Capítulo 10

705 75 48
                                    


 Me despierta mi madre cuando la comida está casi lista. Al final no he dormido tantas horas como me hubiera gustado, así que estoy agotada. La ducha me espabila y mientras me desenredo el pelo frente al espejo pienso de nuevo en Ángel. En mi mente se reproduce una de esas escenas a cámara lenta como en las películas románticas y pestañeo varias veces para regresar a la realidad. ¡No! De verdad, tengo que dejar de pensar en él en todo momento. Me voy a volver idiota si sigo así...

Me pongo ropa cómoda y me uno a mis padres en la mesa del comedor.

—Veo que ya has vuelto a las andadas —afirma mi padre.

No sé a qué se refiere.

—Lo dice por tu cara de resaca —me explica mi madre señalando con el dedo.

—Para vuestra información os diré que mi cara no tiene nada que ver con el alcohol y sí con haber dormido fatal esta noche.

Se miran preocupados.

—¿Está todo bien? ¿No te habrás metido en problemas? ¿Las chicas se están portando bien contigo?

Vaya interrogatorio.

—Sí. No y sí. Paula y sus amigas se están portando genial conmigo y el resto de gente también. No tenéis de qué preocuparos. Echo de menos a mis amigas pero los jóvenes somos jóvenes en todas partes. Todos hacemos las mismas cosas para divertirnos, ya sabéis...

La verdad es que no sé si saben, pero ambos asienten para no parecer unos carcas.

—Tu padre va a empezar a trabajar —me anuncia mi madre con orgullo.

—¿De verdad? —Estoy sorprendida.

—Para funciones de mantenimiento del ayuntamiento. Ya sabes, tendré que arreglar pequeños desperfectos, cambiar las luces de las farolas, reconstruir una valla que se caiga...

Quién nos iba a decir que lo único que hacía falta era cambiar de lugar para que cambiara nuestra suerte.

—Me alegro un montón, aita.

Podremos tener algo de dinero que dadas las circunstancias no nos vendrá nada mal.

—Sí, estamos muy contentos. Yo me ocuparé de la casa, la huerta... tengo ganas de que salgan los primeros tomates. ¿Te imaginas? ¡Una ensalada de nuestra propia huerta!

Les miro y no les reconozco. Hacía tiempo que no les veía así de bien. Hasta yo sonrío, ¡como si me importara ni lo más mínimo esa huerta!... pero la felicidad es contagiosa.

Después de comer mis padres se plantean ir a la ciudad al cine y a tomar algo. Insisten en que yo les acompañe pero les convenzo de lo absurdo de llevarme, ya que pagar una entrada de cine, al precio que están, para que me quede dormida, no tiene ningún sentido. Bajaré a la playa y descansaré un rato al sol...

Cuando ya se han ido, me cambio de ropa. Aún no hace calor como para ponerme en bikini, así que opto por unos pantalones cortos, camiseta de tirantes y zapatillas. Meto en una bolsa de tela unas cuantas cosas: el móvil, una toalla, un libro, las magdalenas caseras que ha hecho mi madre y un botellín de agua. Salgo por la ventana y me doy cuenta de que he utilizado tantas veces esa salida como la puerta de casa.

Camino por la orilla con los pies en el agua y el sol templando cada poro de mi piel. Aprovecho ahora que la temperatura es agradable, seguramente en pleno verano, será imposible pasear sin que te dé un golpe de calor. Miro hacia la raya donde parece que el mar termina y sé que podría ser feliz aquí. Al vivir en una ciudad te acostumbras a su ritmo, al ruido, a la gente... pero ahora, con este silencio roto solo por el murmullo de las olas, me doy cuenta de lo sencillo que es todo y lo fácil que me resulta disfrutar de un lugar como este. Mi playa...

La vida de UxWhere stories live. Discover now