Capítulo 1. SUEÑOS DE TRUENO

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Aquella tarde una tormenta de golpes de tres atacantes se complementaba con una molesta llovizna. Marco, un chico de menuda figura y corta estatura se defendía como podía en medio del lodazal, tirado boca arriba batiendo manos y piernas al cielo. Intentaba detener los impactos que tres pares de puños le propinaban. Georgie Boy, un regordete adolescente que parecía mucho mayor de lo que era, decidió inmovilizarlo sentándose encima de su pecho para hacer más efectivo el castigo. Ya no había forma de defenderse. A la incomodidad del agua y el dolor se le sumaba ahora una resonante respiración asmática. Las risas de Alexa, la esquelética, y JC, su líder, llenaron el lugar -jajaja ¡miren chicos parece que tiene un cerdo dentro! Jajaja -dijo JC mientras cambiaba de los puños a las patadas.Marco estaba desesperado, sentía que iba a morir. En ese momento algo verdaderamente increíble pasó... Comenzó a soñar despierto. Soñaba con una jungla de colores vivaces que nunca había visto. Con sonidos de tambores y otros instrumentos bañados de una bruma cálida. Eran sensaciones que se sentían familiares aunque jamás las hubiera vivido. Luego vio una nube violeta oscuro que lo cubría todo. La nube se tornó negro carbón, y la jungla se desdibujó en contornos borrosos donde un pasmoso felino caminaba, mientras los tambores se transformaban en sombríos y lejanos. El felino se detuvo, levantó su cabeza, inhaló aire pero no exhaló un rugido, sino el estallido de un trueno con su rayo... Todo quedó en blanco.Creyó que ya nunca despertaría, que ese sería su último sueño, pero el dolor en todo el cuerpo le recordó a Marco que seguía vivo. Aún estaba tirado en el patio de lodo del Orfanato Seraphim y mientras entreabría sus ojos veía las caras aterrorizadas de sus tres atacantes, quienes intentaban explicarse lo sucedido... Por fin JC logró decir -eso salió de... ¿Marco? -. Los otros dos gritaron aterrorizados mientras corrían de vuelta al orfanato.El maltrecho joven se incorporó confuso y aliviado, su tortura había terminado. Un inconfundible olor a leña quemada llamó su atención. Lentamente volteó y vio cómo a escasos metros ardía en llamas, partido en dos, un árbol que se deshacía en cenizas al rojo vivo ante sus ojos.Por impresionante que pareciera aquel momento, no quiso quedarse a analizarlo e hizo algo que ya era una costumbre, se dirigió a la enfermería. Pensó que si cerraba los ojos igual llegaría, por las innumerables las veces que había recorrido los diferentes rincones del orfanato hasta allí en busca de ayuda. Para su fortuna, en la enfermería siempre encontraría la ayuda de Sor Lenore, una anciana monja que comprendía hacía mucho tiempo la ley de la prisión que gobernaba al orfanato Seraphim. Se había resignado y ya no hacía preguntas.Al sentir el chirrido de la puerta Sor Lenore apenas volteó a mirar por el rabillo del ojo, señaló la camilla habitual de Marco y se dirigió a buscar una gasa y agua oxigenada para limpiar las heridas. -Ay Marquito -fue lo único que dijo. Era evidente por su aspecto desaliñado y sus ropas gastadas que él no llevaba una vida fácil, pero el brillo de sus ojos no se apagaba nunca, indicio de la chispa que mantenía callada tras su timidez y que en los peores momentos le hacía soltar frases como -no salga ahora al patio Sor Lenore, la lluvia está golpeando fuerte... -. Ella dibujó una tierna sonrisa en su rostro.-¿Quieres algo más Marquito? -dijo la monja enfermera. Él respondió con los ojos vidriosos tantas cosas, que Sor Lenore decidió evadirlo amablemente yendo por una almohada, dejándolo solo con sus pensamientos; «Sí quiero... Quiero saber por qué mis padres me tiraron en esta pocilga y también quiero...