A la edad de 20 años...

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Aguanto mi cara con una mano mientras paso las páginas del libro que tengo delante sin siquiera leerlas. ¿El motivo? Estoy empezando a aborrecer estudiar.

Bueno, decir que estoy empezando es quedarse corto. Hace tiempo que me he dado cuenta de que ODIO estudiar Derecho. Es soso, aburrido, pesado y lo odio. ¿He dicho ya que odio estudiar Derecho? Vale, sí, creo que me estoy repitiendo. Pero, en serio, es que lo odio.

He venido a la biblioteca de la universidad a ver si así consigo concentrarme más. Quién sabe, igual aparece una fuerza misteriosa que haga la suficiente magia en mi cerebro como para que a este le apetezca empezar a funcionar.

Miro a mi alrededor donde centenares de estudiantes parecen conseguir lo que yo no. Y los envidio. Ojo, que es envidia de la buena. Porque parece que ellos disfrutan haciendo lo que yo aborrezco. Y una parte de mí odia eso. A estas alturas de la vida, tendría que saber ya qué es lo que quiero hacer. Y lo único que sé al cien por cien es que no quiero esto. A veces pienso que me he confundido eligiendo carrera. Pero ¿qué otra cosa iba a estudiar?

Mi padre es abogado, mi madre es abogada. Y tienen su maldito despacho en nuestra maldita casa. Es como si me lo hubieran metido a la fuerza, no tenía otra opción. Además, por muy triste que suene, porque sé que lo es, creo que estudiar Derecho es la única vía de comunicación con mis padres.

¿Por qué digo esto? Porque hace mucho que no pasamos tiempo juntos. Tiempo de calidad. Nada de los saludos o despedidas que nos intercambiamos cada día. Hablo de sentarnos a comer juntos, o a ver la tele, o a cualquier cosa que implique algo de esfuerzo. Huelga decir que los planes de los viernes en familia han desaparecido. Se han evaporado. Caput. Ya no existen.

Por otro lado, las cosas con mi madre cada vez van a peor, si es que eso es posible. Tan solo hablamos cuando quiere echarme algo en cara. ¿Y qué hace mi padre? Se mantiene al margen. No voy a decir que no me duela, porque claro que lo hace, pero me he acostumbrado. Guardar toda esa tristeza y ese rencor en algún hueco dentro de mi corazón, esperando que este no acabe haciendo una fisura. Me convenzo de que algún día me voy a ir de casa y el que se va a quedar a aguantar todas sus estupideces será él. De momento, me conformo con mantener la calma.

¿El problema? Que se acerca una tormenta.

Me vuelvo a centrar en el libro que tengo delante y juro que tengo la intención de ponerme seria, pero la vibración de mi móvil me salva. No es mi culpa que sea una mujer tan solicitada, ¿no?

Tengo varios mensajes del grupo de las «Supernenas». Dejadme que os ponga en antecedentes. Ese es el grupo que tengo con mis mejores amigas. ¿Que por qué se llama así? Porque, de pequeña, Sarah, una de ellas, tenía una obsesión enfermiza por esos dibujos y nos pareció divertido ponerle ese nombre al grupo. Así de sencillo.

En el grupo estamos Sarah, María y yo. Nos conocemos desde parvulario y somos como hermanas. Sarah es la más tranquila y sensata de las tres. Si necesitas un buen consejo, de esos que nunca quieres oír, ella es tu persona. María, en cambio, es la cabra loca. Divertida, juerguista y visceral. Es una bomba a punto de estallar, pero la queremos igual.

María:

Cacho perras. Esta noche hay una fiesta en casa de Íñigo. El buenorro de mi clase. Le he dicho que iremos las tres, así que no me falléis, que esta noche quiero fiesta de la buena.

Sarah:

¿Íñigo? ¿Ese es el de los ojos grises? ¿El del tatuaje friki del brazo?

María:

No, tía. Ese era Marcos. Ya es historia. Íñigo es mi nuevo crush.

Sarah:

Hija mía, es muy complicado seguirte el ritmo.

Mi accidente con cara de ángelOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz