Capítulo I

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Sawyer

Veía las gotitas de humedad que caían sobre la ventanilla del coche. Inspeccionaba cada una con detenimiento. Por más que el viento se las llevara o que el mismo coche las absorbiera, siempre dejaban su rastro, su camino adherido en el vidrio. ¿Cómo era que algo tan disuelto y pequeño dejaba tanta marca al pasar y cosas más fuertes parecían volarse con el viento? El sentimiento, la pasión, el amor, la tristeza, la soledad, el temor, ¿a dónde va todo aquello? Noté el calor de una lágrima deslizarse por mi mejilla y la limpié con la manga de mi suéter rápido.

La mano cálida de mi hermano sobre mi hombro hizo que apartara la mirada de aquella ventanilla y supe que era momento de interaccionar, genial.

- ¿Qué anda pasando por esa cabeza tuya? - Soltó Noah manteniendo esa sonrisa divertida que llevaba siempre pintada en la cara, no desviando su mirada de la carretera. Hice un esfuerzo para fingir una similar y respondí.

- Lo siento, estoy un poco cansada. Ya sabes cómo me dejan los vuelos.

- Si, lo se. Por suerte estás controlando ese mal genio tuyo. Te lo agradezco. - Bromeó el para luego volver a poner ambas manos al volante.

El golpe de la puerta del coche al cerrarse hizo que me despertara. Se ve que había dormido el resto del trayecto hasta llegar.

No quería estar aquí, de verdad que no. Hace dos años no ponía un pie en esta casa, en esta arena pálida y fría, en este trocito de cielo que parecía siempre acompañar lo que sentía. Suena ridículo, lo sé, pero desde pequeña jugaba con este cielo y sus colores.

Los días que estaba feliz, el cielo estaba despejado, con un sol tibio que luego me regalaría sus mejores atardeceres. Cuando estaba triste, este mismo cielo se tornaba gris y levantaba un viento que hacía que la arena de la playa volara para un lado y para el otro. Y no quiero ni comentar cuando me agarraban una de mis rabietas, ahí sí que se armaba. La tormenta movía la marea hasta tocar las vallas de la casa.

Lo que era nuestra casa de verano pasó a ser la vivienda de mi hermano hace unos cuatro años durante su último año de universidad y lanzó su primer libro. El decía que esta casa tenía algo mágico y lograba atrapar todas sus ideas para plasmarlas en papel.

De pequeña me sentía igual con esta casa, sentía su magia y su calidez. Recuerdo que contaba los días para volver, pero no solo por la casa, si no porque lo vería a él.

Ese pelo oscuro alborotado que llevaba siempre, las pecas que decoraban sus mejillas rojizas, sus ojos de un color indefinido ya que eran la perfecta mezcla entre el verde y el marrón y, por último, su sonrisa. Si, esa sonrisa traviesa y repleta de alegría que llevaba siempre dibujada en su rostro, formando esos perfectos hoyuelos que hacían frenar todo mi mundo. Esa sonrisa tan adictiva que me quitaba el oxígeno los primeros segundos que lo veía cada verano.

Hace dos años que no veía esa sonrisa. Desde el divorcio de nuestros padres las visitas a Wrightsville Beach eran más escasas, luego Noah se mudó aquí mientras que mamá y yo nos quedamos en el departamento de Nueva York.

Mi padre se había vuelvo a casar y estaba viviendo una vida feliz en California con una chica pocos años mayor a sus hijos mientras mi madre cuidaba de nosotros. Bonito, ¿verdad?

Estos últimos dos años fueron duros y rápidos. Mi hermano lejos, mi padre aún más lejos y mi madre ahora a una distancia eterna. Desde que contrajo cáncer durante mi último año de secundaria, puse en pausa la búsqueda de universidades y no me moví de su lado. Sostuve su mano hasta el último día. Ojalá quedara rastro de sus caricias en algún sitio.

Noah estaba sacando mis maletas del coche cuando me bajé de este aún somnolienta. Tenía una angustia que pesaba en el pecho. No quería estar aquí.

A Noah lo adoraba, realmente que sí pero mi lugar era en Nueva York, con las luces de colores, el alboroto y mi madre. ¿Cómo iba a seguir sin ella?

- Creo que está todo. - Dijo Noah mientras subía la última maleta por el porche de la casa. - ¿Cuándo arrancan tus clases, Sawyer? -Suspiré al recordarlo.

El lunes arrancaría la escuela de medicina en UNC. Desde pequeña soñaba con ser médica, estar en el hospital con un ambo pulcro y pasar de sala en sala sacando sonrisas, pero desde que mamá murió, la medicina tenía otro color para mi y no sabía si seguía siendo mi favorito.

- El lunes. - Respondí en seco mientras subía el porche de la casa también, manteniendo la vista en mis zapatillas.

- ¡Perfecto! Tenemos todo el fin de semana para acomodarnos. - Dijo Noah mientras me guiñaba un ojo y buscaba las llaves de la casa. - Los chicos vendrán hoy a tocar así que, si quieres armar algún plan para que no te aturdamos, puedes. - Mi hermano tocaba la guitarra desde pequeño y tenía una banda con los vecinos, entre ellos con esa sonrisa maldita, Augustus. Sentí un leve cosquilleo en el pecho de solo pensar que después de tanto tiempo lo volvería a ver y creo que es lo único que sentí en semanas.

- No, estoy cansada. Seguro me quede ordenando las maletas y descansando.

Noah asintió con una sonrisa y me dio una copia de las llaves de la casa. Me ayudó a subir las maletas hasta la habitación y me comentó que la cama ya estaba hecha y que los toallones seguían donde siempre. Me dio un beso en una sien y cerró la puerta de la recamara.

Todo seguía como antes. Las paredes de mi cuarto eran de un color rosa casi blanco y llevaba posters de mis bandas favoritas como The Cure, The Smiths, Pink Floyd. Las luces que mi mamá me había ayudado a instalar alrededor de la ventanilla seguían puestas, pero creo que es la primera vez que las veía apagadas. Mi ventanilla daba hacia el lado más lateral de la playa y la ventanilla de Augustus. No pude sacar la mirada de aquella ventanilla por un par de segundos pensando todas esas tardes que me pasaba observando su silueta flaca y alta hasta dormirme. Noté que mis vinilos seguían en el mueble de al frente de mi cama junto a mi tocadiscos. Una sonrisa se dibujó en mi rostro.

El barullo de voces masculinas me despertó. Me había quedado dormida en la cama, guardando la ropa mientras escuchaba uno de mis vinilos de Pink Floyd, The Division Bell. Miré nuevamente por la ventanilla y noté que estaba anocheciendo. El cielo estaba de un azul intenso y con algunas pintas de rojo.

Bajé las escaleras aún con los ojos entrecerrados y me dirigí a la cocina. Necesitaba comer algo urgente.

En cuanto abrí la puerta, allí estaba. El con su sonrisa casi agobiante pero su pelo oscuro antes alborotado, ahora corto. De más pequeño siempre tuvo una espalda huesuda y bracitos finitos pero ahora... tenía la espalda mucho más ancha desde la última vez que lo ví y una remera lisa negra tapando sus nuevos músculos. Estaba junto a su hermano Mike, el baterista de la banda, compartiendo cervezas que Noah les estaba sirviendo en el islote de la cocina.

-Buenas noches, pequeña. ¿Cómo dormiste? - Preguntó mi hermano abriendo la última cerveza antes de pasármela. Siempre me había llamado así, si bien nos llevábamos seis años, el siempre me consideraba una niña pequeña.

Los hermanos Peck que aún no habían notado mi presencia se levantaron rápidamente de sus sillas al verme y me rodearon con sus brazos sin titubear. Me apretujaron toda haciendo que me termine de despertar y pude distinguir, en esos dos segundos que los tuve cerca, el aroma fresco y varonil de Augustus. Pude notar un esbozo de sonrisa en mi rostro mientras Mike me despeinaba un poco, pero en cuanto vi la sonrisa de Augustus pintar su rostro, mis mejillas se tensaron por completo. ¿Qué me pasaba?

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⏰ Last updated: Aug 30, 2022 ⏰

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