Prólogo

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Encubierto.

Un reportero encubierto se infiltra sin pensarlo en una pandilla de narcotraficantes en las profundidades de un violento país de volcanes. Su cabello teñido y su bronceado pasan desapercibidos al principio. Pero después, las sospechas comienzan a brotar debido a su limitado conocimiento de la juerga local. Logra excusarse, al menos temporalmente, confesando a una vergonzosa ignorancia cultural de su parte, por los años que vivió en el norte. Una deslealtad que desea corregir con ansias, le asegura a sus nuevos compañeros.

Su confesión es recibida con gruñidos de advertencia, y después con silencio. Le asignan una tarea para demostrar sus deseos de redimirse. Hay alguien que ha comenzado a causar problemas en una zona controlada por la pandilla, en un cierto pueblo. Este problema debe terminar. "Se acostumbra traer la cabeza como prueba", le dicen al impostor. "Pero los ojos, o las orejas serán suficiente".

Con esta misión sangrienta en mente, el reportero encubierto se encamina por la desolada y húmeda ribera hacia el pueblo, punto de entrada de gran parte de los cargamentos de la pandilla; y la avenida en la que el alborotador ha estado operando.

El reportero está ahora metido hasta la cabeza, pero no se atreve a huir. Seguro lo están monitoreando. Pero teme que le estén poniendo una trampa. Como sea, deberá tomarse su tiempo y esperar a que una puerta de salida se le presente, por más brevemente que sea. Espera que el camino hasta esa salida no esté lleno de tragedia y sangre.

Una vez en el pueblo ribereño no tiene problema para establecer una reunión con el alborotador, adoptando una segunda identidad encubierta como un tercero, interesado, según explica, en unir fuerzas contra la pandilla. Su objetivo, el intruso, lo recibe en el lobby de un andrajoso hotel, alejado de la plaza central. Resulta ser un estudiante de posgrado del norte (al menos eso asegura), ingenuo y honesto (aparentemente), trabajando en un proyecto de investigación etnográfica. Al parecer, sus cuestionamientos utilizando su lenguaje limitado, puramente académico, han sido malinterpretados por la pandilla. El reportero toma el riesgo, y le advierte sobre el peligro que corre. Al ver cómo la mirada del estudiante se llena de angustia detrás de sus anteojos, le confía el resto de la historia.

"Dios mío", dice el estudiante, tragando saliva. Pero maneja la información erróneamente, es decir, insiste que vayan directo a la policía o a la embajada. El reportero lo sujeta por el brazo y lo obliga a sentarse de nuevo. Con una voz grave y agitada, hace al estudiante entrar en razón sobre la realidad de la corrupción y la violencia en la que se encuentran metidos.

La única solución, anuncia el reportero, calculando sus opciones fríamente, es ésta: enviar el juego de orejas ensangrentadas, el requerimiento mínimo, y durante la breve ventana de oportunidad, mientras la pandilla se concentra en verificar el paquete (exactamente como se llevará a cabo esta verificación es imposible saber), huirán río arriba hacia la costa en una lancha robada. (Contratar o sobornar a alguien es demasiado riesgoso).

¿Mis oídos? —trastabillea el estudiante. —¿Por qué las mías? ¿Por qué no las de alguien más, por qué no las tuyas?

El diálogo entre estos dos extranjeros sin conocimiento de la juerga local se convierte en una riña intensa. Finalmente, el reportero, refunfuñante, saca una moneda. El estudiante de posgrado susurra su elección: "Cara". Observa. El reportero atrapa la moneda, la azota contra su muñeca y, susurrando una oración, la destapa. Suelta un rugido. "Vaya, lo siento", le dice el estudiante. Ni siquiera se molesta en disimular la sonrisa de alivio en su rostro.

Deciden posponer el terrible asunto hasta esa noche, en la habitación del estudiante en una posada a la vuelta de la esquina. El reportero se va a conseguir un cuchillo adecuado y suministros. Esta tarea ayudará a mantener las apariencias ante los ojos de cualquiera que lo esté observando. El reportero, estupefacto, siente que se encuentra atrapado en una perversa pesadilla, una distorsión del miedo, la paranoia y de los actos más atroces.

La hora del encuentro se aproxima. El resentimiento del reportero por ese volado que selló su destino se vuelve cada vez más intenso. ¿Acaso el estudiante no debe ser quien sufra, como se propuso inicialmente, cuando es el reportero quien le está salvando el pellejo? ¿A quién le importa si el estudiante no tiene la culpa de este predicamento?; aunque su ingenuidad y sus carencias lingüísticas definitivamente cargan con cierta responsabilidad.

El reportero le anuncia esto a su aterrado anfitrión, quien espera en su habitación con una pila de toallas, y una botella de aguardiente. El estudiante protesta desesperadamente, insistiendo que un trato es un trato. Eventualmente, acuerdan que cada uno pondrá una oreja. La piel ensangrentada estará demasiado ensangrentada para distinguir las diferencias. Toman de la botella. El estudiante, quien tiembla con angustia, insiste en ser el primero en cortar. El cuchillo (para deshuesar pescado) se agita tanto en su mano que el reportero lo tiene que sostener para evitar que se le clave en los ojos.

Así de simple, los supuestos fugitivos terminan en un forcejeo mortal. A lo lejos, cerca del río, se escucha el pitido de una máquina de vapor. El estudiante pierde el control del cuchillo y cae torpemente de rodillas. El reportero ruge y comienza a cortar. El otro grita y cae al suelo, perdiendo sus anteojos en el proceso. El reportero jadeante salta salvajemente hacia adelante y continúa cortando de un lado otro, la cabeza del estudiante, sobre un flujo constante de gritos y sangre. Recoge los trofeos ensangrentados y se tambalea hacia atrás. El estudiante aúlla y se revuelca como un animal torturado. El reportero tira el cuchillo y corre hacia la puerta, la abre de golpe y sale corriendo.

Lo atrapan junto al río, aturdido y enloquecido, intentando envolver las orejas en un pedazo empapado de periódico. Dejan el paquete junto a su cuerpo, burlándose en un idioma que él nunca habría podido entender, mientras caminan de regreso hacia la cálida luz del pueblo.

Entre Balas Y SecretosWhere stories live. Discover now