Durante largas y desesperanzadoras semanas, pensé que habían conseguido detenerla. Incluso que cumplía condena o la habían fusilado en un descampado de las afueras. Porque aunque era menos usual a finales de los sesenta, todavía fusilaban a presos condenados a muerte. La creí muerta, inerte, vacía de vida, y me vaciaba con ella. Quería montar una guerra solo para reivindicar su cuerpo.
Llegó octubre y los rayos de sol se fueron enfriando y volviendo oscuros, y el calor fue sustituido por una sensación de templanza. Una templanza cómoda y acogedora. El suelo se fue llenando de hojas secas, marrones, amarillas y rojas tapando el asfalto y la tierra mojada. Sin duda, Madrid brillaba con solera en aquellos días de otoño.
Antes de empezar la universidad vi a Juana en la tienda de Manuelita. Allí estaba, leyendo una revista, como solía hacer cuando se quedaba sola en casa. Cuando le miré a los ojos, se levantó y me abrazó tan fuerte que me rompí. Empecé la carrera de Medicina, como era de esperar. Mi vida siguió durante un tiempo un camino lleno de rutina, vacío y tristeza. Casi había borrado de mi memoria aquel sendero donde me había sentido viva, donde la transformación se había iniciado sin remedio semanas atrás. Era parte de un sueño.
Durante un tiempo incluso dejé de escuchar música. Al final, sin saber muy bien por qué ni cómo, desperté de aquella horrible parálisis emocional. Le pedí a Juana que me acompañase a casa, pues quería proponerle a padre un cambio importante. Una decisión que había tomado y que, con su apoyo, cambiaría absolutamente el rumbo de mi destino.
Me atreví a dejar Medicina. Elegí la misma carrera que Juana, y aunque compartiría con María algunos años más, el peso de mi futuro era para mí mucho más poderoso. Me costó días y noches de duro estudio, pero me saqué la carrera de Derecho con una nota media de nueve con siete, y una propuesta de aprendiz en un despacho muy prestigioso especializado en derecho internacional. Fui la primera mujer contratada en el despacho de Arrieta y Wood, y la primera enviada al extranjero para mediar en procesos de elevada importancia política y social.
Un día de aquel primer año en la universidad, entrando ya la colorida primavera, bajé como solía hacer al portón de la Calle de los Artistas. Todos los días, esperaba a Juana para ir caminando hasta Ciudad Universitaria. Esta traía consigo su habitual revista. Sin decir nada, me la dio:
—¿Qué? —le pregunté confusa.
—Ábrela —dijo agitando la revista fuera de control y sonriendo.
—¡¿Qué, ho?!
—¡Qué la abras, jobar! —Agarré la revista y la miré—. ¡Pesada!
Al abrirla, tuve que buscar un apoyo. Me sentí mareada, emocionada, feliz, triste, contenta, ilusionada, enfadada, rabiosa, nerviosa, mareada otra vez y, al final, feliz de nuevo. Como un castillo de fuegos artificiales. Leí:
«Las Americanas Not Fooled presentarán su nuevo disco en Londres este próximo verano. Jude Lawson, cantante del conjunto musical americano, nos concede una irreverente entrevista en la que nos sorprende confesándonos que sus nuevas composiciones están inspiradas en sus días de verano en la costa de nuestro bello país».
Sonreí hacia mis adentros al verla ahí, impresa en papel, viva y en color. Irradiando esa clase de energía que solo ella era capaz de irradiar, incluso a través del papel. Fuerte, potente y tenaz. Viva. Saber que estaba viva y que había conseguido escapar provocó en mí un incendio de orgullo y coraje, y generó el colosal alivio de una tensión que había estado reteniendo en mis entrañas, arduamente, durante meses.
No sé si ella pensó en mí el resto de su vida. Yo en ella sí, porque cambió la mía.
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El Sendero de las Orugas
Fiction HistoriqueCuando Jude entra en la vida de Carlota, lo hace para ponerlo todo patas arriba. Pero... ¿Cómo actuará Carlota cuando caiga en la cuenta de que su futuro se encuentra en sus propias manos? Decisiones difíciles, un mundo desconocido y una historia qu...