━ 𝐗𝐂𝐈𝐈: Tú harías lo mismo

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—¿Y tú? —repuso con altivez. No veía que les hiciera esa pregunta a Hagen o a Gjest—. Tranquilo. Si las cosas se ponen feas ahí abajo, no dejaré que te violen —añadió en tono mordaz, a lo que Björn rio entre dientes. Ella, por su parte, volvió la vista al frente y se apartó un par de mechones rebeldes del rostro. Estaba intranquila, sí, pero no iba a admitirlo delante de él por el simple hecho de ser mujer.

Hacía viento, bastante. El aire rugía furioso desde el norte, pero, al menos, no era tan frío y seco como semanas atrás. Se notaba que el misseri de invierno estaba llegando a su fin, lo cual suponía un gran alivio para muchos en el campamento. Aunque aquella temperatura no desagradaba a la skjaldmö, dado que la ayudaba a mantener la mente despejada y a recordar lo que estaba en juego.

—Dudo que Harald o cualquiera de mis hermanos nos hagan daño. Pese a estar en guerra, hay ciertos códigos que se deben respetar —volvió a hablar el caudillo vikingo. Incluso a caballo se veía imponente, con su larga trenza bien peinada y una gruesa capa de piel cubriendo sus anchos hombros—. No obstante, si en cualquier momento ves o notas algo sospechoso, fíate de tu instinto y huye —dictaminó con una seriedad nada propia de él—. No corras riesgos, ¿de acuerdo?

Eivør tan solo asintió. A pesar de cómo habían acabado las cosas entre ellos, Björn la había elegido para que lo acompañara en aquella empresa y ella había accedido, movida por un extraño impulso que no había podido controlar. De modo que ya era tarde para echarse atrás. El arribo de la flota franca había cambiado las cosas, inclinando alarmantemente la balanza a favor de Harald, Ivar y Hvitserk. Dudaba que, en caso de encontrarse en Tamdrup, Rollo aceptara cualquier trato que pudiera ofrecerle el mayor de sus sobrinos, pero las situaciones desesperadas requerían medidas desesperadas y ellos no estaban en posición de desaprovechar ninguna oportunidad.

Así pues, mientras descendían la colina y recorrían el angosto sendero que conducía hacia la entrada de la capital, Eivør se encomendó a los Æsir y a los Vanir para que los amparasen y les permitieran salir vivos de allí.

Así pues, mientras descendían la colina y recorrían el angosto sendero que conducía hacia la entrada de la capital, Eivør se encomendó a los Æsir y a los Vanir para que los amparasen y les permitieran salir vivos de allí

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—¡Alto! ¿Quién va?

Björn alzó el puño para indicarles a sus compañeros que se detuvieran. Dos guardias custodiaban el paso a Tamdrup y uno de ellos, con la mano en la empuñadura de la espada que colgaba de su cinto, les había ordenado que se identificaran. Eivør apretó con fuerza las riendas de su montura, que piafó bajo ella, aunque no permitió que la agitación que aleteaba bajo sus costillas se reflejara en su semblante.

—Soy Björn Piel de Hierro, hijo de Ragnar Lothbrok —pronunció el caudillo vikingo, ocasionando que una nube de vaho emergiera de su boca—. Solicito audiencia con el rey Harald y mis hermanos, Hvitserk y Ivar —apostilló con una determinación abrumadora. Tenía alma de líder, de eso no cabía la menor duda.

Los dos hombres si miraron entre sí, justo antes de que uno de ellos —el que les había pedido que se detuvieran— le hiciera un gesto con la cabeza al otro. De manera inmediata, el que no había hablado se alejó con premura, adentrándose en la ciudad. El centinela restante se mantuvo en su puesto para poder vigilar a Björn y compañía, que aguardaron a que el otro hombre, quien probablemente había ido a comunicarles a Harald, Ivar y Hvitserk su llegada, regresara.

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