Capítulo 1

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Había visto desde pequeña como su madre y su abuela sembraban rosas rojas repletas en el jardín trasero de la casa, siempre se preguntaba porqué la plantaban por detrás y no delante de la vivienda si se veían hermosas y deslumbrantes. De todas las oportunidades que ha tenido, hoy era el día, hoy era el tiempo correcto de acercarse a ellas y oler los exquisitos aromas que desde su ventana la cubrían, mientas su madre y su abuela estaban atendiendo la comida era la oportunidad de toda su vida.

Minuciosamente se acercó a ellas, delicadas y dulces, se arrodilló sobre la tierra húmeda, acababa de parar de llover hace poco, rozó los suaves pétalos mojados y la escarlata encandilaba los ojos de la muchacha quisiendo tener que admirarlas con cada detenimiento, una de las espinas le había clavado dolorosamente con descuido en uno de los pulgares de su mano y se quejó un segundo, una diminuta gota de sangre se hizo presente en ella, tan parecida a la vez a las rosas rojas que sonreían en medio del patio. Lo que la chica no sabía es que algo estaba a punto de cambiar en este encuentro, su vida estaba a punto de reconocer un pedazo de verdad, un fragmento que imaginó jamás sería leído ante sus oídos y visto ante sus ojos. Si eso era posible.

—¡Hija, Angela, Alina está en los rosales! —gritó la señora a la mujer alta y delgada de cabellos rizos oscuros.

—¿Qué? —Angela ensanchó los ojos y corrió para ver a través de la ventana cristalina.

—Alina ha olvidado no acercarse a las rosas mamá —dijo desesperada.

—No es eso, le ha pinchado una rosa. —La mujer con ojos inquietos y arrugada frente replicó.

—¿Qué? —Se quedó atónita con el corazón martilleando tras las costillas y se había volvido para girarse hacia el vestíbulo y cruzar la puerta.

—No, Angela, espera, no podemos hacer nada...

—Escucha mamá probablemente puede que lo que viste esté fuera de orden y puedo evitar un problema, no, una muerte...

—No digas luego que te advertí, yo lo ví... —le habló con una fuerte voz para que la oyera a medida que se alejaba del interior de la cocina.

La Señora Ward se había movido demasiado rápido, con el peso del dolor y preocupación, matando todo sus sentidos y su ser se puso a avanzar hacia su hija pensando en todo lo que podía decirle todo de una vez o talvez que podía no advertirle, a cuestas de que le costaría la vida, ¿qué haría si Alina supiera toda la verdad?. No, la pregunta sería, ¿cómo le diría si empezaba a preguntar?

No podía enfermarse, no podía, Angela se distorsionó en la cabeza.

Casi con las lágrimas en los ojos se aproximó y vió a la muchacha complacida de sentirse rodeada por tanta hermosura escarlata, de repente le pareció verla extrañamente distinta, sus ojos eran más azules que antes, más oscuros que hoy en la mañana, sus cabellos rubios que solían ser muy pálidos bajo el sol eran sorprendentemente aún más pálidos, con unos tonos menos en cada mata de su pelo de oro. Su piel blanca y cremosa como la leche dieron lugar a un blanco papel. Era más hermosa.

—Mamá... —dijo su hija y ella pestañeó varias veces antes de mirarla con cuidado y disimulo.

—Pregunté porque me miras así. —Antes se que pudiera hablar, Alina comenzó a farfullar—. Lo sé mamá, perdóname, castigame todo lo que quieras, estás molesta, lo veo, es porque desobedecí y estoy aquí entre todas las rosas, pero por favor, solo quiero estar un rato más, nunca las he sentido y olido en mi vida, es la primera vez que las veo de cerca y las admiro, déjame un momento y luego puedes castigarme un año. Lo acepto.

—¿No dirás nada? —inquirió la muchacha viendo que su madre no hablaba ni le regañaba o le tiraba a jalones para apartarla, cosa que tampoco haría jamás, ella siempre se ponía de malas cuando le hablaba de las rosas o le pedía verlas o tocarlas; aunque sea que le permitiera regalarle una y tenerlas en su habitación adornada, siempre que protestaba le reprendía duramente, recordó.

Amenaza. Aroma de Rosas IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora