19 | Declaración de amor.

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— ¿Estás aquí de verdad?

— No— niego — soy un fantasma — bromeo.

Ella rompe en llanto en ese momento, sus ojos se llenan de lágrimas y la veo aferrarse a mí con bastante violencia. En el proceso, araña mi pecho con sus uñas y eso despierta a la cosa que cuelga entre mis piernas.

Me digo a mí mismo que no es el momento de ponerse cachondo porque recuerdo las imágenes de la noche anterior, Ámber llorando y Ángel suplicándome que no me muera... Deben haberlo pasado mal.

— Ven aquí, mi amor — le pido, aunque esté en mis brazos, ella jadea y se acerca todo lo que puede a mí — ya... — intento calmarla — deja de llorar así, mujer, que parece que me haya muerto de verdad.

— Pero te estabas muriendo — jadea.

Cuando la acomodo sobre una de mis piernas para tenerla a mi altura y me reclino sobre la cama, ella sorbe por su nariz como una niña pequeña y me mira. No puedo evitar lamer sus lágrimas y escuchar ese débil murmullo saliendo de sus labios mientras ella se calma y suspira.

— No me voy a morir, ¿cuántas veces tengo que decirte que soy inmortal?

— ¿Por qué tomaste esas balas por mí?

— ¿Esperabas que no lo hiciera?

Ángel ya no tiene fuerzas de hablar, solo crea un mohín en sus labios y suspira. Puedo ver el cansancio en sus ojos, así que tampoco la molesto demasiado. Vuelvo a acomodar a mi esposa en mis brazos y nos acuesto a ambos en esta incómoda camilla.

— ¿Cuánto tiempo he pasado aquí?

— Un mes... — explica.

Mis ojos se abren y la miro — ¿Qué?

— Te han operado dos veces, tenías muchas balas y luego dijeron... me dijeron que me despidiera de ti...— y con eso, Ángel vuelve a estallar en lágrimas.

Tardo un poco en calmarla hasta que empiezo a besarla en los labios. Una vez siento que está satisfecha, me aparto un poco, pero sigo manteniendo nuestras frentes unidas por miedo a que vuelva a llorar.

Finalmente, tras varios minutos de caricias y mimos, mi esposa logra calmarse al fin.

— ¿Dónde está Ámber? — demando, acostándome en la cama y cerrando los ojos.

— Está con Camille y Beau.

— ¿Volvieron de su Luna de miel?

— Ellos no se casaron — me recuerda.

Sonrío y suspiro — parece que no. Trae a Ámber mañana, debe estar asustada.

— Si — acepta — lloraba mucho — me cuenta.

— ¿Como tu?

– Si — jadea.

Con un suspiro, vuelvo a mirarla, tiene los ojos cerrados y se ha acurrucado a mi lado, pero está llorando en silencio.

— Te amo.

Las palabras salen de mi boca antes de que pueda procesarlas incluso mi cerebro.

— ¿Qué?

Ángel me mira.

— Te amo, es por eso que no voy a abandonarte nunca, no puedo... porque te amo.

Ángel se acomoda sobre mi pecho — dímelo otra vez — me ordena.

Siseo con los dientes apretados, es tan fácil para ella ponerme caliente...

— Duérmete —- gruño.

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