Tomando un largo momento, su atención bajó a su muñeca y dobló hacia atrás la tela de su camisa blanca de lino hasta la mitad de su antebrazo. Con la mayoría de sus invitados fuera, había renunciado a su abrigo, optando por vestir de una manera más informal, solo una camisa y un chaleco para esta confrontación. Cambiando el vaso de agua a su mano izquierda, repitió el proceso con la otra manga. Apretando los dedos alrededor del cristal, se acercó a ella en la cama.
Sin pausa, le arrojó el agua a la cara.

  Ella se sacudió, acurrucándose de costado en la cama, pero no se despertó.

  Al menos se estaba moviendo.

  Fue hasta la palangana de agua encima de la cómoda y sumergió la taza en ella, llenándola otra vez. Regresó a la cama, salpicando el agua nuevamente en toda su cara.

  Un grito brutal salió de su boca, la chica saltó en la cama, agitando los brazos. Limpiándose el agua de las pestañas, miró frenéticamente a su alrededor.

  Sin sentido del tiempo o lugar en sus ojos.

  Su mirada se posó en él.

  Un terror absoluto atravesó sus ojos. Ojos castaños. Ojos café con la más extraña mezcla rebelde de ámbar dorado como un whisky añejo de la mejor calidad.

  Su cabeza se inclinó hacia el lado izquierdo, buscando.

Buscando.

Ella jadeó, deteniéndose por un segundo cuando vio la mesa auxiliar.

  Él había colocado su daga allí a propósito, curioso por ver qué haría ella con ella.

  No tuvo que esperar mucho.

  En el siguiente instante, sus piernas se balancearon fuera de la cama y se puso de pie, agarrando el cuchillo y corrió hacia el rincón más alejado de la habitación. Con una mano experta, sostenía la hoja con mango de ónice hábilmente con gracia experimentada.

  Una pregunta respondida.

  Ella no era una doncella inocente abandonada detrás de su castillo.

  Con la daga en alto y apuntándolo, se movió hacia atrás hasta chocar con la pared. Su mano izquierda enguantada se apoyó en el yeso para sostenerse mientras lo miraba. —¿Quién es usted?

  —¿Quién soy? —Dominic se apartó de ella y caminó hacia la cómoda para colocar la taza encima. Él la miró por encima del hombro—. No muchacha, creo que la pregunta es ¿quién eres tú?

  Su cabeza se sacudió ligeramente. —No, usted, ¿dónde estoy y cómo llegué aquí?

  Interesante, una cadencia escocesa se alineaba en sus palabras. No había esperado eso. La miró de frente, con los brazos cruzados sobre el pecho. —¿Qué estabas haciendo, tratando de colarte en mi casa?

  Agitó el cuchillo en el aire. —No tengo ni idea de dónde estoy, señor, así que ciertamente no intenté colarme en su casa.

  Su ceja se levantó. —¿No?

  —No. —Se apartó de la pared, acercándose a él, con la punta de la daga en lo alto de su pecho—. Ahora dígame, ¿dónde diablos estoy?

  Él no se inmutó. —¿Quieres jugar a las adivinanzas, entonces? Bien. Soy Dominic y estás en el castillo de Hastings.

  —¿Hastings? —Su mirada se estrechó hacia él, la confusión parpadeando en sus ojos—. Castillo de Hastings.

—Sí, en mi casa.

  —¿Qué?, ¿dónde? —Ella negó con la cabeza y dio otro paso hacia él, con la daga a una distancia sorprendente—. ¿Cómo me trajeron aquí?

El Duque del EscándaloDonde viven las historias. Descúbrelo ahora