Capítulo 22

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—Madre mía Mónica, ¡Qué barrigón tienes ya! —le dí un fuerte abrazo a ella y a mi hermano.
—Lo sé, voy a salir rodando en cualquier momento. —dijo con un puchero.
—Estás preciosa, cariño. —mi hermano le dió un beso en la frente. Eran tan adorables. En ese momento me imaginé teniendo un hijo con Marcos y la idea no me sonaba tan mal.
—¿Qué tal te va todo, Azucena? —me preguntó Mónica mientras nos sentábamos a cenar.
—Bien, como siempre. No tengo muchas novedades que contarte.
—Me dijo tu madre que estás viviendo con Marcos. —me giré hacia mi madre, como siempre ella tan discreta.
—Estoy viviendo con Marcos y con mi amigo Darío. —contesté.
—¿Con Darío también? —preguntó mi padre.
—Sí, el pobre se quedó sin trabajo y no podía seguir pagando el alquiler. Por suerte, ya está trabajando pero como estamos tan agusto los tres juntos le he dicho que se quedara todo el tiempo que quisiera. —me metí un trozo de pollo en salsa que había hecho mi hermano en la boca.
—¿Y quién paga la hipoteca y los gastos? —dijo mi madre.
—Mamá no te ralles, la hipoteca la pago yo porque es mi casa, los gastos los pagamos entre los tres.
—Vale, hija. Por cierto, me ha dicho Víctor que le has pegado un guantazo. —todos me miraron al mismo tiempo y yo sentí que la sangre me hervía. No era algo para que contara delante de todos.
—¿Y eso a qué viene ahora? —inquirí.
—Eso no está bien, Azucena. Él solo quiere ser amable contigo y tú lo tratas fatal. —le clavé la mirada.
—Sara, cielo. No sabemos el por qué y no debemos meternos en la vida de nuestra hija. —intervino mi padre. Menos mal que había alguien en la familia con un poco de sensatez.
—Pero nosotros no la hemos educado así. —reprochó ella.
—A mi me habéis enseñado a que me defienda, ¿no? Pues eso hice, me estaba molestando con sus comentarios e intentó darme un beso, pues se llevó una ostia. —dije con cara de satisfacción.
—¡Dí que sí cojones! Esa es mi hermana. —Miki se inclinó de la silla para chocarme los cinco y nos echamos a reír.
—Aún así pienso que deberías pedirle disculpas.  —dijo mi madre.
—Mamá, cierra el tema ya que sabes como acabamos. —dije intentando zanjar el tema. —Vamos a los temas importantes, ¿Tenéis nombre para mi sobrina?
—¡Sí! Tras muchas semanas de convencer a tu hermano se va a llamar… ¡Mireia! —dijo con ilusión Mónica.
—Es un nombre precioso. —añadió mi padre.
—A mi me gustaba más Sara. —dijo mi madre.
—Me tienes que decir lo que te puedo regalar, que yo de bebés no tengo ni idea. —le dije a los futuros papás —si quereis, os puedo pasar dinero y le comprais la cuna.
—No hace falta, Azucena. —contestó Miki.
—¿Cómo que no? Va a ser mi sobrina mimada y yo la tía guay que le dé todos los caprichos, así que no hay nada más que hablar.
Tras terminar de cenar y hablar un rato, nos volvimos a casa.

Los días siguientes me dediqué a quedar con algunos amigos y comprar algunas cosas, pero echaba mucho de menos a Marcos y mi casa. Cuando llegó el día de irme, mi madre me montó su típico numerito de aeropuerto mientras mi padre resoplaba por detrás. Verlos me había hecho mucha ilusión pero volver a casa me hizo aún más. Marcos y yo no habíamos tenido mucho tiempo de hablar por teléfono y necesitaba oír su voz. Cuando lo ví a lo lejos en la terminal eché a correr arrastrando la maleta y me tiré directamente a sus brazos.
—¡Te he echado de menos mi monita! —me dijo mientras me llenaba de besos.
—Y yo a ti cariño, no te imaginas cuanto. —incluso su piel me transmitía paz.
—Vamos a casa que vendrás súper cansada.
Y tanto que vine cansada, porque al llegar a casa cené y me quedé dormida en el regazo de Marcos mientras veíamos una película. +
A la mañana siguiente, me desperté pronto y fuí a la cocina para prepararme mi café y unas tostadas. Era domingo y a pesar de estar a finales de noviembre, hacía un buen día. Darío se despertó con el olor del café y me acompañó en el desayuno.
—¿Qué tal han ido las cosas en mi ausencia? —le pregunté mientras se metía a la boca una cucharada llena de cereales de chocolate.
—Como siempre, aunque Marcos —bajó la voz para que no nos oyera —recibió una llamada rara. No sé quién era pero se tiró cabreado como dos días.
—¿En serio? Será cualquier tontería. —supuse yo.
—Puede ser, yo oí como le decía algo así como ‘ahora no es buen momento para que vengas’ —dijo imitando su voz.
—Igual se refería a su madre. —contesté-
—Pues igual. Por lo demás todo sigue como lo dejaste. Susi y Alberto siguen bien y Lucas anda desaparecido. Hasta que no llegue el verano no saca la molla. —le dí un sorbo a mi café, que aún ardía.
—Buenos días chicos. —dijo Marcos cuando apareció por la cocina.
—Buenos días cariño. Te he dejado café y tostadas.
—Gracias cielo. Por cierto Darío, he escuchado tu móvil sonar un par de veces. —dijo Marcos.
—Gracias tío, voy a ver quien es. —se levantó para ir a su habitación.
—¿Han despertado a mi osito? Estabas tan agusto durmiendo… —le dije dándole un beso debajo de la oreja.
—Me he despertado al notar que tú no estabas en la cama. —me dió un pequeño abrazo y se sirvió un café.
De pronto sonó el timbre.
—¡Voy yo! —gritó Darío. Escuché como abría la puerta y después, un silencio.
—¿Quién es? —pregunté yo desde la cocina. Al ver que no contestaba me dirigí a la puerta y me quedé helada al ver quien estaba.

No es lo que parece[©]Where stories live. Discover now