—No olvides traer el agua mineral, se ha terminado.

—¿Eh?

—¿Has prestado atención a lo que dije, Donald?

—Sí, ya vengo.

Había aprendido el fino arte de la apreciación a escondidas, cuando Lhoki iba a la cocinar por algo, aprovechando ese momento para fijar su atención en los gestos de Tony, su forma de mover sus manos como si estuviera espantando algo en todo momento o esa boca que nunca terminaba de contar sus historias cual Sherezade de las Mil y Una Noches. Sus ojos teniendo esa chispa de travesura, aunque todavía cargaran con esa melancolía de su relación pasada. Donald buscaba hacer bromas, no para animarlo, era un motivo más egoísta, deseaba que el castaño le sonriera, a él y solamente a él. Podía perderse en sus ojos chocolate por horas si era necesario, contentándose solo con el breve bocado de disfrutarlo por unos segundos mientras Lhoki regresaba con cucharas para el café.

—Me he dado cuenta de que no tenemos más de la crema irlandesa.

—Dijiste que no te había gustado la nueva marca.

—Es verdad —sonrió Lhoki volviéndose hacia Tony— Si pudiera ser como este tonto que lo bebe hasta sin azúcar y lo más amargo posible, lo haría.

—Yo expreso mi sorpresa porque no seas amante del té, tienes más pinta de ser un señor del té que un señor del café.

—Te recuerdo que soy un escritor, los escritores bebemos café.

—No todos.

—Dime uno que no lo haga.

—Bueno... suelen combinar el café con alcohol así que no es propiamente solo café.

—Eso puedo hacer.

—Lhoki —Donald le sonreía entonces— Sin beber.

—Déjalo, Don —Tony le guiñó un ojo— ¿No sabes que los mejores escritores eran bebedores compulsivos?

—Agradezco su seria preocupación no solo por mi salud sino mi reputación como buen escritor, Tony.

—Oh, Lhoki sabes que te amo.

Este solo rodó sus ojos, dándole un coscorrón al lindo americano quien rio, chupando su cuchara de café en el proceso. ¿A qué sabrían sus labios? Posiblemente a café y esas donas que aparecían misteriosamente en el buzón comunitario. Donald suspiró, bebiendo su vino, recriminándose por estar haciendo eso en presencia de su esposo, uno que se levantó en esos momentos.

—Debo llamar a Amora, los dejo para que sigan charlando.

—¿No volverás?

—Prefiero no prometer nada, Amora puede mantenerme al teléfono hasta medianoche.

—Wow, qué dedicada —bromeó Tony.

—No dejes que Tony lave los trastes, no sabe hacerlo.

—¡Hey!

—Lo prometo —asintió Donald.

A veces su mente lo engañaba diciendo que Tony estaba interesado en él, porque cuando se quedaban así, a solas, el castaño parecía tímido con un ligero sonrojo que buscaba justificar por el vino fuerte o que sentía que decía bromas estúpidas que el humor europeo no llegaba a comprender. Se miraban en silencio, a Donald le parecía que se mantenían así por una eternidad, solo eran un par de segundos donde sus expresiones no eran propias de un recién llegado y un hombre casado.

—He estado pensando en que quizás pasaré aquí Navidad.

—Siempre eres bienvenido, Tony.

—Gracias... no lo sé, igual T'Challa me invite a su jungla aunque no soy fan de vivir el invierno sudando cual chanchito.

Veinte millasWhere stories live. Discover now