17 | Canción

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"Desperdicié todo aquel tiempo... y ahora ya no estás"


Alex.

Ángel está llorando.

Puedo escuchar sus gemidos mientras se niega a soltarme. Lo que amo de ella es que puede estar rompiéndose en mil pedazos pero siempre lucha, a pesar de todo...

Apenas puedo respirar. Mis fuerzas se han desvanecido como si alguien hubiera venido a robármelas. Alguien que quiere llevarme lejos de las únicas dos personas que me han querido independientemente de quién soy.

— Papá.... — los chillidos de Ámber casi juegan al unísono con los de su madre.

Es ahora cuando me pregunto si todo estará bien, si podré volver a levantarme y abrazarlas. Cuidar de ellas... ¿en qué me convierte perder mi vida ahora? Soy un inútil.

De repente, la presión en mi pecho se alivia, es solo un poco, pero realmente hace una gran diferencia, porque ahora que puedo respirar, tengo fuerzas para abrir los ojos y sostener la mirada a Ángel.

— No llores así, mi amor — suplico, o lo intento, mi voz se pierde entre el sonido de las aspas y los llantos de mi mujer e hija.

Sé que estamos sobrevolando las llamas, puedo sentir el calor. Elevo una de mis manos para atrapar a Ángel entre mis brazos y la siento derrumbarse en mi pecho.

— Papi.... — los chillidos de Ámber me rompen el corazón, justo cuando creí encontrar un hogar, estoy a punto de perder la vida.

— Hija... papá se pondrá bien, ¿si? Solo, necesito cerrar los ojos y... — quiero prometerle que, cuando los vuelva a abrir, seré el mismo hombre fuerte capaz de protegerla, pero las palabras no salen de mi boca.

Siento el ruido de un pitido perforandome las orejas y por encima de todo ese ruido, a Ángel suplicando.

— ¡Alex! — su voz suena tan agónica.

Lo siento tanto, Ángel.

No creo poder llegar al hospital, realmente se acaba para mi.

Oh, mi amor... cuanto daría por poder sostener tu rostro entre mis manos y limpiar tus lágrimas



Ángel.

Alex lleva en cirugía cerca de dieciséis horas.

El padre de Massimo trajo a los mejores hombres para que salvaran su vida, pero aún así... no me siento segura. No tengo ninguna certeza de que mi marido vaya a salir de esa sala aún con vida. Apenas ha resistido hasta aquí. Recibió ocho balas con tal de protegernos.

¿Cómo puede hacernos eso?

¿Cómo puede hacerme odiarlo y de repente volverme tan desesperadamente loca por él?

¿Cuándo va a dejar de jugar conmigo?

Con lágrimas en los ojos, llevo su camisa hasta mi nariz y hundo mi rostro en ella. Aún está ensangrentada, pero huele a él. Huele al hombre que, sin importar lo que haga, siempre está ahí cuando más le necesito, dispuesto a todo.

— No puedes dejarme — suplico, aunque él no está aquí, sé que es capaz de escucharme — le dijiste a Ámber que eras inmortal, no puedes solo... abandonarla así. Cumple tu maldita promesa, maldita sea... Alex... — jadeo.

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