━ 𝐗𝐂𝐈𝐈𝐈: Mensajes ocultos

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—En Tamdrup, durante la audiencia con Harald, Ivar y Hvitserk pude ver a Astrid —comenzó a relatar Eivør. Se había posicionado frente a la castaña, con la espalda erguida y las piernas cruzadas—. Estaba... diferente. Realmente se ha convertido en la reina consorte de Vestfold. —Drasil comprimió la mandíbula con fuerza al escucharlo—. Se mantuvo junto a Harald en todo momento y apenas estableció contacto visual conmigo, como si me rehuyera. Tampoco habló ni dio su opinión sobre nuestra propuesta de paz —adujo.

—Hizo lo mismo en el campo de batalla, cuando nos reunimos para tratar de llegar a un acuerdo. —La hija de La Imbatible se encogió de hombros. Aquel día se había quedado grabado a fuego en su memoria—. Se limitó a estar en silencio, como si no le importara nada ni nadie.

Eivør asintió.

—Sí, lo sé. Pero cuando la audiencia llegó a su fin me miró —puntualizó, despertando el interés de Drasil, que frunció ligeramente el ceño—. Fue antes de que abandonáramos el Gran Salón, así que sucedió muy rápido. Sin embargo... Pude ver a nuestra amiga, Dras. A la Astrid que conocemos desde que tenemos uso de razón. —Los iris oscuros de la mayor centellearon con vigor al pronunciar aquellos vocablos—. Pude discernir tantas cosas en sus ojos, tantas emociones... Como si de alguna manera estuviera intentando decirme algo.

La aludida posó la vista en sus manos entrelazadas, en las cuales podía apreciarse alguna que otra herida causada por el frío y el uso constante de la espada y el escudo. Después de lo ocurrido el día del concilio, cuando Astrid se negó a regresar con ellas, ya no sabía qué pensar. Por no mencionar que no quería hacerse ilusiones ni seguir aferrándose a un clavo ardiendo. Aunque debía reconocer que aquel repentino cambio de actitud de Eivør en todo lo referente a su antigua compañera la estaba trastocando a más no poder.

—No lo sé, Eiv... —Drasil suspiró, aún con la mirada fija en sus manos—. No quiso venir con nosotras cuando se lo propusimos. Prefirió quedarse con Harald —le recordó con un hilo de voz, a lo que la mayor inspiró por la nariz.

Debido a su mutismo, Drasil volvió a focalizar su atención en ella. La conocía desde hacía tanto tiempo que se había convertido en una experta a la hora de interpretar sus gestos y ademanes. Y la expresión que lucía Eivør en ese preciso instante la hacía sospechar que había algo que no le estaba contando.

—¿Qué? ¿Qué pasa? —quiso saber.

La morena le devolvió la mirada, tan seria que Drasil no pudo evitar estremecerse. Segundos más tarde, cuando la hija de La Imbatible estuvo a punto de volver a preguntar qué sucedía, Eivør se llevó las manos al escote de su camisa y sacó de debajo de la tela lo que parecía ser una bolsita de cuero. Acto seguido, se la entregó a Drasil y le urgió con un simple cabeceo a que examinara su contenido.

La menor así lo hizo, presa de su propia curiosidad. Abrió la bolsa y volcó lo que quisiera que hubiese en su interior en la palma de su mano derecha. El corazón le dio un vuelco dentro del pecho al reconocer lo que era. Sus ojos se abrieron de par en par y su boca formó una «o» perfecta de la que no demoró en brotar un entrecortado sollozo.

—Es...

—El pendiente de Astrid, sí —la interrumpió Eivør.

Drasil dejó de contemplar la joya para poder conectar nuevamente su mirada con la de su mejor amiga. Estaba sumamente confundida.

—Pero ¿de dónde lo has sacado? —inquirió. Sus falanges acariciaron el pendiente con delicadeza, como si temiera romperlo o estropearlo. A Astrid le encantaba, hasta el punto de que siempre lo llevaba puesto. Era su seña de identidad.

La morena respiró hondo antes de contestar:

—Lo he encontrado en mi alforja. —Drasil volvió a arquear las cejas—. No sabía que estaba ahí hasta que hemos regresado al campamento. Antes de acudir al thing me puse a vaciar mi morral y lo encontré ahí, entre mis cosas —explicó con la vista clavada en la joya—. Es una señal, Dras. Un mensaje. Astrid debió de encargarle a alguno de sus sirvientes que metiera el pendiente en mi alforja... Y este tuvo que hacerlo mientras nosotros estábamos en el Gran Salón, en plena audiencia con Harald, Ivar y Hvitserk.

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