Se formó el despeluque

Začať od začiatku
                                    

»La situación del país se puso ruda, y todavía mi vieja le echa bolas para tenerme con una sonrisa en la cara. Pero ya estoy grande, ya sé cómo es todo. Me metí en este lío para ver si reunía los suficiente para comprarle una casa más bonita en un lugar más seguro, o para mejorar el ranchito, pero... —se le salían las lágrimas—. Nada más se lo quería contar a alguien. La cagué y ahora estoy jodido. Tengo miedo de decepcionar a la mujer que me enseñó buenos valores hasta el cansancio y que lo ha dado todo por mí.

—¿Y si vendes la droga y se piran del país? Por la trocha.

—Mi mamá no se quiere ir. De ser así, ya estuviésemos por lo menos en Bogotá. Y no soy capaz de irme yo solo y dejarla porque... Se la pueden cobrar y hacerle algo a ella o a Nata —sollozó—. Si a alguna de las dos le llega a pasar algo, más atrás me mato yo.

Yeferson pisó la colilla del cigarro y abrazó a su amigo, dándole palmadas reconfortantes en la espalda mientras intentaba no llorar él también.

Se sintió todo un parásito. No dejaba de pensar en que su única responsabilidad era estudiar y ni siquiera sé esforzaba por sacar buenas notas. Se jubilaba del liceo y cuando iba, lo que hacía era caerse a coñazos en la cancha por estupideces.

No dijo nada porque no hacían falta palabras. Y tampoco sabía qué decir, en realidad.

~•~

En la noche, Yeferson se metió al cuarto de su mamá, aprovechando que Miguel David no estaba y se acostó al lado de ella, abrazándola.

—No tengo plata —avisó Jhoana, viendo la pantalla de su teléfono, revisando los estados de WhatsApp.

Yeferson no se rindió y le dió un sonoro beso en el cachete.

—Tanto amor me confunde.

Él sonrió como el angelito que sería nunca jamás.

—Mami, préstame cien bolivitas.

—Coño e la madre pana, definitivamente me salía más barato usar sombrero.

—Anda, ma'.

—No vale Yeferson Jesús, deja el fastidio. Y anda a bañarte que hueles a guaralito.

—Jhoana vale, ayer ví que pagaste la bolsa del clap con un billete de cinco dólares. Esa bolsa no cuesta ni siete bolos.

—Sí eres chismoso, carajito. No tengo plata. Gasté todo en el mercado esta mañana.

—Nojoda mamá, andas más agarrada que vieja en moto.

—Respeta, Yeferson Jesús.

—Anda, mamá. Cien bolivitas que no enrriquecen mi empobrecen.

—¿Qué vas a comprar? ¿Crippy?

—Mtch. No vale. Esta semana estoy a dieta.

La mamá le metió un lepe, por abusador.
Y se bajó de la cama para buscar la cartera.

—Toma, fastidioso —le dió un la tarjeta de débito—. Ojalá no me entere yo de que andas consumiendo por ahí, porque te juro que...

—¡Sí, mami! Chao, gracias —ya él estaba cruzando la salida del cuarto—. Te quiero que jode, Maricarmen.

Yeferson no sabía porqué, o tal vez sí sabía pero no quería aceptarlo, pero le tocó la puerta a Débora antes de irse.
La castaña le abrió, con la cara negra por una mascarilla para los puntos negros que acababa de aplicarse.

—¿Qué?

—Voy a visitar a la señora Azucena... ¿Quieres ir conmigo?

Ella parpadeó un momento, perpleja, pero al final asintió.

—Sí, espérame.

—Te voy a esperar diez minutos en la sala y si no estás lista, me voy solo.

Ella no dijo nada y le cerró la puerta en la cara. Y, por supuesto, salió quince minutos después con una braga azúl y unas sandalias blancas, sencillita.

Cuando salieron a la calle, Débora empezó a frotarse los brazos por la brisa gélida nocturna.

—Hace frío —dijo.

—No te voy a dar mi suéter feo.

—No te lo estoy pidiendo, capullo.

Pasaron por un pequeño establecimiento de camino y Yeferson decidió unas empanadas y un glup de litro y medio para llevar con los riales que su mamá le había prestado-regalado.

—Yo quiero una pesada y una peluda —le dijo a la señora que se pasaba la tarjeta por el pelo para que pasara el punto, luego miró a Débora—. ¿Tú de qué vas a querer más tuyas?

—¿Peluda? —Débora puso cara de asco.

—Así le decimos a las que están rellenas con carne mechada y queso amarillo. Y la pesada es la que tiene todos los rellenos juntas.

La castaña arrugó las cejas.

—Yo quiero una de queso.

—Bueno... —se dirigió a la chica que pasaba el punto, rogando al cielo que no dijera «Fondo insuficiente», no sería la primera vez que Jhoana lo jodida dándole la tarjeta sin plata para hacerlo pasar pena—. Mi amor, me das cinco empanadas de pollo, cinco de mechada, una pelua, una pesada, dos de queso, un glup de uva y un tarrito de guasacaca,  por favor.

—¿Ahorro o corriente?

Yeferson se tensó un instante, todavía pensaba que su mamá era malvada y posiblemente lo iba a joder otra vez. ¿A qué edad se pierden los nervios cuando la cajera te pregunta «Ahorro o corriente»?

—Corriente.

Por obra y gracia del Espíritu Santo, los Apóstoles y los clavos de Cristo, la tarjeta pasó y se llevaron sus empanadas.

Cuando llegaron a la cima del cerro, se encontraron con Brayan y Natalia haciendo cebo en el mueble de madera de la sala y pasaron directo a la cocina, Azucena le sonrió a Yeferson mientras tenía las manos metidas en la masa.

—Será mejor que guarde esa masa para el desayuno, porque traje empanadas para todos.

La señora se lavó las manos, apagó la hornilla y le dió un beso en el cachete a Yeferson y a su hermanastra, emocionada por la visita inesperada.

Se sentaron en el piso de la sala a jugar bingo mientras cenaban par de empanadas con salsa de ajo y refresco.
Pasado un rato, Brayan le pidió a Yeferson que lo acompañara al patio.

—Gracias —le dijo apenas llegaron—. Eres más que un convive, eres mi hermano.

Yeferson se limitó a asentir y chocar los puños.

—Ya buscaremos la manera de sacarte de eso. Algo se nos ocurrirá.


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Tenía el corazón chiquitico mientras escribía este capítulo 💔

¿Ustedes echan primero el agua o la harina? Sin pelear jaksjjsja.

¿Son Potterhead? Si es así, ¿De qué casa son? Yo de Ravenclaw 💙

¿De qué sabor piden la empanada?
A mí me gusta de carne molida o de jamón y queso:3

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now