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Podría acostumbrarme a la rutina, e incluso llegaba a ser bueno para mí. Tenía buenas horas de sueño, no me desvelaba, era obligado por mi horario a comer en las horas correctas y me mantenía activo todo el día. En cualquier momento mis piernas tendría unos buenos músculos, si contaba con que era la bicicleta la que me llevaba de un lado al otro.

Mi corazón también se sentía bien. Estaba saludable, aunque a veces recibía más latidos de los que debía, pero eso sólo ocurría cuando estaba cerca de Nahum, o cuando pensaba en él, o cualquiera de esas razones.

Habíamos tomado una rutina para nosotros también. Nos íbamos juntos a la Academia, nos veíamos en el receso antes de la última clase, él me daba galletas y una tarjetita y yo me le quedaba viendo como un idiota por el resto de los quince minutos de receso. También nos veíamos después de Land, a veces, cuando él no iba a la biblioteca, nos veíamos en los balcones mientras él cuidaba de sus flores. Él era tan delicado con ellas, y cada día que pasaba, descubría un detalle nuevo de Nahum que hacía que me gustara más.

O que empezara a enamorarme, directamente.

Así estuvimos esa semana, hasta que llegó el sábado y me encontré mirando el techo de mi habitación, pensando en que quería volver a hablar con Nahum, hablar de verdad, largo y tendido como habíamos hecho en su habitación.

—Ollie —la voz de papá llegó desde el otro lado de la puerta.

—Pasa —dije.

Él entró. Seguía vistiendo los jeans azules y la camiseta que se había puesto esa mañana, pero estaba descalzo.

—No vayas a dejar eso ahí —fue lo primero que dijo señalando el plato y el vaso que había dejado en el suelo a un lado de mi cama. Hoy nos había ganado la pereza y ninguno había querido hacer comida, y habíamos considerado saltarnos el almuerzo pero al último momento papá decidió que debía ser un padre responsable y darle de comer a su hijo. Pedimos arroz chino a domicilio.

—No lo haré —dije.

Dio una mirada por toda la habitación, buscando tal vez una clandestina planta de marihuana y cuando no la encontró, hizo una boca de pato y dejó escapar una buena bocanada de aire.

—¿No te aburres? —preguntó.

—A veces —admití.

Se cruzó de brazos y se apoyó en la puerta cerrada.

—Buscaré alguien que quiera venir de alguna ciudad cercana hasta acá para instalar Internet —papá soltó un suspiro—. Extraño TikTok.

Eso me hizo reír.

—¿Quién lo diría? El gran empresario Oliver Corrigan, ganador de varios premios a la excelencia, extrañando pasar toda una tarde mirando videos de un minuto que tus socios llamarían contenido chatarra —me burlé.

—Cállate, eso es porque ellos son amargados —se excusó—. Yo soy joven y lleno de vida ¿o crees que no soy capaz de disfrutar de mirar como las personas ordenan su refrigerador en un minuto? Deberías agradecer a esos videos por tener un padre ordenado.

—Y por consumir plástico excesivamente innecesario —dije.

Papá rodó los ojos.

—Extraño ver las películas que yo quiera también —dijo—. En el televisor que compré no puedo ver más que diez canales, y ayer llegué a un canal ya cuando iban a la mitad de la película ¡Y ni siquiera puedo retroceder o darle pausa mientras voy al baño!

Reí con ganas.

—La magia de la televisión abierta —dije—. Deberías acostumbrarte.

—¡No! —frunció su ceño—. Me rehúso a sólo ver lo que otras personas quieren que vea, aprecio mi libertad, gracias.

Flores para Ollie | ActualizandoWhere stories live. Discover now