—Okey, gracias.

La castaña blanqueó los ojos y le preguntó:

—¿Cuál te quieres hacer?

—Aquí hay gato encerrado —fue lo que dijo Yeferson.

—¿Qué? Claro que no. Solo intento hacer algo lindo por ti después de todo lo que...

Yeferson sonrió con malicia y se llevó los dedos índice y medio a los labios para depositar un pequeño beso en ellos.

—Idiota —siseó ella—. Es que casi siempre me llevas comida de tu trabajo y me regalas pequeñas cosas que me gustan, y hoy yo quiero regalarte algo a ti.

El moreno arrugó la nariz.

—Me dió diabetes auditiva.

—No hagas que me arrepienta de esto, cabrón.

—Empezamos a agredirnos verbalmente otra vez, enana siniestra.

—Es tu culpa por ser tan gilipollas.

—Fastidiosa...

—Ya.

—Okey —cortaron el mal rollo—. ¿Te vas a hacer uno tú también?

—No. No me van las perforaciones —ella mordió el interior de su mejilla.

—¿Y los tatuajes?

—Menos —Deb le estaba mintiendo en la cara, pero era creíble porque él no conocía aún sus piercings ni su tatuaje minimalista. Ojalá no se diera cuenta de la mentira.

—Siempre hay una primera vez, ¡Pana! —llamó al tipo de blanco.

—¿Ya decidieron?

—Sí, ella se va a tatuar.

Débora abrió los ojos como platos y ni siquiera pudo decir que eso era falso porque Yeferson le tapó la boca con una mano.

—Bien, ¿Qué va a querer?

Yeferson tuvo que tragarse las ganas de reír.

—«Aquí solo come Yefelson» en la pelvis, con letras malandras.

—¡No! —exclamó Débora en su defensa al soltarse y empujar a su hermanastro por la cabeza.

—Algún día —el moreno suspiró.

El tipo ni siquiera se sorprendió ni le vino en gracia la situación, un sinfín de peores trabajos había hecho ya.

—Bueno, como sea —habló Yeferson, ojeando la carpeta de los precios—. Quiero uno en la ceja y otro en la nariz.

Dicho esto, el tipo de blanco lo hizo pasar a una pequeña sala con las paredes tapizadas de diseños de tatuajes. Después de esterilizar las piezas y las aguas, el tipo lo anestesió mientras le daba varias indicaciones de cómo cuidar la cicatrización de las perforaciones, pero Yeferson no le estaba parando ni media bola.

Cuando salió, Débora lo estaba esperando en un sillón vinotinto. Pagó y se fueron.

—¿Quieres helado? —preguntó él cuando casi llegaban.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now