No se desprecia una arepa

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—Ya vengo vale, voy a buscar a la loca esa —avisó a su mamá y a su padrastro al cruzar la sala.

Miguel David llevaba al menos cinco años en Venezuela, había viajado al país por una contratista que le aseguraba un buen empleo en una de las mejores empresas productoras en Caracas, ahí fue donde conoció a Jhoana, quien para ese entonces trabajaba como personal obrero en dicha empresa. Al formalizar su relación y tomar la decisión de mudarse a un apartamento juntos, Jhoana pasó a ser ama de casa.

Aunque a Miguel David no le importaba ser el único sustento del hogar, Jhoana siempre le pedía a su hijo que buscara un trabajo para que no estuviese metido todo el día en su cuarto tirándole peos' al colchón o en el barrio de al lado andando con malas juntas. Al mostrar pereza absoluta ante la idea de trabajar, Jhoana obligó al carajito a terminar el liceo en un parasistema privado. Con diecinueve años todavía cursaba quinto año de bachillerato el sinvergüenza.

Caminando por las calles del barrio, Yeferson se buseaba a las adolescentes calladito, aunque, por muy boleta que fuera, eso de ser perro no le quitaba el sueño. Una que otra chama bonita se le botaba, pero ninguna le llamaba tanto la atención como para escogerla para experimentar con su primera relación. Quería hacer las cosas bien —o al menos intentarlo— con una que él considerara la indicada.

Cuando llegó a la punta del cerro, transpiraba por el cansancio del trajín.

—Buenaaaaas —gritó desde afuera de la casa.

—Hola, Yefe. Pasa —le abrió la puerta la mamá de Brayan y lo dejó entrar.

No fue tan grata su bienvenida. Lo recibió una cachetada por parte de su no muy estimada hermanastra.

—¡Menudo gilipollas!

—Ajoooo, eso sonó fue sabroso, asobate' —se burló Brayan, ganándose un golpe en la cabeza por parte de su novia.

—Mátame si quieres, pero me reí que jode cuando escuché que Natalia estaba arrecha y que tú no hallabas para dónde irte —dijo Yeferson a Débora, ahora recibiendo un coñazo de Natalia.

—Bueno. —la novia de Brayan se dirigió a Débora. —Ya confirmé que no estás pendiente de mi novio. Eres muy bonita y te cae mal Yeferson, igual que a mí, deberíamos hablar más seguido.

Débora puso una mueca extraña y la ignoró.

—Yo también te aprecio que jode, Natalia. —Yeferson le lanzó un beso con ironía y la aludida se limitó a sacarle el dedo del medio. —¡Chao, señora Azucena!

—¿Tan rápido? —la mamá de Brayan se asomó por el marco de la cocina. —No se vayan todavía, estoy haciendo unas arepas con mantequilla, queso y aguacate.

—Yo creo que ya deberíamos irnos... —intentó decir Débora.

—Irnos acostumbrando —completó Yeferson, sentándose en el mueble de madera. —Si vas a vivir en Venezuela, tienes que ir sabiendo que a nadie se le desprecia una arepa, Débora. Y menos si tiene aguacate.

Débora abrió la boca para contestar, pero la presencia de la señora Azucena interrumpió su intención.

—Entonces, ¿Se quedan otro rato?

—Obvio microbio. —contestó Yeferson, palmeando un lado del mueble para invitar a Débora a sentarse.

—Que bueno. Las arepas ya van a estar.

—A nosotros no nos des, suegrita. Brayan y yo vamos a salir a comer perros más tarde. —dijo Natalia.

Débora se le quedó viendo con cara de espanto.

—Más para nosotros entonces. —dijo Yeferson, mirando a la señora Azucena. —Me das dos, porfa.

Pocos minutos más tarde, Débora vio el exagerado tamaño y grosor de esas arepas y no supo cómo iba a hacer para comerse eso.

—Ruedas de gandola, como me gustan a mí. —Yeferson le guiñó un ojo a su hermanastra que lo miró con mala cara.

—Lo que sí quiero es un vaso de escoñeta riñón. —le dijo Brayan a la mamá.

—¿Eso qué es? —quiso saber la española.

—Fructus.

Entonces, Débora supo que tardaría un poco más antes de ver a su padre de nuevo, después de varios años.


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¿A ustedes con qué les gusta la arepa?
¿Qué sabor prefieren de escoñeta riñón? A mí me gusta más el Konga.
¿Cómo les cae la jevita de Brayan?

Bajo la misma arepaWhere stories live. Discover now