Capítulo 20

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 Estamos sentados en la arena mientras Aquiles corretea detrás de una tonta gaviota que no se decide a alzar vuelo.

—¿A qué quieres dedicarte dentro de unos años? ¿Has pensado lo que vas a estudiar cuando acabemos el instituto?

Es domingo, ya ha pasado una semana desde la boda y este viernes se acabaron las clases. Desde entonces no dejo de pensar, que si Ángel no hubiera sufrido aquel tonto accidente con la moto, este fin de curso hubiera supuesto su graduación. Tenemos un año más para pensar en todo eso, pero la pregunta no deja de formularse en mi cabeza y en mi caso no tengo respuesta.

Ángel me mira y esboza su magnífica sonrisa, esa que hace que me tiemblen las rodillas y se forme un huracán en el estómago. De verdad, tiene que dejar de mirarme así o no respondo.

—¿No lo sabes?

Le observo extrañada. ¿Por qué habría de saberlo? Me estrujo la cabeza pensando si me lo ha contado en algún momento y no le he prestado atención. Si así ha sido, acabo de quedar de pena.

—Pues no... —digo con duda—. ¿Debería?

Su carcajada hace que la gaviota se asuste y salga escopetada, con lo que Aquiles se acerca a nosotros frustrado por haberse quedado sin diversión.

—Piensa un poco. —Me da un suave golpecito con el dedo índice en el centro de la frente—. Si atas cabos no debería resultarte tan difícil...

Me cruzo de brazos enfurruñada por el hecho de que no me lo quiera contar sin más, pero después decido que la mejor solución es descubrirlo y darle en las narices.

—Vale, déjame pensar.

—Si lo aciertas, te doy un beso. —Me alienta con un tono que demuestra lo divertido que le resulta todo esto.

—¿Qué pasa? ¿Chantaje? ¿No me ibas a besar de todas formas?

—Tienes razón. De acuerdo, entonces como aliciente, dejaré que elijas tú lo que quieres a cambio.

Eso me parece mejor. Le devuelvo la sonrisa y comienzo a pensar en lo que sé de él. Le gusta la fotografía. Lee todo lo que cae en sus manos pero que yo sepa no escribe. Creo que por ahí voy mal. A ver, vive en un pueblo y le encanta, aunque tiene amigos en la ciudad. No sé si eso significa que estaría dispuesto a vivir en una. Me doy cuenta de que estoy divagando sin llegar a ninguna conclusión interesante. Lo intento por otro camino, miro a Aquiles y pienso en los campamentos, ¿quizás le guste ser monitor? Pero lo más relevante de su estancia allí fue Aquiles...

De pronto tengo una intuición que me hace atar los cabos de los que él hablaba. Aquiles, mi gatita Beltza, los animales de la granja, el zorro que no quiso atropellar. Le gustan, le importan, disfruta ocupándose de ellos.

—¡Dios mío! Ya está, ¡quieres trabajar con animales!

Ángel asiente.

—Muy bien, pequeña Sherlock.

¿Cómo no me he dado cuenta antes?

—Pero ¿qué es lo que quieres hacer exactamente? ¿Ser veterinario o así?

—Justo eso. Siempre he estado rodeado de animales, es algo que me encanta.

Vaya, me sorprende que lo tenga tan claro.

—¿Y cuál es tu plan?

Ángel se inclina hacia mí y puedo notar el entusiasmo en su voz.

—En realidad lo tengo todo más pensado de lo que imaginas. El veterinario del pueblo, se jubilará en unos pocos años y está dispuesto a que le eche una mano y después me quede con su consulta. Ya sé que puede parecer poca cosa, ser el veterinario de la zona, pero él colabora con el Centro de conservación de fauna y con un par de asociaciones que se dedican a la recogida de animales abandonados.

La vida de UxDonde viven las historias. Descúbrelo ahora