Capítulo 18

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Ojalá las vacaciones pudieran ser eternas

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Ojalá las vacaciones pudieran ser eternas. Me encantaría que durasen para siempre, como un sueño del que no quiero despertar, pero el capitalismo necesita mano de obra esclava para seguir funcionando, así que me veo obligada a volver a Evenmont el viernes para preparar mi vuelta al trabajo. A la miserable rutina.

No es que odie mi trabajo, pero cualquier persona con tres neuronas medianamente funcionales prefiere quedarse en casa leyendo libros antes que trabajar por un salario miserable.

Este mediodía iré a casa de Marcus para hacer una barbacoa en su casa. Nos despedimos esta mañana, pero somos incapaces de pasar demasiado tiempo el uno sin el otro, lo cual es tá empezando a hacer mella en mi vida social.

La idea de conocer a Josh, el mejor amigo de Marcus, hace que una bola de nervios se me asiente en la boca del estómago. Gato me observa con curiosidad desde lo alto de su castillo mientras yo voy y vengo por el salón, preparándome para la cita. Probablemente se está preguntando a qué viene tanta histeria.

Paso por su lado y le lanzo una mirada de advertencia pero, evidentemente, los gatos no entienden de advertencias e intenta darme un zarpazo. Lo esquivo por poco y le agarro la pata. Él intenta darme un zarpazo con la otra, pero yo soy más rápida que él y lo vuelvo a esquivar.

—Si vuelves a intentarlo, le diré a Marcus que no te traiga más salmón.

Le suelto la pata y él echa las orejas hacia atrás, furioso.

—Advertido quedas —gruño.

Aquello parece afectarle, porque finalmente me da la espalda y dedica su valioso tiempo a lamerse la pata que le he tocado, no vaya a ser que le transmita una infección o algo así. Jordan entra en el salón y le acaricia la cabeza a Gato, que me mira como si me estuviera preguntando si a ella sí puede arañarla. Al no obtener una respuesta clara por mi parte, le muerde la mano con fuerza y Jordan le grita en tres idiomas diferentes y finalmente el animal decide que ya ha tenido suficiente y se baja de su castillo. Las dos nos movemos hacia la cocina, ignorando el gato que sisea en el sofá, y nos preparamos un té.

—Vive con el odio incrustado en el alma —se queja.

—Pues igual que tú.

—¿Yo? Pero si soy una santa. Me falta la areola.

—Aureola —la corrijo—. La areola es la piel que rodea el pezón.

—No, no, me reafirmo. Quiero una areola en la cabeza. Seré la Virgen del Santo Pezón.

Me río tan fuerte que escupo el té sobre la encimera y termino con un ataque de tos que Jordan intenta remediar dándome fuertes palmadas en la espalda. Cuando me recompongo, me bebo un vaso de agua de un trago y limpio los restos de mi té de la encimera.

—No sabía que tenía la capacidad de matar a alguien proclamando mi santidad —se burla—. ¿Eso es porque eres una hereje? ¿No sigues la religión del Santo Pezón?

CatfishDonde viven las historias. Descúbrelo ahora