Atributos con Photoshop

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—¡Yeferson! —una voz masculina se escuchó en la lejanía. Al asomarse por la ventana, vio a Brayan en el estacionamiento con un balón bajo el brazo.

—¿Qué pasó, causa?

—¡Muga fubo!

—¡Ya voy!

Cuando se volteó, vio que Débora todavía estaba ahí parada, de brazos cruzados.

—¿No que muy ocupado?

—Para ti siempre voy a estar ocupado, fastidiosa.

Sin más, se puso una gorra y salió del cuarto.

Débora, queriendo cobrarse los malos tratos del capullo de su hermanastro, agarró el cuaderno que tenía en la cama y lo revisó con una sonrisa burlista. Empezó a cambiar los números de las fórmulas y las resistencias. Al sentirse satisfecha con la pequeña bromita, se encerró en su habitación. Yeferson era tan bruto que no se daría cuenta hasta ver el cero en sus calificaciones.

~•~


Al oscurecer, Yeferson atravesó la puerta del apartamento, sediento y hediondo a culo de mono. Cuando revisó la nevera para empinarse el pote de transparente de refresco que usaban como jarras para el agua, apareció Débora con una ropa sencilla y la cara medio maquillada.

—Yeferson...

Él suspiró mientras jadeaba por haber saciado su sed, gotas de agua resbalaban de la comisura de sus labios. Débora tuvo que disimular su mueca de asco. Siempre él, tan ordinario.

—No me hables ahorita vale. Ando más mamado que teta e' puta.

Ella solo blanqueó los ojos y llamó la atención de Miguel David, que estaba en el sofá, ahora leyendo El caballero de la armadura oxidada.

—Padre, Yefe tiene planes para esta noche y me está invitando, ¿Puedo ir?

El aludido casi se ahogó. No tanto porque a leguas se notaba que la muy agüevoniada era malísima para mentir, sino por el «Yefe». Cínica.

—¿Dónde váis? —inquirió Miguel David con desinterés, pasando la página del prólogo.

Débora miró a su hermanastro sobre su hombro en busca de un apoyo que, a ser sincera, sabía que más tarde se lo cobraría con intereses.

—Vamos pa' Las Cabañas.

La castaña ni siquiera sabía qué o dónde era eso, pero esbozó una sonrisa cuando su padre los miró a ambos de arriba a abajo y luego se alzó de hombros.

—Está bien, os cuidáis. Y si váis en el carro, me lo traéis con gasolina.

—Te adoro —dijo Débora, dando un beso a su padre en la mejilla y corriendo a su habitación para confirmar su asistencia a la pijamada.

Yeferson no aguantaba la risa cuando Miguel David lo amenazó con la mirada, pero no le dijo una sola palabra.

Más tarde, Débora tocó la puerta de la habitación de Yeferson, emocionada por pasar una noche de chicas, maratón, palomitas y esmalte de uñas.

—¿Qué quieres? —preguntó él cuando salió.

Débora hizo todo lo posible por mantenerle la mirada, ya que él había salido sin camisa y, aunque fuese un capullo, no podía negarse a sí misma que su abdomen marcado era agradable de ver.

—Ya me voy, capullo.

—¿Me importa? No me impolta.

Cuando estuvo apunto de cerrar la puerta, ella se coló al interior de su habitación. Era más decente poner el pie, pero su hermanastro era capaz de dejarla punto y coma solo por ser un imbécil.

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now