Parte 20: Sacrificios

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|Arvin Russell|

Después de pasar horas caminando por toda la carretera y de pedir para que alguien me diera un aventón, un auto pareció acercarse al fin. 

—¿A dónde estás yendo? — preguntó el hombre en el asiento del copiloto.

—A Meade, Ohio — contesté — ¿Lo conocen?

—Claro, es el de la fábrica de papel, ¿No? — se sacó el cigarro de la boca y miró a la mujer — De hecho, vamos a pasar justo al lado, ¿Verdad, cielo?

La mujer solo volvió la vista al frente con una expresión poco amigable.

Me subí en la parte de atrás y ella arrancó el vehículo.

—¿Y para qué vas a Meade? — preguntó el sujeto.

—De visita nada más.

—¿Tienes familia ahí?

—No — contesté — Pero viví allí hace mucho tiempo.

—Lo más seguro es que no haya cambiado mucho — continuó — La mayoría de pueblos pequeños no cambian.

—¿De dónde son? — pregunté.

—De Chesterfield. Vamos a Chicago. Nos gusta conocer a gente nueva, ¿Verdad, cariño?

—Por supuesto.

Aquella mujer tenía una actitud bastante cansada y a su vez, fastidiada. Acorde con su imagen. Era flaca como un palillo y se veía sucia. Tenía la cara embadurnada de maquillaje y los dientes manchados de amarillo, muy seguramente por culpa del exceso de cigarrillos y el abandono. Del asiento de delante venía un fuerte olor a sudor y mugre, y supuse que a aquellos dos les hacía falta bañarse.

—Diablos, mi vejiga ya no es lo que era antes — rio — Vamos a detenernos para que yo pueda echar una meada, ¿Bien?

—Sí, claro.

Fruncí el ceño al llenarme de ese sentimiento de desconfianza.

—Aquí a la derecha sale un camino — le indicó.

—¿A qué distancia? — preguntó ella.

—Quizá un kilómetro y medio.

Me incliné un poco y miré más allá de la cabeza del hombre en dirección al parabrisas. No vi ninguna señal de que hubiera un camino, y me pareció un poco raro que supiera que había uno más adelante si no era de por aquí.

En cuanto la mujer apagó el motor, el hombre abrió la guantera. Sacó una
cámara de aspecto costoso y la sostuvo en alto para que la viera. Él la miró nuevamente y sonrió. Abrió la puerta y salió del auto para poner los antebrazos en mi ventana.

—Es un bonito lugar, ¿No te parece? ¿Por qué no salimos y dejas que te haga unas fotos con Sandy?

—No, mejor que no. He tenido un día bastante duro. Solamente quiero llegar a Meade.

—Oh, vamos, hijo, si no son más que unos minutos — volví a negar a lo que el pareció masticar imaginariamente algo en su boca — ¿Y si ella se desnuda para ti?

El Castigo Divino (Arvin Russell y tú)Where stories live. Discover now