La puerta está abierta, así que asomo la cabeza sin entrar.

—¿Hola?

La madre de Ángel aparece del fondo de la casa.

—Hola Uxue, pasa.

Entro y decido quitarme las botas, además de chubasquero. No quiero ensuciar el suelo.

—Ángel está en su cuarto, primera puerta a la izquierda. —Me señala escaleras arriba—. Os subiré algo para que comáis.

—Gracias. Mi ama dice que te pases a tomar un café. Creo que ella también necesita un poco de compañía.

Julia me sonríe.

—Sí, es lo que tienen los pueblos. Cuando hace este tiempo lo único que podemos hacer es reunirnos unos en casa de otros para pasar el rato.

Y justo es Ángel el que tengo más cerca. Cosas del destino.

Subo por las escaleras y cuando llego a la puerta golpeo con los nudillos.

—¡Pasa!

Me asomo con cierto reparo y veo a Ángel tumbado en su cama leyendo.

—Hola —digo con timidez.

—Entra. No muerdo.

Se ríe y eso hace que me relaje. Miro a mi alrededor con curiosidad. Su habitación es bastante grande pero no lo parece ya que está tan llena de libros que la sensación es claustrofóbica. Los que ya no entran en las estanterías, están apilados por el suelo y me pregunto cómo puede encontrar uno en concreto entre tantos. Me acerco a unas baldas que están llenas de CDs de música de estilos de lo más variado y un montón de viejos DVDs. Todo en su habitación me demuestra que es más culto de lo que quiere aparentar. Paseo alrededor de la cama fijándome en algunas fotos pegadas en las paredes. Las he visto en su Facebook. Estoy segura.

—¿Esas fotos son tuyas?

—Sí.

En blanco y negro. Aquiles corriendo por la playa, su madre riendo, una barquita del puerto...

—Son... increíbles.

—Solo es un entretenimiento —dice restándole importancia.

Me doy la vuelta y le sorprendo mirándome. Al momento aparta la vista incómodo porque le haya sorprendido. No lo entiendo, ayer no pareció tener reparos a la hora de besarme y ahora de pronto, parece cortado.

Tocan a la puerta y Julia entra con una bandeja. Hasta mí llega el olor del chocolate caliente y se me hace la boca agua. Deja las dos tazas sobre el escritorio y un plato con bizcochos.

—Voy a hacer una visita a tu madre, Uxue. Antes de que se le caiga la casa encima —dice abrochándose el chubasquero.

—Gracias. Le vendrá bien hablar con alguien que no sea yo o los tomates de la huerta.

Cierra la puerta y la oigo bajar por las escaleras. Me apoyo en el escritorio y nos mantenemos en silencio hasta que oímos la puerta de la entrada. Ángel me observa durante un instante y ahora soy yo la que estoy incómoda. Clavo la vista en el suelo y pienso que nuestras madres en ningún momento han pensado en el riesgo de dejarnos solos en la misma habitación. Seguro que ni se les ha pasado por la cabeza ni una sola de las imágenes que circulan ahora por mi mente y en las que no estamos precisamente haciendo los deberes.

Ángel se levanta de la cama y se acerca a mí, despacio. No sé lo que pretende y me remuevo expectante. Cuando alarga su mano y coge una de las tazas, me doy cuenta de que su única intención es esa y me relajo, aunque también siento cierta decepción. No puedo evitarlo.

La vida de UxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora