La tregua, 1960

357 3 0
                                    

Martín Santomé, viudo con tres hijos mayores, a los que ve poco, trabaja como oficinista en una empresa que importa repuestos para automóviles como aquella en la que trabajó Mario cuando era adolescente. Le faltan seis meces y veintiocho días para jubilarse, y no sabe en qué ocupará su tiempo, que ya es monótono y carente de interés, cuando se retire, a los 50 años, como manda la ley en Uruguay. Un día, el 27 de febrero, entran siete empleados nuevos, cuatro hombres y tres mujeres,entre ellas Laura Avellaneda, de 24 años, que estará bajo sus órdenes. Con ella trabaja y de ella se enamora. Con la prudencia debida, se hace el encontradizo fuera de la oficina y, por fin, se declara: "A mi edad y a su edad, lo más lógico hubiera sido que me callase la boca; pero creo que, de todos modos, era un homenaje que le debía. Yo no voy a exigir nada. Si usted, ahora o mañana o cuando sea, me dice basta, no se hable más del asunto y tan amigos".

Entretanto, están las historias de la oficina, la homosexualidad de uno de sus compañeros, la desvergüenza de la hermanita de 16 años de éste, el descubrimiento que también uno de sus hijos es marica, o maricón, como aparece en la novela. Por fin, Martín y Laura hacen el amor, alquilan un piso, planean matrimonio. Él sigue escribiendo en su diario: "Sábado 13 de julio. Ella está a mi lado, dormida. Estoy escribiendo en una hoja suelta,ésta noche lo pasare a la libreta".

Algunos episodios son sublimes, como el correspondiente al día 23 de agosto. Martín descubre a Laura con uno de sus compañeros de trabajo por la calle y la ve reírse. De pronto, le entra el pánico, teme perderla: "Si un hombre joven la hace reír, ¿cuántos otros pueden enamorarla?". Martín teme que si la pierde un día, por culpa de su único enemigo, la muerte("que nos tiene fichados"), ella, que es joven, podrá volver a enamorarse, iniciar una vida nueva. Laura "tendría su corazón, que siempre será nuevo, generoso, espléndido". El miedo es lo contrario, que si él la pierde un día, por culpa de un hombre joven, su único enemigo, "perdería con ella la última oportunidad de vivir, el último respiro del tiempo, porque si bien ahora mi corazón se siente generoso, alegre, renovado, sin ella volvería a ser un corazón definitivamente envejecido".

Estas lineas, su pesar, su angustia, tienen un premio. Cuando, poco después, Martín se reencuentra con Laura en su apartamento: "La traje hacia mi y mientras la abrazaba, mientras aspiraba el olor tiernamente animal de sus hombros a través del otro olor universal de la lana, sentí que el mundo empezaba a girar, sentí que podía relegar otra vez a un futuro lejano, todavía innominado, esa amenaza concreta que se había llamado Avellaneda y los Otros. "Avellaneda y yo", dije despacito".

El día 24 empieza: "Son raras las veces que pienso en Dios. Sin embargo, tengo un fondo religioso, un ansia de religión. Quisiera convencerme de que efectivamente poseo una definición de Dios, un concepto de Dios. Pero no poseo nada semejante".

Estas palabras, y las anteriores, son como un terrible presagio, pues Laura enferma y muere antes que Mario tenga tiempo de darse cuenta de nada, pero se da cuenta, vaya si se da cuenta, sumido de nuevo en aguas lentas, esta vez sin la posibilidad de volver a salir del remanso de inanidad que se abate sobre él con 50 años. Las líneas finales de esta novela intimista son tremendas: "Desde mañana y hasta el día de mi muerte, el tiempo estará a mis órdenes. Después de tanta espera, esto es es ocio. ¿Qué haré con él?"

Mario Benedetti ~ El poeta cotidiano y profundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora