El Chigüire Chigüireao'

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Pero aquella cercanía no fue más que el presagio que consumía sus anhelos, no pasó a ser una fantasía ejecutada porque alguien llamó al timbre.

Él fue quien se apartó, agarró al gato y le levantó de la cama.

—Vámonos, Mordisco Chigüire, pide la bendición —Yeferson hizo que el felino moviera su patita en dirección a Débora y salió al pasillo a ver quién coño e' la madre interrumpió el buen momento.

Débora salió corriendo y se le adelantó para recibir a sus amigos del liceo que habían ido a visitarla, Yeferson fingió que una arcada de asco atacó su sistema cuando sus ojos visualizaron a Natalia. No supo si le dió más risa ver a Azúl vinagre con unas pestañas tan largas que parecían un abanico particular para sus pómulos, o ver el animal que llevaba Gabriel entre las manos.

—¿Eso es un Rabipelao? —no pudo evitar preguntar.

—Mtch. Deja a la perrita de Gabriel en paz, cabrón —le reclamó Deb mientras cerraba la reja.

—¿Perrita? Parece un Rabipelao chama —insistió el moreno, viendo los dientes choretos y las orejas lampiñas del animal—. O una piraña pelua'

—¡Yefelson!

—Bueno —el susodicho blanqueó los ojos—. Pero si el animal castroso ese le busca pleito a mi bebé, lo tiro por la terraza con todo y dueño.

—¿Cuál bebé vale? —inquirió Bárbara, sentada en uno de los muebles.

—Pues que ahora el cabrón tiene un gato —informó Deb.

Y como si lo hubiesen invocado, Mordisco apareció y empezó a frotarse contra los talones de ella, emitiendo un mínimo ronroneo.

Yeferson decidió ignorar la existencia de esa gente y se metió en la cocina a prepararse unos pastelitos de queso con masa fácil. Débora se puso a hablar con sus amigos de una nueva serie de Netflix.

—¿Os apetece un batido de frutas?

Yeferson se asomó y vió que todos asintieron, así que a propósito agarró la licuadora y le empezó a echar agua para hacer parecer que la estaba usando.

—¿Qué haces, tío? —cuestionó Débora, que no había previsto la mala intención del moreno.

Él la ignoró, echó unas fresas y prendió la licuadora, esbozando la sonrisa angelical más hipócrita del mundo. Débora se cruzó de brazos al ver que pasaban los minutos y Yeferson continuaba licuando, empezó a decir cosas ininteligibles para él.

—¡¿Qué?!

Débora movía los labios y tenía el entrecejo marcado.

—¡¿Ah?! ¡No te escucho!

Ella se aproximó y apagó la licuadora. Cuando intentó agarrar el vaso, Yeferson empezó a forcejear para quitárselo. Él, como tenía más fuerza, consiguió quedarselo y su camisa se salpicó con un poco de jugo.

—La necesito —protestó la castaña.

—¿Me impolta? No me impolta.

Al ver que ella le ponía cara de pollito remojao', vació el contenido en una jarra y le extendió el vaso.

—Bueno toma.

Cuando Débora fue a tomarlo, Yeferson lo atrajo de regreso hacia él para vacilarla. Se lo volvió a ofrecer, ella volvió a estirar la mano para agarrarlo u él volvió a apartarlo.

—¡No seas tan gilipollas!

—Ya pues, pero de beta —se lo extendió, pero el juego se repitió hasta que Débora acabó por cabrearse.

Bajo la misma arepaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora