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¡Crash!

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¡Crash!

El vidrio se rompe, astillas se clavan en mi piel y yo grito, grito sin parar, ignorando la sangre que sale de mi cuerpo con cada movimiento brusco en su dirección, pero la luz en sus ojos se apaga y mi corazón deja de latir.

Abro los ojos desorientado. La camiseta se adhiere a mi cuerpo por el sudor y mi respiración es errática. El abdomen me duele pero no estoy herido.

Todo está bien.

«Mentira. Nada está bien y lo sabes. Nada está bien y es tu culpa».

Trago el nudo que se formó en mi garganta y, con manos temblorosas, bebo del vaso de agua que hay en mi mesa de luz. Luego, me levanto. El sueño me dejó mareado, parezco Bambi aprendiendo a caminar, pero estoy acostumbrado. No es la primera vez que me pasa.

Me tambaleo hacia el baño y me quito la ropa con movimientos mecánicos. Me meto a la ducha y abro la llave. El agua está tan fría que me hace estremecer y castañear los dientes, pero no me importa, no la caliento. Necesito esto. Necesito sentir, recordarme que soy real, que sigo aquí, incluso aunque no quiera.

Mi infierno personal.

Al salir, me miro en el espejo. Mis rizos apuntan en todas direcciones y mis ojos lucen cansados pero no es eso lo que capta mi atención realmente, es el hematoma que cruza mi mejilla izquierda.

Hijo de puta, me dejó una marca visible.

Las de las costillas están sanando, casi no duelen, pero esa… esa será difícil de ocultar.

Un sonido se oye desde la planta baja.

Mierda.

Me visto a toda velocidad y bajo aún más rápido pero ya es tarde, él está despierto, parado frente a la mesa vacía, con una botella de cerveza vacía en una mano y un porro en la otra.

—¿Y el desayuno? —pregunta. No respondo, intento regular mi respiración y encontrar mi voz. De repente, la botella impacta contra la pared detrás de mí—. ¡Te hice una pregunta, maldita sea!

Miro la botella, pasó a centímetros de mí, pudo haberme dado en el cuello o en un ojo.

Trago saliva y volteo a ver al hombre que me dio la vida.

—Me dormí, no está hecho. Lo siento, pero estuve trabajando hasta tarde en…

—¿Y tú crees que me importa lo que estuviste haciendo anoche? ¡Me importa una mierda! ¡Ahora prepara el puto desayuno!

Asiento y me dirijo a la heladera. Está prácticamente vacía pero no me pagan hasta la próxima semana así que tendremos que hacerlo durar. Tomo dos huevos y con eso me las arreglo para prepararle unos huevos revueltos que por poco se me caen de los nervios.

Cuando se los pongo en el plato, hace una mueca de asco.

—¿Qué es esto? ¿Acaso quieres que muera de hambre?

Hasta que las estrellas dejen de brillarWhere stories live. Discover now