¡Largarme ya de aquí! quiero conocer que hay afuera, quiero saber qué día cumplo años por lo menos, ser mayor de edad, irme de aquí, quiero saber por qué soy tan raro, por qué mi cara es más oscura, mi pelo tan liso... » Desde que el huérfano tenía uso de razón había vivido en el mismo aburrido lugar.La curación finalizó de manera rutinaria y Marco fue recostado completamente en la camilla para que descansara su cuerpo y su atribulada mente. «Hoy podré dormir aquí... descansar» pensaba Marco palpando su vientre adolorido. Además del momento maternal, otra ventaja de ser atendido en la enfermería era que no tendría que ir a encontrarse con sus abusadores en los dormitorios, ni escuchar cómo se reirían comentando acerca de haber dado en el blanco con cada golpe «aunque sería bueno oírles contar el asunto del trueno y el árbol en llamas y como casi se hacen en los pantalones del susto».Sus pensamientos fueron interrumpidos por una melancólica música que reconoció de inmediato, esa tonada era la cálida compañía de sus momentos de soledad. Las notas eran un extracto de "Claro de luna" de Beethoven y provenían de una pequeña cajita musical, un tesoro compartido que simbolizaba una amistad. La cajita la sostenía Ángel, su única amiga en el orfanato. Era un sencillo artefacto, del tamaño de una mano empuñada, con una bailarina que giraba hasta que hubiera cuerda. El interior de la tapa contenía un pequeño tapiz de una luna menguante sobre unas montañas nevadas. La muñeca era de porcelana blanca con pelo rojo, como Ángel, quien había llegado al orfanato hacía más de dos años. Ahora Marco tenía, por sus cálculos, quince y ella catorce. Cuando Marco la conoció notó que sus ojos, aunque en primera instancia parecían cafés, eran en realidad rojo borgoña y cambiaban a otros tonos de rojo según la hora del día, ella fue la primera persona en su vida que le pareció hermosa. Además era un ser humano tan increíble que supo ver en Marco a un amigo inseparable. Hubo una conexión inmediata entre los dos. La cajita musical era de Ángel, frágil y enfermiza como Marco, ella era la única de los huérfanos que recibía paquetes con regalos y unas medicinas que tomaba a diario, no dudaba ni un segundo en compartir sus cosas con su amigo.-¿Otra vez Marco? ¿Quién fue ahora? ¿JC? ¿Alexa? ¿El gordote? -dijo la bella chica refiriéndose al número y color de moretones en su cuerpo.-Ya era hora de que alguien les diera una lección -respondió él sin poder contener una mueca de burla e impotencia.-¿Los tres? ¿Te enfrentaste a la pandilla completa? ¿Por qué fue esta vez?-Lo de siempre... Qué sé yo... Realmente no interesa... -. Marco cerró los ojos recordando cómo se habían burlado de Ángel y cómo él no lo iba a permitir-, estoy cansado.Ella entendiendo el día agitado de su único amigo se quedó ahí hasta ver como su errática respiración retornaba a la normalidad. El aporreado Marco gracias al efecto tranquilizador de la cajita musical y a la presencia de Ángel se estaba quedando dormido, pero alcanzó a musitar algo más: -Me salvó... un sueño... me salvó... un trueno.Se dejó vencer del cansancio, no notó la reacción de asombro de la joven ante sus palabras. Fue una inhalación de aire contenida por su mano llevada a la boca, seguido de un largo abrazo al adormilado Marco.Llegó otra helada mañana otoñal a la pequeña ciudad de Toledo al noroeste de Ohio, más precisamente a la vieja casona de ladrillo y metal de cuatro pisos llamada Orfanato Seraphim, un lugar de mínima esperanza. Nadie quería ni podía adoptar niños en 1948, época de post segunda guerra y depresión económica, cada quien estaba muy enfocado en su propia supervivencia. Ese grado de abandono hacía que las monjas que allí trabajaban tuvieran sus niveles de tolerancia y amabilidad en lo más bajo. En especial Sor Grace, una pequeña mujer con mirada de hielo y ojos azules claros de diminuta pupila que la reforzaban, ella oficiaba con mano dura como emperatriz reinante de este pequeño «País», y no permitía demoras a las horas establecidas: El desayuno era a las 6:30 am y finalizaba a las 7:00 am, incluso los domingos, para bañarse bastaba con cuatro minutos exactos, y una hora de castigo contaba con setenta minutos, diez más para reforzar el concepto.Marco llegó cojeando hasta su puesto al lado de Ángel, en el gran comedor comunal, un lugar con capacidad para sesenta personas con largas ventanas sin cortinas. Al medio del mismo salón en otra mesa y en sillas con espaldar acolchado se sentaban las ocho monjas que controlaban el orfanato. Afortunadamente nadie había llegado tarde esa mañana, así que el uso de «correctivos» con la pesada regla de un metro en las palmas de los internos no fue necesario. JC y su pandilla aún miraban a Marco con asombro, él esperaba que esto durara lo suficiente para que su maltrecho cuerpo se recuperara.El desayuno transcurrió con tranquilidad. Al final Sor Grace se acercó amenazadoramente a donde Ángel y Marco, que terminaban de comer el plato que se repetiría al almuerzo y a la cena, una papilla de ingredientes indefinidos con un penetrante olor a huevo. Ángel estaba sosteniendo su mano en el aire como si estuviera en clase, Marco se puso nervioso y se contrajo en su silla intentando hacerse menos visible, sabía que mantener un bajo perfil era la mejor forma de no sufrir altercados con la malgeniada Directora, quien parecía detestarlo a él más que al resto por su aspecto diferente.Cuando Sor Grace llegó a la mesa Ángel realizó otro acto valiente, habló sin que le dieran la palabra, -¿Disculpe Sor Grace, sería posible acompañar hoy a quien vaya al mercado? -. Tal vez era el día más suertudo del año, porque Sor Grace estaba de buenas pulgas, tanto así, que fue una de las pocas veces que Marco la vio asentir con la cabeza y luego señalarlo a él -este también irá -dijo la monja a modo de orden y en un tono muy seco.Marco había olvidado que ese día era el único con probabilidad de ser diferente. Cada sábado las monjas acompañadas de un par de huérfanos llevaban vegetales de su huerta al mercado de abarrotes. Cada semana los internos esperaban ser elegidos, para salir por lo menos unas horas de la tediosa rutina del encierro, y ahora gracias a las valientes acciones de Ángel, el día era diferente.«Yo creo que Sor Grace me escogió más por castigarme que por premiarme... Seguro vio mis moretones» pensaba Marco que poco le importaba que estuviera cojeando, ni que le dolieran muchos huesos de su cuerpo cargando las pesadas bolsas con papas y vegetales. Estaba feliz, hacía más de un mes que no salía del orfanato y más de un año que no lo hacía con Ángel.A los huérfanos no les importaba que los niños «reales», como llamaban a cualquier niño u adolescente que no viviera en el orfanato, los miraran siempre como si fueran a contagiarles la peor peste de la humanidad. El solo hecho de caminar por las calles del pueblo bastaba para sentirse vivos.La mañana había pasado y el día continuaba gris, frío y húmedo por las corrientes heladas que provenían desde el lago Erie. Sor Grace encabezaba la «comitiva huerta» seguida por la obesa monja Sor Mary Joseph. A unos pasos iba Marco con Ángel muy de cerca, quien halaba un carrito que alguna vez fue rojo cargado con más frutos del huerto.El mercado de Toledo no estaba tan calmado como siempre, había una insólita cantidad de gente emitiendo juicios al tiempo, todos aglomerados alrededor de la vieja camioneta del señor Siegert. La llegada de Sor Grace generó un temporal silencio en la comunidad, el cual fue interrumpido por ella misma -¿Qué sucede acá? -preguntó.La gente abrió espacio para que las monjas y los huérfanos pudieran ver lo sucedido, era algo estremecedor. Medio ciervo amarrado al volco de la camioneta, el otro medio había sido arrancado dejando un desastre de sangre. La dura lata del vehículo fue penetrada por cortadas de lo que parecían uñas filosas, haciendo que la puerta de atrás quedara colgando sostenida sólo por una bisagra.-¡¿Qué sucede acá?! -repitió Sor Grace, llena de asombro y con el mismo tono de regañar a un huérfano.-No sé, mi camioneta... estaba así en la mañana... Y el ciervo que cacé... algo lo despedazó, creo que fue un oso... -respondió Siegert, el joven dueño de la tienda de abarrotes.Un incrédulo anciano montañés, el Señor Kriho replicó en una voz carrasposa pero aguda -tendría que ser el oso más fuerte del Estado. Nunca vi un oso que rasgara el metal de esa manera... ni hablar de cómo dejó al maldito ciervo... aquí sin duda alguna estamos hablando de...-Le suplico señor Kriho que no comience con sus cuentos sin sentido -interrumpió Sor Grace ante una reacción de risa nerviosa y asombro por parte de la multitud en la tienda agolpada.-No me parece que pie grande sea un cuento sin sentido Señora Sor! -dijo el señor Kriho con un tono retador que reinició la discusión- , usted no vive en las montañas, allá vemos y oímos cosas muy extrañas...El corazón de Marco saltaba inquieto «¿Osos?¿Pie grandes? ¡Este fue el mejor día para haber salido! Auch, mi espalda» Había descargado a sus pies las bolsas que llevaba y ahora sostenía también la manija del carrito que halaba Ángel, quiso devolvérselo, pero al buscarla a su alrededor no la encontró... Marco sintió un vacío en el estómago, «¿dónde está Ángel? ¿Se escaparía? Es imposible, no sería capáz, ¡mucho menos sin decírmelo!»Desaparecer sin permiso era un acto muy grave, comenzaba a desesperarse, la confusión creada por la camioneta rasgada no iba a mantener al par de monjas entretenidas para siempre. En cualquier instante iban a querer dejar sus productos en el mercado. «Si se dan cuenta que Ángel no está, Sor Grace me servirá a mí en la papilla de mañana!» deliró Marco, mientras sentía que la sangre en el cuerpo se le helaba cuando la monja se volteó a acecharlo con sus mirada de iceberg de párpados caídos -¡Traigan acá las cosas! -Luego volteó a ver al contrariado dueño del mercado-. ¡Siegert! no tengo tiempo para perder en tontas fábulas.Para fortuna de Marco, a Sor Grace la descompensaba de sobremanera que le hablasen de leyendas y supersticiones, por eso tenía prisa de acabar su diligencia y devolverse a la comodidad de su claustro. Siegert entró a regañadientes al mercado para hacer lo antes posible el intercambio comercial.La disimulada búsqueda por Ángel continuaba sin éxito alguno, mientras transportaba todos los comestibles de la bolsa y el carrito de la manera más natural posible, para que no notaran su ausencia.Por lo menos ese era el plan, pero la bolsa decidió desfondarse, dejando rodar a la entrada del mercado tres docenas de remolachas y una de cebollas. Lo que parecía una catástrofe fue un golpe de suerte para Marco. Ahora la atención de Sor Grace y Sor Mary Joseph se había centrado en recuperar las hortalizas regadas, junto a una desordenada multitud que perseguía cebollas y remolachas. Al no haber bolsa en donde ponerlas la gente debía entrar y salir del mercado para poder dejarlas en el aparador. Sor Grace echó una mirada asesina a Marco, pero prefirió esperar a arreglar ese asunto en el orfanato.El mercado se estaba despejando y la gente regresaba al lado de la camioneta. Solo era cuestión de minutos para oír lo que menos quería. -¡Marco! ¿dónde está la pelirroja?-Preguntó Sor Grace. Él respondió tan rápido que dejó en evidencia la falta de información que tenía -¿Ángel? ...está afuera recogiendo las últimas remolachas... Se... Señora.Poco convencida con la respuesta pero con la necesidad de irse rápido de allí, Sor Grace emitió una orden -tráigala aquí de inmediato-. Marco sólo pudo asentir con la cabeza y salir del mercado, se hizo al lado de una ventana para ver cómo las Sores recibían su dinero. Ahora con visible desespero en su rostro y nuevamente con manifestaciones asmáticas, pensaba en posibles salidas: huir era la primera, pero ¿A dónde, con qué dinero? ya se acercaba el invierno y en el Orfanato por lo menos tenía un techo; ¿Buscar a Ángel por todo el pueblo? eso sólo acrecentaría su castigo.Miró de nuevo dentro del mercado, Sor Mary Joseph y Sor Grace venían saliendo. De repente huir volvió a ser una buena opción, después de haber regado la bolsa y perdido a Ángel la vida ya no tenía sentido. Marco tomó impulso con el ánimo de correr sin mirar atrás, cuando una fría mano lo tomó del brazo y lo detuvo -¿Qué haces? -le pregunto Ángel bañada en sudor.-¡¿Qué haces tú?! -le gritó Marco. Un olor a cajón y a naftalina le advirtió que Sor Grace estaba a su lado -No discutan en la calle niños -les dijo a ambos y prosiguió abriendo los ojos y hablando entre dientes -la ropa sucia se lava en casa. Por el tono con el que lo dijo, Marco supo de inmediato que al regresar al orfanato se enfrentaría a un duro castigo.El camino de vuelta al Orfanato Seraphim no se hizo en lo absoluto divertido. Los pasos lentos y arrastrados de los chicos y sus miradas clavadas en el piso, cual condenados a muerte, denotaban un ambiente de silencioso sufrimiento. Marco no sabía cómo sentirse, por un lado había recuperado a Ángel, pero por el otro, por culpa de ella ahora sufrirían las consecuencias. Creyó que la cosa no iba a estar tan grave pues Sor Grace retornó al