—Buenos días, señor Piccolo —dije rápidamente para ocultar lo que había hecho.

Él sonrió y nos dedicó a ambos una sonrisa como de avestruz. Era alto y delgado, como su hija Jennifer, y vi que Chris simulaba tocar un flautín al adentrarse en el instituto. Era una broma habitual en la Academia que padre e hija se parecían al instrumento musical de su apellido.

Yo sonreí y fingí tocar el flautín también como respuesta a Chris. Después me dirigí a mi taquilla a través de los grupos de estudiantes que charlaban sobre su fin de semana. Seguramente saludé a un par de compañeros, pero sin duda seguía bastante distraída porque después me enteré de que había pasado justo delante de un cartelón con letras rojas en el tablón de anuncios del sótano, junto al último anuncio relacionado con la recaudación de fondos; lo había dejado atrás sin echarle un solo vistazo:

CLÍNICA DE PERFORACIÓN DE OREJAS DE DINAH JANE 

  12 A 1 DEL MEDIODÍA, 15 DE NOVIEMBRE

BAÑO DE CHICAS DEL SÓTANO

1,50 $ por agujero y oreja

Dinah Jane era entonces mi persona favorita en el instituto. Éramos como la noche y el día: creo que lo más importante que teníamos en común era que no encajábamos del todo en la Foster. No quiero decir que la Foster fuera para esnobs, porque eso es lo que dice siempre la gente sobre los centros privados, pero supongo que muchos alumnos se creían bastante especiales. Y había muchos grupitos, pero ni Dinah ni yo formábamos parte de ninguno de ellos. Lo que más me gustaba de ella, antes de que todo cambiara, era que siempre hacía las cosas a su manera. En un mundo de gente que parecía salida de una fotocopiadora, Dinah Jane no era el duplicado de nadie, por lo menos aquel otoño.

Juro que no me fijé en el cartel incluso tras pasar por delante una segunda vez, y en ese momento Dinah estaba al lado, mirándome la oreja izquierda como si tuviera un bicho en ella y murmurando algo sobre un botón. Solo me di cuenta de que la cara delgada y pálida de Dinah parecía algo más delgada y pálida de lo normal, seguramente porque no le había dado tiempo a lavarse el pelo; le caía por los hombros lánguidamente.

—Sí, unos sencillos —dijo.

Esa vez la oí con toda claridad, pero antes de poder preguntarle de qué hablaba, sonó el timbre y el pasillo se llenó de repente de empujones y del estruendo de taquillas que se cerraban. Fui a Química, y Dinah se alejó hacia el gimnasio contoneándose misteriosamente.

Yo me olvidé de todo el asunto hasta la hora de comer, cuando fui a mi taquilla a por el libro de Física: ese año tenía muchas asignaturas de ciencias porque quería ir al MIT.

El pasillo del sótano estaba a rebosar de chicas que parecían estar haciendo cola para algo. También había algunos chicos esperando junto a Walt, el novio de Dinah, que se encontraba en una mesa cubierta con un mantel blanco. Sobre el mantel había una botella de alcohol, un bol lleno de cubitos de hielo, una bobina de hilo blanco, un paquete de agujas y dos mitades de patata cruda peladas, todo dispuesto ordenadamente.

—Eh, Walt, ¿qué pasa aquí? —pregunté, fascinada.

Walt, que era algo pomposo (Chris le llamaba «Dos Caras», pero a mí me caía bien), sonrió y señaló el cartel con una floritura:

—Uno cincuenta por agujero y oreja —leyó animadamente. ¿Uno o dos, señora presidenta? ¿Tres, cuatro?

El motivo por el que me llamó «señora presidenta» era el mismo por el que yo deseé haberme quedado en casa con gripe aquel día en cuanto leí el cartel. Nunca me lo había conseguido explicar, pero, cuando hubo elecciones, un compañero me nominó como presidenta del consejo estudiantil y gané. Se suponía que el consejo estudiantil, que representaba al cuerpo de los estudiantes, dirigía el instituto en lugar del profesorado o la administración. En lo que a mí respectaba, creía que mi responsabilidad principal como presidenta del consejo sería asistir a reuniones de vez en cuando. No obstante, la directora Poindexter no pensaba lo mismo.

Camila en mis pensamientos. (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora