—Naweboná pure, la borracha pareces tú. Kike pasa pa' adentro, si quieres paso pa' arriba.

—Has caso y cállate la boca.

El susodicho solo gruñó al pasar de largo hasta el apartamento y, acto seguido, encerrarse en su cuarto.

Débora suspiró con un poco de alivio y, solo entonces, pudo irse a clases menos preocupada.

~•~


—¡Hola amigos, soy Mickey mouse! Jo ja —exclamó Gabriel al llegar al salón de clases, adoptando la voz de dicho personaje y causando que casi todos rieran.

Cuando se sentó junto a Débora e intentó darle un beso en los labios como saludo, ella lo esquivó, y los labios de él terminaron impactando contra su mejilla.

—¿Estás bien? —Gabriel trató de no dar tanta importancia al rechazo repentino mientras le acariciaba la espalda.

—Yeferson, tío —masculló ella en un suspiro—. Desapareció durante casi dos días y llegó dando tumbos al apartamento. Antes hemos discutido y por eso se fue, ahora me siento culpable porque se haya tomado hasta el agua de los floreros después de haberla liado.

—¿Y qué pasó exactamente?

Ella empezó a enrrollarse el cabello antes de contestar.

—Me besó, después le dije cosas feas y... El resto ya lo sabes, armó todo un escándalo en la sala diciendo que me amaba y luego se fue.

—¿Y te gustó?

—¿El qué?

—Que te besara.

Débora hizo un mohín de duda, recordando la mano apretando su cuello, la cercanía tan peligrosa que casi la ponía a balbucear...

—Puede —fue lo que contestó.

—Okeeeey, creo que me estoy poniendo celoso —bromeó Gabriel—. No es nada que una buena disculpa no resuelva, Deb.

—Vale, pero es solo eso —confesó ella—. Natalia se fue anoche a una fiesta con el fresita. Intenté llamarla antes de irme a dormir y su celular salía apagado, y todavía no ha llegado.

—Tal vez está pasando la rasca de anoche...

—No, Gabo —Débora lo interrumpió—. En el poco tiempo que llevo conociendo a mi amiga, sé que podrá ser muchas cosas; una promiscua mal hablada, amante a la fiesta y borracha en ocasiones, pero no es irresponsable con sus estudios. Es la primera que llega todas las mañanas, y nunca prefiere una fiesta antes que terminar sus tareas. Algo malo debió haberle pasado para desaparecerse así de la noche a la mañana.

Gabriel le dió la razón en silencio y la rodeó con un brazo.

—Al salir de aquí, vamos hasta su casa, ¿Sí?

—Vale —accedió ella mientras Gabriel depositaba un beso sobre su cabello—. Eres el mejor novio falso del mundo.

Él se echó a reír y dejaron de hablar cuando entró el profesor de biología para dar su clase.

~•~

La fachada exterior de la casa de Natalia se veía bastante antigua. Era horizontal, pintada de un color crema que parecía desgastarse con los años, ventanas grandes de madera barnizada con barrotes de cemento pintados de color caoba. En el pequeño jardín de la entrada, había un conjunto de flores a puntos de marchitarse por la intensa radiación solar, y varias matas de sábila sembradas en potes de pintura que lucían inquebrantables y bien verdosas.

Cuando Gabriel tocó la puerta de la entrada, apretó la mano que tenía entrelazada con la de Débora para transmitirle una confianza de la que carecía. Él tampoco tenía un buen presentimiento.

Casi al instante los recibió el hermano mayor de Natalia, vestía una bermuda roja y una camiseta blanca con huecos mínimos que delataban la vejez de la tela.

—No ha salido de su cuarto en todo el día —hizo saber cuando sus amigos relevaron el motivo de su visita—. Sé que sí está ahí porque anoche llegó revolviendo todo, pero no le hemos visto la cara.

Aunque Débora siempre fue considerada como una chica correcta, en ese momento no le importó ser mal educada al meterse en casa ajena y tocar la puerta del cuarto de su amiga con una insistencia desesperada.

—¡Nata! ¡Nata! —llamaba y llamaba, pero nadie le abría—. ¡Natalia!

El hermano de la susodicha se extrañó y fue en busca de la puerta del cuarto. Era común que Natalia no saliera cuando se quedaba sola en casa con él, ya que no eran muy simpáticos entre sí, pero que no saliera a recibir a sus amigos lo alertó.

Cuando logró quitarle el seguro a la puerta, Débora y Gabriel entraron, el segundo puso una mueca al ver el desastre que era el cuarto.

—Tampoco es que yo viva en un palacio, pero esto es un cuchitril.

Prendas de ropa limpia y sucia revueltas por doquier, papeles de chucherías y las esquirlas de un espejo roto desperdigadas por el piso.

Sobre la cama con sábanas desechas yacía Natalia dándoles la espalda, aún tenía puesto el vestido de la noche anterior, pero su cabello parecía un nido de pájaros violentos.

—Nata —Débora la sacudió por el hombro, pero su amiga no respondía—. Nata —insistía.

—Ya, Natalia. Nos estás asustando —farfulló Gabriel y se acercó hasta la cama para voltearla.

Ambos quedaron petrificados al contemplarla. Tenía los ojos cerrados, el maquillaje corrido y un líquido espumoso manchaba sus comisuras. En su mano se encontraba un frasco de pastillas con distintos analgésicos de diversos miligramos; eran medicamentos ligados que solo podía usar una persona para un fin: el suicidio.

Débora temblaba de pavor mientras Gabriel se llevaba las manos a la cabeza y se apresuraba a cargar el cuerpo inconsciente entre sus brazos para sacarla de ahí.

—¡Llama una ambulancia! —le gritó Débora al hermano de Natalia mientras abría la puerta para que saliera Gabriel—. Que nos consigan en el camino.

El chico se quedó pálido un momento antes de asentir y marcar con torpeza a los bomberos.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now