orfanato muy callada y por un breve momento pensó ver en su cara algo parecido a una sonrisa. El sentimiento de paz se vino abajo en el preciso instante en que cruzaron la verja de la entrada. Sor Grace se volteó y de nuevo echó su mirada asesina a los pequeños, con los ojos fijos en ellos gritó -¡Señor Fishawk, Tráigame el cinturón! -el remedo de sonrisa que había visto Marco era la monja maquinando un castigo ejemplar. Para ello estaba solicitando la colaboración de Barney Fishawk, un enorme nativo afro americano de tez muy oscura y cabello liso trenzado, con ojos tan negros que asemejaban a los de un caballo. El señor Fishawk llevaba pocos meses ocupando labores varias en el orfanato; el trabajo de hoy sería llevar y traer «el cinturón», un amasijo de cueros gruesos que finalizaba en unos nudos contundentes.A Ángel y a Marco sólo les quedaba abrazarse, mientras veían como Sor Mary Joseph se metía con cortos pasitos rápidos de nuevo al orfanato, disimulando pésimamente que no había visto nada. El conserje se acercaba pesadamente con el cinturón en su mano, sin dar la más mínima muestra de compasión por lo que estaba a punto de suceder. Puso el cinturón a disposición de Sor Grace y dijo con su voz de tono muy grave, -¿Usted o yo, Señora Sor Grace?Ahí estaba de nuevo, esa mueca extraña que asemejaba una sonrisa en el rostro de Sor Grace -Lo haré yo, usted manténgalo quieto señor Fishawk-. Cuando el conserje sostuvo a Marco con sus manos callosas y fuertes notó algo... Algo que no pudo disimular. Fue tal el sobresalto, que sus ojos de caballo permitieron que se les viera por primera vez en muchos años la parte blanca.Sor Grace no notó la reacción de su ayudante, estaba enfocada en propinar una tunda ejemplar, blandió su «cinturón» y asestó el primer golpe. El sonido retumbó como látigo de domador de leones, pero el resultado no era el esperado por la monja.El señor Fishawk había recibido ese golpe con su antebrazo sin la más mínima expresión de dolor. Los chicos y Sor Grace se sobresaltaron, y la impotencia de esta última se hizo evidente -¿Qué está haciendo?- fue el reclamo que hizo mientras intentaba recuperar el control de su arma de tortura halando inútilmente -¡¿Qué sucede indio ?!. Lejos de ofenderse el Señor Fishawk con una expresión amable, se dirigió a ella -Mejor... Señora Sor Grace, déjeme hacer esto a mí, he tenido un día de lo más aburrido, necesito acción y además una dama como la "Señora Sor", de su posición, no debería estar rebajándose castigando a huérfanos piojosos.Sor Grace lo pensó un poco y sintiéndose más halagada que ofendida soltó el cinturón. Se fue con la cabeza inclinada hacia arriba sabiéndose una dama de gran posición -¡Que el correctivo sea acorde con la grave falta señor Fishawk!Marco y Ángel aún no sabían que sería de ellos, unos cuantos segundos se les volvieron horas mientras veían como ese hombre agarraba con fuerza el implemento de castigo. Seguro de que Sor Grace había desaparecido, el Señor Fishawk asestó el primer golpe que retumbó por todos los rincones del lugar. Después vinieron unos veinte más, todos ellos a un árbol y ninguno a los chicos. -griten como si les doliera -dijo el hombre, ellos sorprendidos, dieron sin titubear sus mejores actuaciones de dolor.El conserje había arriesgado su sustento al contradecir a la dueña y señora del lugar.-Quédense escondidos en los dormitorios hasta que a la señora Sor Grace se le haya olvidado... -el Señor Fishawk ahora daba consejos. Marco y Ángel solo se miraban sonrientes y nerviosos mientras acataban lo que él les decía dirigiéndose a sus habitaciones. Marco le había dado la espalda al Señor Fishawk cuando sintió su mano callosa y gigante sobre su hombro, y luego su cabeza tamaño búfalo acercarse a decirle unas palabras al oído -A partir de hoy cuenta conmigo Señor Marco... ya sabe... vi la señal, ya era hora de que soñara con truenos -. El corazón de Marco se paralizó, «¿cómo supo este Señor que había soñado con truenos?» cuando Marco volvió de sus pensamientos, vio que Ángel había entrado al orfanato y el señor Fishawk había salido por la puerta principal. Se dio cuenta que estaba solo y lleno de dudas por resolver.


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