19▕ ❝sangre joven y roja❞

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Valerse por sí mismo era algo.. nuevo.

Habían pasado meses desde que cruzó el primer pueblo de Dynes. Caminó por muchos otros más, hasta detenerse en uno cerca de la costa. Fue cuando su lobo estaba lo suficientemente débil como para continuar transmutando, cuando sus pies y espalda dolían por la larga caminata y la profunda desesperación de estar jugando contra el tiempo cuando notó cómo su vientre se alzaba poco a poco.

Tuvo que detenerse en aquel humilde pueblo repleto de campesinos que dedicaban su vida a la pesca y cría de cangrejos y otros moluscos. Había estado maravillado por la dura vida que llevaban, y recuerda haber estado todo un día mirando el mar, sentado en la playa sobre la arena mientras acariciaba su vientre y le contaba en suaves susurros a su cachorro historias que su madre solía contarle de pequeño.

JiMin se vio obligado a tomar un descanso. En aquel pueblo las cosas parecían estar más tranquilas respecto a la guerra que amenazaba a los cuatro reinos. Así que, decidió quedarse allí por unos días.

Consiguió trabajo de camarero en un puesto de comida bastante rústico, donde la jefa, una anciana Omega llamada Haesun, mantenía a los pescadores bien alimentados y contentos. Servían sopas de mariscos, bebidas alcohólicas caseras, postres de leche, y pescado asado. Aunque la señora se mantuvo arisca con el individuo desconocido que representaba JiMin para ella, una vez que vio todas las sonrisas que sacaba el Omega al atender a los clientes con su carisma y dulzura natural las cosas comenzaron a ir más cómodamente.

Como sueldo recibía dos monedas de plata por semana. Usaba uno de los diminutos cuartos de la humilde casa de barro y ladrillos de la señora Haesun y se alimentaba con la comida del restaurante. Usaba el baño público del pueblo y mantenía todo limpio y ordenado en casa de la agradable anciana, ayudando en toda labor que pudiera como agradecimiento por la amabilidad de ella.

JiMin estaba tranquilo. Era muy pronto para decir que se encontraba feliz, pues las pesadillas y todos sus pesares no le permitían dormir toda la noche. A veces lloraba mientras lavaba los trastes, o mientras colgaba la ropa. Pero el resto del día se mantenía ocupado en llevar platos de aquí para allá, de escuchar las divertidas anécdotas de los pescadores, de ayudar a los más ancianos a sentarse y a levantarse, y de apoyar a la señora Haesun en la cocina mientras ella le daba consejos y le felicitaba por su habilidad con la sazón.

Así pasaron quizá meses, no lo sabía con exactitud. Sólo que su vientre ya estaba del porte de una dulce y fresca calabaza. A la señora Haesun le indignaba que continuara trabajando tan duro, le mandaba a sentarse y le quitaba las cosas de las manos cuando le pillaba haciendo alguna labor doméstica. Últimamente le llenaba más el plato de comida, y los clientes del restaurante le compraban postres como lindo gesto. Aunque no tuviera antojos aún, le gustaba ser consentido.

Lo único horrible de su situación actual eran los vómitos, en las mañanas y tardes. Había descubierto cuánto odiaba vomitar. Así que la señora Haesun debía sobarle la espalda y amarrarle el cabello blanco en una coleta desprolija cuando se arrodillaba en el césped a vaciar su estómago.

Por supuesto que ella le había hecho preguntas. JiMin usó la misma historia que le contó a Franchesco y a JiHoon; tenía problemas con su Alfa. Y respecto a su cabello blanco e iris grises, se explicaban por sí solas, pues trataba de su lobo deprimido debido al lazo roto. La mordida en su cuello se había teñido de un triste azul, por lo que todos en el pueblo sabían que había sido marcado y abandonado.

Debería estar muerto, lo que era más intrigante. Normalmente, el Omega moría de tristeza al terminar con su Alfa. Era inexplicable cómo es que JiMin se mantenía saludable y tenía el vientre tan firme y redondo. Por esa y más razones es que eran tan popular entre los pueblerinos.

"YoungBlood" © KookMinWhere stories live. Discover now