Vacío

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Siempre le había gustado volar. Lástima que lo estuviera viviendo veinte metros antes de tocar el suelo.

Antonia creció rodeada de mucho amor. Sus padres tenían una empresa de jeans que había comenzado con tres trabajadoras y ahora tenían sucursales en las ciudades más importantes del país. Hacía poco había comenzado a estudiar veterinaria en una Universidad Privada. Tenía diecinueve años, le encantaban los animales y salir a explorar bosques y montañas. Sus padres no le habían permitido tener mascotas por lo que esperaba terminar rápido sus estudios para cumplir su sueño de tener un albergue de perros abandonados.

Ese día se levantó muy temprano y se fue para la universidad, después de terminar sus clases, se encontraría con su novio, con el que llevaba una relación de tres años. Habían estudiado juntos la secundaria, pero ahora habían escogido caminos diferentes, el estudiaría economía en otra universidad. Camilo llegó ese día preocupado sin saber cómo decirle a Antonia que ya no quería continuar su relación. Cuando se encontraron Antonia lo abrazó y no recibió respuesta. Él estaba congelado sin saber que decir. Después de un incómodo silenció, le contó que se había enamorado de Clara la mejor amiga de Antonia; que ya no sentía lo mismo que antes y que lo mejor era continuar como amigos. Antonia no pudo aguantar sus lágrimas y salió corriendo de allí. Camilo quedó preocupado, la llamó en varias ocasiones, pero ella no contestó sus llamadas.

Antonia tomó las llaves de su carro y condujo por varias calles de la ciudad mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas, pensaba cual había sido su error. Ella le había entregado todo, él siempre había sido su confidente además de Clara. No tenía con quien hablar, sus padres siempre andaban ocupados en la fábrica y en las nuevas sucursales que pondrían en otras ciudades. Paró en un supermercado y se compró una botella de tequila, quería ahogar sus penas así fuera con alcohol.

Llegó a su casa, por suerte no había nadie, no quería dar explicaciones, ni tenía ánimos para hablar, por lo que llegó directo a su habitación. Allí recordó todos los momentos vividos y comenzó a beber tequila. Apagó su celular y se quedó dormida con una foto de Camilo en sus manos. No entendía en qué momento las cosas habían cambiado si estaban tan bien entre los dos, o eso pensaba.

Se despertó a las 9 de la noche, se asomó a la ventana, puso un pie sobre el marco luego el otro, suspiró y se dejó llevar por el vacío. No quería seguir viviendo. No quería perder a Camilo. No quería estar allí. En sus últimos segundos de vida sintió el viento en su rostro, era maravilloso volar, sentir que era parte de todo.

Sus padres habían llegado a casa y no habían querido molestarla porque la vieron dormida en su cama, no se imaginaron que dentro de su cabeza había tristeza y confusión. Estaban en su cuarto hablando sobre las nuevas metas para apoyar a Antonia con su refugio de perros. Sonó el teléfono, su madre contestó, era de la portería para avisarles que su hija estaba en el primer piso, que parecía que había sufrido una caída. 

Ellos bajaron lo más rápido posible y se encontraron con la peor escena que un ser humano puede ver: la muerte de su hija. El cuerpo estaba destrozado por la caída, su niña, su mujercita, no era ella la que estaba allí, su alma había partido antes de caer, tal vez en el momento en el que se sintió libre de volar. No dejó cartas, ni expresó nada antes de esa fatídica decisión. Antonia no consumía alcohol, era una mujer feliz. En su cuarto sólo encontraron media botella de tequila, su celular apagado y la foto de Camilo en su almohada.

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