━ 𝐗𝐂𝐈: Una decisión arriesgada

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Eivør prefería dejarse las manos afilando espadas y hachas y reparando escudos que estar día y noche con los heridos y moribundos. Puede que sonara cruel y egoísta, pero si ya se le encogía el corazón cada vez que escuchaba sus gritos agónicos, no quería ni imaginarse cómo sería todo viéndolo de primera mano. Estaba habituada a la sangre y a las heridas, a ver muñones ensangrentados y vísceras colgando... Hasta el punto de que muy pocas cosas la impresionaban.

Pero aquello era diferente.

Esas personas que se debatían entre la vida y la muerte eran sus compañeros, sus camaradas. Y el hecho de saber que el número de muertos y heridos no haría más que aumentar en las próximas semanas le ponía el vello de punta.

Drasil, en cambio, sí que había estado ayudando en la enfermería, al igual que su madre Kaia. Ella, sin embargo, prefería colaborar en otras faenas, como la caza y la vigilancia. No le importaba pasarse largas noches en vela, escrutando los alrededores y cuidando que no hubiese nada fuera de lugar. Lo prefería antes que estar inhalando constantemente el insufrible hedor de la muerte, como hizo cuando su progenitor cayó gravemente enfermo.

Se habían establecido turnos de guardia a lo largo y ancho del campamento y también se habían enviado pequeños grupos de exploración para mantener vigilado al enemigo. Vestfold quedaba a dos días de allí, puede que a uno si se viajaba en drakkar por el río, y había sido la última avanzadilla que Björn había enviado al reino de Harald la que les había comunicado las malas nuevas.

—¿Seguro que eran soldados francos? —La atronadora voz de Piel de Hierro se impuso al silencio que se había instaurado entre los que se habían reunido en aquel improvisado concilio—. ¿Llevaban el emblema de Rollo?

Aquella mañana el grupo de exploración que había partido hacía cinco días había regresado al asentamiento con la noticia de que varios barcos habían arribado a las costas de Tamdrup. Debido a ello, los miembros más notables del ejército se habían congregado en una pequeña carpa para tratar con mayor profundidad aquel inesperado contratiempo y debatir lo que hacer a continuación.

—Sí, estoy segura. Y era un gran número —corroboró la mujer que había dado la voz de alarma. A su lado se encontraba el hombre con el que había viajado—. Vimos muchos barcos. Demasiados para contarlos —añadió.

Ante la convicción con la que hablaba aquella skjaldmö, Björn se pasó una mano por la cara en un gesto cansado. Junto a él, también acomodada en una silla de madera, Lagertha tenía los codos apoyados en la superficie de la mesa en torno a la que estaban sentados y la barbilla colocada en el dorso de sus manos unidas. Su ceño estaba fruncido a causa de la preocupación que le generaba aquel giro de los acontecimientos.

En esa misma mesa, con sendas expresiones de intranquilidad, se encontraban también Kaia, Ubbe, Drasil, Eivør, Torvi, Svase y su hija Snæfrid.

—Por eso no han vuelto a atacar, dejando que transcurrieran los días —apuntó La Imbatible—. Porque estaban esperando la llegada de esos navíos.

—¿Y por qué iba a enviar Rollo soldados a Hvitserk y Ivar? —cuestionó Ubbe, malhumorado—. Todos somos sus sobrinos, hijos de Ragnar.

Björn profirió un lánguido suspiro.

—No lo sé —dijo, aún con su enorme mano cubriéndole el rostro—. Pero si ha venido, a lo mejor puedo hablar con él. —Esta vez miró a su hermano, y luego al resto de los presentes.

Eivør, que jugueteaba distraídamente con las hendiduras de la mesa, pasando la punta de su puñal por ellas, negó con la cabeza. Las heridas de su semblante se estaban curando bien, aunque aún tenía una gran costra de sangre reseca en el labio inferior.

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