabeza. "Yo te invité, yo manejo".

Regresan a la carretera y Joy baja el volumen de la música en la radio para que cualquier conversación se pueda escuchar fácilmente. El rostro de la castaña se ilumina cuándo los faros de los automóviles pasan por el lado opuesto de la carretera y Ashley no puede evitar mirarla.

La luz juega con los ángulos del rostro de Joy, recorre su mandíbula y sus mejillas cómo una bailarina en un gran escenario. Parpadea contra sus ojos, cómo las llamas de un pequeño fuego. Hay una profundidad en los ojos de Joy que no obtiene de alguien más.

"¿Tengo algo pegado a la cara?"

"No."

"¿Está segura?" Joy pregunta y levanta su mano izquierda del volante para limpiarse una marca invisible en su mejilla.

"Estoy segura", murmura Ashley y se recuesta en su asiento. Baja la ventana una pulgada y permite que la brisa sople a través de su cabello pero, sinceramente, hace demasiado frío para su gusto y rápidamente cierra la ventana. "Creo que traer una chaqueta fue la elección correcta".

Joy sonríe. "Te dije que hacía más frío aquí".

"¿Nos queda mucho por recorrer?"

"Alrededor de media hora más o menos", dice Joy. "No será demasiado largo".

En el espejo retrovisor, Ashley ve que la ciudad detrás de ellas comienza a desdibujarse, cómo un grafiti gigante y brillante que se desvanece de la vista.

no contar nuestra historia sería una cobardía Donde viven las historias. Descúbrelo ahora