— Sí — admite.

Ángel se está riendo entre dientes pero evita que nuestra hija no la escuche, finalmente apoya su mejilla en la de Ámber y poco después el coche finalmente se detiene. Uno de mis hombres no tarda mucho en abrir la puerta para nosotros. Yo salgo con Ámber en mis brazos y Ángel sale por el otro lado, ayudada por un guardia.

La veo desperesarse mientras camina hacia mí.

— Señor, ¿ocurre algo? — Bjorn se ha apresurado a detener su coche y llegar hasta nosotros con rapidez.

— Vamos a comer hamburguesitas Bjorn — le explica Ámber.

Él abre los ojos — ah... — susurra.

Mi hija asiente con una sonrisa y luego se apoya en mi pecho, aunque sus palabras me han dejado un poco confuso. Ámber solo estuvo pegado a mí en los días en que su madre estuvo en coma y el resto del tiempo tampoco se acercó a nadie porque no quería despegarse de su madre. Estoy seguro de que, incluso en el Círculo, en el tiempo que pasé separado de Ángel, Ámber tampoco se acercaba mucho a nadie.

Pero con Bjorn tiene especial libertad y confianza.

— Ámber, ¿desde cuando conoces a Bjorn?

Ángel intenta disimular el escalofrío que recorre su espalda al escuchar mis palabras.

— ¿Cuándo?

— Sí, ¿cuándo?

Mi hija me mira, ladeando la cabeza — hace mucho tiempo.

— ¿Más tiempo del que conoces a papá?

— Mucho tiempo más — admite.

Bjorn mira hacia otro lado y Ángel se está rascando la nuca.

— ¿Ocurre algo?

La mocosa número uno, también conocida como la esposa de Bjorn, está en el coche que conduce este traicionero que tengo delante. Pero hay alguien más que nos ha seguido todo este camino. La mocosa número tres, Jade.

— Ámber tiene hambre — explica Ángel.

Veo cómo mi mujer intenta hacer un amago de caminar lejos de mí, pero la tomo por la cintura y tiro de ella hasta tenerla pegada a mi pecho.

Dejo un beso en su mejilla y muevo mi boca hasta su oreja, donde muerdo su lóbulo.

— ¿Esto me va a costar muchos azotes, verdad? — susurra.

Con mi mano ahuecando su culpo, beso su mejilla — pero qué inteligente eres, mi amor —le hago saber.

— Pero... Alex — se queja.

— Mi amor, las manitos — le pido a Ámber.

Ella entiende enseguida y lleva ambas manos a su cara para cubrir sus ojos mientras llevo mis labios a los de su madre. Ángel murmura algo ininteligible pero no se resiste, simplemente toma mi gesto hasta que acabo por sentirme saciado.

— ¿Vamos a comer, mi amor?

— ¡Sí, mi amor! — exclama Ámber, revolviéndose en mis brazos.

Ángel suspira detrás de mí, pero pronto se encamina en nuestra dirección hasta caminar a nuestro lado. Una vez dentro del desértico establecimiento, nos paramos frente al aparador. Es un sitio algo cutre, por no decir mucho. El típico lugar de carretera con olor a grasa y café aguado. Pero no hay más.

Antes me hubiera preocupado que Ángel no estuviera cómoda en un lugar así, pero ahora que sé con claridad quién es ella en verdad... siento que ella debe haber visitado lugar así con frecuencia.

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