—¿Quién te lo dijo?

Aquella pregunta lo desarmó. Sebastian descansó el rostro entre sus manos y lloró, sin importarle que estuvieran en una cafetería, que estuviera repleta de gente y que ésta se volteara a mirarlos.

Ann estiró la mano y lo tomó por la muñeca. Él sentía el dolor de una quemadura, ante su tacto. Lo había traicionado, lo había tomado por idiota. Sin embargo, lo que más le dolía era la posibilidad de perderla, pues el amor que sentía por ella lo alimentaba.

—Bastian, lo siento mucho —dijo ella, tras suspirar.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó, limpiándose la nariz con una servilleta. Sentía los ojos irritados.

La pelinegra negó con la cabeza y se tomó la cabeza con ambas manos, un gesto normal en ella, cada vez que se fastidiaba.

—No lo sé, Bastian. ¿No sientes que nos hemos vuelto monótonos? Somos... no lo sé, aburridos. Somos fáciles, ya conocemos todo del otro —Sebastian la observó desconcertado, como si cada cosa que estuviera diciendo fuera una estupidez—. ¡No me mires así!

—¿Cómo quieres que te mire, Ann? ¿Eh? Yo vivo por ti, todo lo hago por ti. ¡Te amo, Ann, por Dios! —bramó.

—Exacto —dijo ella, relajando la expresión, con un nuevo suspiro—. Todo lo haces por mí. Hablamos todos los días. Todos los viernes vamos al cine y todos los sábados cenamos con nuestros padres. Me sofoca esta relación.

El blondo asintió y volvió a sentir una ola de lágrimas.

—Y él es mejor. Él es mejor y tú no me amas —afirmó Sebastian a modo de pregunta.

Ann lo miró fijamente durante unos segundos, antes de negar lentamente.

—Él me da lo que necesito... pero sí te amé —dijo, con la mirada perdida en la vidriera, al tiempo en que Sebastian dejaba dinero en la mesa.

Sintiéndose un estúpido, salió de la cafetería, esperando no verla nunca más y jamás volver a sentir aquél dolor que lo estaba corroyendo por dentro.

.

Gerard abrió la puerta y sonrió con nerviosismo. Sebastian tenía la mirada fija y seria en el coche estacionado en el garaje de la casa. Su amigo levantó las manos en señal de disculpa, mas las bajó, completamente sorprendido, cuando el blondo lo abrazó con fuerza.

Rodeó al muchacho con los brazos y le palmeó la espalda.

—¿Estás bien, amigo? —preguntó.

Sebastian se alejó de él y asintió, en medio de una sonrisa lúgubre. Ger se corrió de la puerta y lo dejó pasar. No pasaron diez segundo, que León bajó las escaleras, maullando con cada paso que daba hacia él. El blondo se agachó y lo recibió con caricias, que se tradujeron en ronroneos.

—Te ha extrañado, lo dejaste abandonado  —comentó Ger—. Pensé en llevarlo a tu casa, pero algo me dijo que él prefería que lo vinieras a buscar.

—Gracias —sonrió.

Tras unos segundos de silencio, su mejor amigo suspiró y se apoyó contra la pared de la entrada.

—¿Quieres que le diga que se vaya? —el aludido negó—. Está en el living.

Sebastian dejó la campera en el guardarropa de la entrada y caminó hasta la sala de estar. Como bien había informado Gerard, allí estaba ella, sentada de piernas cruzadas en el sillón, con una taza de café en la mano. Llevaba el cabello corto, casi al ras en la parte trasera de la cabeza, y el flequillo ondulado le caía sobre la frente.

Pariente LegalWhere stories live. Discover now