CAPITULO 1

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CAPITULO 1

Londres, 1865

Lord Edward de Montville se encontraba sentado en la primera fila, junto a su hermana Amanda, en el funeral de su padre. Todos sabían que esa hora iba a llegar, el duque llevaba varios días enfermo en su lecho. La noche anterior recibió un mensaje en su residencia de soltero. Su hermana le pedía que fuera inmediatamente a la mansión de Montville.

Edward no se hizo de esperar y se dirigió hacía allí nada más terminar de leer la nota. Su padre le había mandado llamar para hablarle antes de reunirse con el creador.

-Ahora serás duque – le dijo su padre cuando Edward se sentó a su lado en la cama – quiero que le busques un buen matrimonio a tú hermana y a tú prima.

En ese momento su padre tuvo un ataque de tos que le dejó más débil todavía.

-Padre… - Edward intentó calmarlo, pero su padre no se dejaba ayudar.

-Y tú tienes que casarte y dar un futuro heredero al ducado – dijo su padre en un susurro.

-Padre por favor, no se canse.

-Mi hora ya ha llegado hijo – dijo en un tono quedo – y quería que supieras que te quiero y que me siento muy orgulloso de ti. Serás un gran duque.

En ese momento el duque soltó su último suspiro. A Edward se le llenaron los ojos de lágrimas. Le dio un beso en la frente y salió de la habitación.

El funeral estaba siendo emotivo, muchas personas habían ido a darle el último adiós al duque. Su hermana lloraba en silencio a su lado. Él ya había llorado lo suficiente la noche anterior, no le quedaban lágrimas. Su padre fue un hombre autoritario, pero de buen corazón. Hasta la hora de su muerte había seguido llorando a su mujer, que había muerto hacía ya diez años. Su hermana y él le aconsejaron que volviera a casarse, pero él no quiso, seguía enamorado de su mujer. Ahora por fin podría reunirse con ella.

Una hora después se fueron todos a la mansión a tomarse un refrigerio mientras hablaban sobre la vida del duque.

Edward se había instalado en la biblioteca, una enorme habitación repleta de libros. Había una chimenea en una de las paredes, y varios butacones para sentarse. El escritorio era una gran mesa de roble de color oscuro, y la gran butaca que la presidía estaba tapizada de terciopelo rojo como las enormes y magníficas cortinas que adornaban los grandes ventanales.

Edward se sentó en una de las butacas que había junto a la chimenea con una copa de coñac en la mano. Sus amigos, el vizconde Chris Falcón y el marqués Dennis Amstrong, se sentaron repartidos por los distintos sillones que había en la estancia.

-¿Cómo te encuentras Edward? – le preguntó el marqués a su amigo al verlo tan serio y callado.

-No lo sé – dijo Edward con sinceridad – todavía no me puedo creer que se haya ido.

-Ya estaba muy deteriorado – replicó Chris desde su asiento.

-Sí, ahora por fin podrá descansar en paz – Edward se levantó y se apoyó en la repisa de la chimenea mirando el fuego – por fin se reunirá con su amada esposa.

Sus amigos guardaron silencio. Sabían que iba a ser difícil para su amigo. Al día siguiente se convertiría oficialmente en duque, junto con todo el trabajo que eso conllevaba.

-Tu hermana parece muy afectada – dijo Dennis de pronto.

-Sí, adoraba a nuestro padre – Edward se dio la vuelta y volvió a sentarse en su butaca – necesitará tiempo para superarlo.

La Reconquista De La PrincesaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora