EL AUTOBÚS

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Era una fría y tranquila madrugada de septiembre, estaba con mi hija en un autobús, con ganas de llegar a casa tras unos satisfactorios días de playa. Ella yacía dormida apoyada en mí mientras yo estaba atento pues nuestra parada estaba relativamente cerca. El ambiente era tranquilo, reinaba el silencio, alrededor de la mitad de los pasajeros dormían, la poca luz que se podía percibir era la de algunos móviles y el bus realizaba suaves y breves paradas cada varios kilómetros en las que se bajaban y subían silenciosamente algunas personas.

En una de estas, se subieron 2 hombres con pintas misteriosas. Vestían de negro y sus caras estaban camufladas por la oscuridad del momento. Uno de ellos pagó los billetes y se sentaron en los asientos más próximos al conductor.

En las 3 siguientes paradas nadie se bajó ni se subió pese a ser en pueblos relativamente grandes. Tras esa calma, el bus paró en un sitio apartado, probablemente a las afueras de un minúsculo pueblo. Una mujer joven se subió y, en el momento en el que las puertas se cerraron, desenfundó un pequeño revólver que guardaba oculto en su chaqueta y apuntó al conductor gritándole enérgicamente que encendiera las luces. Éste, con un miedo terrible en el cuerpo, obedeció y procedió a agachar la cabeza cubriéndose con las manos rogando por su vida. Pocos segundos pasaron para que todos los pasajeros, algunos bastante desorientados, imitaran el gesto del chófer.

Instantes después, los dos hombres antes mencionados se levantaron. Uno de ellos sacó una oxidada navaja y el otro un gran bolso de deporte vacío

La mujer dictó que todos debíamos entregarles nuestras pertenencias.

Estábamos aterrorizados, pero pese al escándalo que se montó en cuestión de segundos, mi hija seguía dormida. Sabía que muy probablemente acabaría despertándose, pero no quise hacerlo yo pues, ¿Qué momento durante un atraco es el correcto para despertar a una niña de 6 años?

Poco a poco veía cómo los dos hombres se iban aproximando a mi asiento mientras arrasaban con todos los relojes, carteras y móviles de los pasajeros sentados delante mío. Estaba muerto de miedo.

Cuando llega mi turno, los hombres se detienen enfrente de mí. Uno me señala amenazante con la navaja y el otro agita la bolsa ya medio llena, insinuando que le entregue todo.

Mientras me desabrochaba el reloj pensaba "esto no puede ir a peor", pero de repente mi hija se despierta y me pregunta inocentemente mientras se frota sus preciosos ojitos verdes: "¿papi, ya estamos en casa?"

Formulada esa pregunta, el conductor aprovecha que la mujer que le apuntaba está distraída, e intenta quitarle el arma, pero este fracasa y se produce un forcejeo en el cual el arma se dispara, quitándole la vida al pobre chófer.

No tuvo unas bonitas últimas palabras ni una muerte en paz, pero no nos abandonó sin antes caer sobre el volante, bloqueando las puertas del autobús

Cunde el pánico en el bus. Es evidente que asesinar al conductor no formaba parte de su mediocre plan. Todo el mundo se echa al suelo, muchos llorando. Yo abrazo a mi hija temiendo que será la última vez que pueda hacerlo, cuando de repente se escucha otra detonación, pero esta vez detrás de mí.

Levanté ligeramente la cabeza y, ahí estaba la atracadora, muerta en el suelo. Un fuerte olor a metal, característico de la sangre, infesta el bus en cuestión de segundos. Los hombres que se encontraban atracándome quedan en shock

Miro hacia atrás y veo a un pasajero de pie, empuñando una pistola con decisión. Vestía ropa casual, pero era totalmente inidentificable pues una bufanda, una mascarilla y un gorro ocultaban casi la totalidad de su rostro

Poco a poco los pasajeros fueron levantando la cabeza y bajando las manos. Los atracadores aún permanecían inmóviles delante de mí, pero de repente el pasajero armado dió un paso al frente, a lo que los atracadores respondieron ipso facto huyendo hacia la puerta.

Comienzan a golpearla, pero es inútil, está bloqueada. De mientras, el hombre armado avanza lenta y siniestramente hacia los 2 atracadores que quedaban vivos. Ya cara a cara, estos le suplican piedad, pero el hombre les dispara a sangre fría, matándolos en el acto

Se produce un gélido silencio, el cuál es interrumpido por el llanto de mi hija, asustada por los disparos. Por suerte no llegó a ver los cuerpos de los atracadores bañados en su propia sangre y sesos. Es una imagen que jamás podré quitarme de la cabeza.

Instantes después, nuestro salvador cogió la bolsa y nos entregó todas nuestras pertenencias.

Nos miró a todos y nos dijo: "por favor, no me delatéis". Buscó durante unos segundos el botón para desbloquear las puertas, lo presionó y se fue del autobús desapareciendo entre la vegetación y la oscuridad.

Ningún pasajero quiso dar a la policía la más mínima pista del pasajero que nos salvó.

Era, es y será por siempre nuestro héroe.

EL AUTOBÚSWhere stories live. Discover now