Fernanda

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Se despertó asustada por los gritos que se oían fuera de su habitación. Su hermanita estaba al lado. Ya iba a comenzar a llorar, la tranquilizó, la abrazó y le tocó su espaldita para que se volviera a dormir.  Los gritos continuaban, al aguzar su oído escuchó a su madre, se asustó, metió su cabeza bajo la almohada y esperó que todo pasara, pero no sucedió. Ahora su madre lloraba. Se levantó de su cama, fue hasta la puerta y la abrió cuidadosamente.  

Su padre tenía agarrada a su madre fuertemente y la empujaba contra la pared; mientras que con una mano la sostenía de sus muñecas, con la otra la golpeaba. Tenía marcas en la cara y unas gotas de sangre en su boca. Había algunas cosas en el piso, cuadros y adornos que con el forcejeo de su madre habían caído. Ella luchaba para soltarse, pero no lo lograba, la fuerza de su padre era mayor. 

No siempre fue así. Pablo y Andrea se conocieron en el trabajo. Pablo trabajaba en la construcción y Andrea era auxiliar administrativa. Se veían de lejos, Pablo le giñaba el ojo y ella bajaba su mirada al sentirse intimidada. Comenzó a esperarla fuera del trabajo, la acompañaba hasta su casa y así comenzaron una bonita amistad, que terminó en noviazgo. Después de mucho pensarlo decidieron vivir juntos, se mudaron y luego Andrea quedó embarazada de Fernanda y luego de Gabriela. 

El primer año fue perfecto, Pablo era el esposo ideal, el hombre que siempre había esperado, la consentía, la cuidaba, no permitía que nada malo le pasara. Con el tiempo las cosas comenzaron a cambiar, la comida comenzó a escasear y el ambiente en casa se estaba tornando amargo, peleaban porque no alcanzaba el dinero para los gastos o porque Andrea saludaba a los vecinos, o porque usaba alguna prenda que mostrara parte de su piel.  Comenzó a llegar tarde a casa, no quería estar allí, era mejor salir a tomar con sus amigos para olvidarse de los problemas que tenía en casa con su mujer.

Pablo llegaba a la casa tarde, alicorado y con ganas de pelear. Se desquitaba con Andrea.  Le decía que ella era sólo de él, que nadie más podía mirarla, ni saludarla. Los golpes se los daba generalmente en el rostro para que no pudiera salir a ningún lado, en algunos casos la golpeaba también en su cuerpo con patadas o golpes con sus manos. Andrea todo el tiempo estaba atemorizada, miraba constantemente el reloj. Si a las nueve de la noche, él no había llegado, comenzaba a desesperarse, sabía que llegaría mas tarde a golpearla. Comenzó a tener crisis de ansiedad y de estrés, su temperamento comenzó a cambiar, lloraba todo el tiempo, no quería seguir viviendo, temía contarle a los demás su historia por miedo a que Pablo se vengara con ella o con las niñas.

Fernanda salió de su habitación— No peleen— les dijo con sus ojos llenos de lágrimas.

— Acuéstate mi amor— le respondió Andrea, no quería que su padre también la golpeara.

Fernanda estaba muy asustada y no soportaba ver a su mamá llorando; así que pensó si podía hacer algo. Recordó que en el cuarto de sus padres, sobre el nochero, estaba el teléfono fijo y en un papel debajo del vidrio, se encontraba anotado el número de teléfono de sus abuelos, así que los llamó. El timbre sonó un par de veces y contestó su abuelo con voz soñolienta. Le preguntó que pasaba, que porque llamaba tan tarde. Ella le contó que su papá le estaba pegando a su mamá y que necesitaba ayuda. Sus abuelos llegaron cinco minutos después e intentaron calmar a Pablo, pero él se enfureció con la niña por haberlos llamado y les dijo que no tenían nada que hacer allí, que se fueran y que no se metieran en su vida.  Ellos salieron de allí tristes con el actuar de su hijo, era claro que no podían hacer nada para solucionar la situación; los ojos furiosos de su hijo quedaron guardados para siempre en su memoria.

Después de que sus padres salieron de la casa. Pablo sintió una rabia inmensa con Andrea y con la niña, les gritó: — !Esto no se los voy a perdonar!— Sujetó a Andrea del pelo y le dio un golpe contra la pared. Fernanda estaba muy asustada, se escondió detrás del sofá, pero al ver que su mamá estaba sufriendo, decidió enfrentarlo y se fue contra él con toda su rabia. Lo empujó e hizo que su padre perdiera el equilibrio, al tener aún licor en la cabeza se fue de bruces y cayó contra la mesa de centro de la sala, perdiendo el conocimiento. La sangre de su cabeza comenzó a inundar la habitación.

Andrea no podía creer lo que había pasado, le gritaba: —¡despiértate por favor, no te mueras! Tomó el teléfono y llamó a un hospital, le enviaron una ambulancia que llegó diez minutos después. Lo evaluaron determinando que no tenía signos vitales, había muerto por el impacto.

Los paramédicos llamaron a la Policía y a Medicina Legal quienes hicieron la inspección necesaria y el levantamiento del cuerpo. La Policía llevó a las niñas con sus abuelos y a Andrea a una Estación de Policía cercana, donde le preguntaron por lo que había pasado.  Andrea les contó que recibía un maltrato constante por parte de su esposo, pero que no se había atrevido a denunciar porque temía por su vida y por la de sus hijas. Les informó que había pasado esa noche, pero omitió contarles que Fernanda había estado allí, les dijo que había empujado a su marido en defensa propia. La dejaron en la estación mientras los jueces del caso evaluaban la situación. Duró allí dos semanas, recibiendo mala comida y maltrato.  

A Pablo lo enterraron dos días después, sus hijas estuvieron presentes, Fernanda no quería estar allí, se la pasó llorando y gritando toda la ceremonia, el recuerdo de la muerte de su padre, la atormentaba. Andrea no pudo asistir, el juez del caso debía definir su condena.

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