capitulo 4: la oferta.

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Eda Yildiz

El sudor bajaba por mi cuello debido a los rayos de sol que impactaban un poco indirectos en mi cuerpo. No era por exagerar pero sentía el sol a un lado de mí.

Hoy como cada domingo dediqué gran parte de la mañana al invernadero que conservo junto a mi tía en la parte posterior de la casa. Cada vez que hacía esto era como animar mis ganas, esas que hace horas atrás desaparecieron después de recibir tantos no, en mi intentó de conseguir empleo.

Experiencia, experiencia y más experiencia. Era el único requisito que me pedían para lograr mi objetivo.

- ¡Es que es absurdo!, ¿como se supone que tendré experiencia si jamás me darán la oportunidad de obtenerla?.
¿No crees que es estúpido algo como eso, rosita? - custioné con total enojo.

- No creo que las plantas hablen, pero de ser así, de seguro te respondería que tienes toda la razón - habló mi tía detrás de mí, tomándome por sorpresa.

- Tía - solté algo avergonzada de que me viese hablando con una flor - me has asustado -  rasqué mi brazo para ocultar el sonrojo que sentí en mis mejillas ante ser sorprendida.

- Toma ‐ extendió un jarra hacia mí lo cual parecía ser una apetecible limonada - ¿Cuantas veces debo decirte que debes hidratarte, eda?, de seguir así un día de estos te desmayarás.

Mi tía siempre es un poco paranoica en cuanto a mi salud. Desde que mi padre no está soy lo único cercano que tiene a él. Siempre habían sido ellos dos, uno era el apoyo del otro, y a pesar de que él formará una familia, jamás la dejó a un lado.

‐ lo sé, tía - solté luego de agarrar un vaso de aquel líquido e ingerirlo - Ya casi termino de limpiar todo.

- Ya esta lista la comida. Ven te sientas con nosotros, comes y regresas a terminar - propuso con toda la dulzura que posee su alma tan pura.

- ¿nosotros? - cuestioné - olvídalo tía. Cuando él se vaya, entonces yo entraré y comeré - odiaba comer con su esposo y ella lo sabía más que nadie, pero siempre trataba de crear ese vínculo de cariño entre nosotros dos. Algo totalmente imposible.

Ella suspiró algo cansada. La culpa siempre me tocaba al verla así, pero yo jamás me sentaría en la misma mesa de ese tipo, no después de cada insulto que he recibido por su parte.

Si tan solo... pudiese irme de aquí.

- Está bien. Te avisaré cuando se vaya - pasó su mano por mi mejilla y me regaló una sonrisa antes de marcharse - Por cierto - gritó antes de entrar de nuevo a la casa - no creo que ponerle rosita a un clavel sea muy lógico - terminó de decir riendo.

Y no, no lo era, pero este había sido el único clavel que habia florecido de color rosa ante los demás, era tan diferente que de alguna forma me identificaba. Al final de cuentas, la lógica en mi vida había desaparecido hace mucho.

El pequeño reloj en mi mano marcaba las 12:56, y el hambre realmente comenzaba a apoderarse de mi. Un leve mareo sacudió mi cuerpo y decidí entrar a la casa, después de todo, ya había acabado de limpiar el invernadero.

Al llegar a la cocina me encontré nuevamente con mi tía quien servía los platos mientras hablaba por teléfono. Al notar mi presencia me sonrió.

‐ Aún Baris no se ha ido- susurró tapando con su mano la bocina de su teléfono.

Rodee mis ojos ante el comentario.

- Lo imagine tía, pero tengo tanta hambre que tu esposo es lo que menos me importa en este momento - imité su tono de voz - tomaré una ducha y luego bajaré a comer - iba a marcharme pero su mano me atajó con suavidad.

¿Y si Te Quedas? - Edser.Where stories live. Discover now