Día cuatro: Música

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El día de Horacio había comenzado especialmente extraño, comenzando con encontrar un plato repleto de tortitas en lugar de el típico cereal mañanero, siguiendo con ver a su padre con una radiante sonrisa siendo que siempre llevaba una mueca de molestia. A todas horas.

Pero sin duda aquello que más le sorprendió fue lo qué pasó durante la segunda hora de francés: ¿Qué hacía el presidente del concejo estudiantil en la puerta de su salón? ¿Por qué su crush buscaba un baterista? Y lo más importante: ¿Por qué Viktor Volkov lo necesitaba a él específicamente?

El profesor Collins le dio permiso, pues al ser de ascendencia francesa el diez en la materia ya lo tenía ganado. Eso sí, tendría que entregar el trabajo final como todos los demás, pero igual  le quedaba mucho tiempo para eso.

—Привет Horacio. —Saludó el ruso.

—Buenas Volkov. —Respondió una vez que se encontraban andando por el pasillo, lejos de las chismosas miradas de sus compañeros y las celosas enamoradas de sus compañeras.

—Por favor dime Viktor, que solo soy un año mayor. —Amable sonrió, sin ser consciente de los estragos que ese simple gesto dejó en el menor.

—Claro, Viktor. —Saboreó el nombre del soviético en sus papilas, encantado con tal privilegio. —¿Y se puede saber por qué buscabas un baterista? —Quizá sonó más borde de lo que quería, mas no se dio cuenta sino hasta que el mayor detuvo su andar con los abiertos a más no poder. Una imagen incluso graciosa si no se tratara de su amor platónico tras algo que él dijo.

—¿No querías venir? —Inquirió con un deje de preocupación y lo que parecía ser vergüenza en su voz. —Lo siento, debí preguntarte primero. Puedes regresar a tu salón si quieres y yo me las arreglo.

—¿Qué? No, no. Es solo que me sorprende que el gran Viktor Volkov requiera de mí, ni siquiera tengo el mejor promedio.

El rubio soltó una suave risa, el sonido más hermoso que los oídos de Horacio podrían haber escuchado jamás, una melodía que reproducía una y otra vez en bucle dentro de su cabeza, dispuesto a lo que sea con tal de volver a escuchar dichosa voz en tales tonos.

—No sabía que me decían así. —Mustió mientras abría la puerta del salón de música y se hacía a un lado para dar paso al menor.

—Bueno, cosas que dicen por los pasillos. —Fue lo único que dijo, entrando rápidamente para evitar que el contrario note sus sonrosadas mejillas, después de todo ese mote era algo que él mismo le había puesto. —¿Qué tengo que hacer?

—Bueno —comenzó mientras tomaba asiento sobre un pupitre e invitando con un gesto de su mano al otro a hacer lo mismo —, como ya sabrás estamos en semana de proyectos, aunque en algunas materias se nos fue avisado con un mes de anticipación, como es el caso de artes.

—¿Y...? —Por Dios, ese chico le gustaba y estaba seguro de que podría pasar toda la eternidad escuchándolo hablar, pero comenzaba a desesperarse.

—Y el proyecto trata de hacer algo artístico que le obsequiaremos a una persona el día del proyecto, la maestra Monnier insistió con eso —se excusó —Tengo casi todo listo, el resto de instrumentos yo los sé tocar, así que yo mismo los añadí, solo me falta la batería. —Explicó.

—De acuerdo. —Se levantó y volvió a tomar asiento, esta vez sobre el banco frente a la batería.

[...]

Pasaron horas entre pláticas e instrumentos, calando cuál sería el tono que quedaría mejor con la canción del ruso hasta dar con el indicado.

—¿Y para quien será la canción? —preguntó Horacio mientras recogía su cuaderno de música y lo guardaba en la mochila, dispuesto a terminar por el día y continuar después.

—Aún no lo sé —fue lo que respondió —, realmente no he pensado en nadie, pero creo que nadie se la merecería más que tú. —Le sonrío mostrando su perfecta dentadura con amabilidad.

—Y-yo... —inevitablemente las palabras se esfumaron de su mente, y las que quedaron se rehusaban a salir con naturalidad. Sus mejillas se sonrojaron y tuvo que agachar la mirada para que Viktor no note su nerviosismo. —Muchas gracias, de verdad.

Planeaba salir despavorido del salón, encontrar a su mejor amigo en la siguiente clase y contarle absolutamente todo, pero la mano del alto rubio detuvo su marcha.

—¿Estarás ocupado esta tarde? —preguntó.

—Eh... No, no.

—¿Te gustaría salir conmigo? Abrieron un Uwu café a unas cuadras de aquí. —propuso, el Castaño no lo notaba, pero se encontraba nervioso y las manos le sudaban mientras apretaba con fuerza las correas de su mochila, temeroso de una respuesta negativa.

—Me parece perfecto. —respondió y procedió a marcharse.

Cuando se hubo asegurado de que el ruso no se encontraba detrás suya pegó saltos al aire mientras avanzaba por los pasillos hay su siguiente clase, feliz por tener una cita con el chico que le gusta.

Sí, había sido un día muy extraño, pero todo había salido bien para él.

Volkacio week 1yrOnde histórias criam vida. Descubra agora