21▕ ❝primogénitos del edicto❞

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En la vastedad del bosque mágico que rodeaba al palacio, dos almas jóvenes, sus espíritus indómitos, danzaban entre los árboles como brisas de energía derrochantes en las más inocentes e ignorantes palabras de amor. El sol arrojaba patrones moteados en el suelo mientras corrían, y sus risas resonaban entre los árboles, entrelazadas con los susurros melódicos del viento que acompañaban a la canción de su historia, la cual recién estaba siendo escrita sobre las paredes del castillo.

La hierba bajo sus pasos juguetones parecía cobrar vida, respondiendo a su energía. Las flores de cerezo y las agujas de pino susurraban mientras la pareja, alfa y omega, se desplazaba entre los árboles, creando una sinfonía del deleite de la naturaleza. El aire estaba impregnado con la dulce fragancia de las flores en flor, y la luz del sol se filtraba a través de las hojas, creando una tapicería dorada en el suelo del bosque.

Mientras jugaban a perseguirse, sus ojos se encontraron, y en ese momento, sintieron una conexión más allá del mundo físico. Era como si los secretos de sus almas se intercambiaran en medio de las hojas que susurraban y el suave vaivén de las ramas. A pesar de su juventud e inexperiencia, existía una comprensión no expresada, un reconocimiento de algo antiguo y profundo. Y no comprendían bien ese sentimiento de pertenencia, pero ambos desearon en secreto que se mantuviera presente por la eternidad.

Se desplomaron en un claro, rodeado de vibrantes flores silvestres, y se tumbaron en la hierba suave. Las risas se convirtieron en susurros compartidos, y el calor del sol sobre ellos reflejaba el creciente afecto entre ellos. En este reino encantado, el tiempo parecía detenerse, y las preocupaciones del mundo exterior eran solo ecos distantes.

Junto a la madurez y sabiduría del paso de los años, esos ecos fueron forzados a gritar, y entonces las preocupaciones se volvieron imposibles de desatender.

El omega jamás lo supo, pero para JungKook, el viento bailando entre las ramas de los árboles de cualquier bosque siempre traería consigo sus risas de cachorros retumbando en el recuerdo doloroso impregnado en su corazón.

JiMin estaba en todos lados. En la brisa, en la tierra, en las flores, en el césped, en el sol dorado: todo siempre le pertenecería a su preciosa y mágica sonrisa.

Haría algo para que aquel gesto encantador volviera a ser parte de su realidad, y ya no más la razón de su impotencia y aflicción melancólica. Saldría de su depresión para, finalmente, pelear.

JungKook iniciaría el verdadero tormento que había jurado a la venerada diosa si esta se atrevía a arrebatarle a su amor.

...

Tiempo después..

El infortunio de los otros tres reinos comenzó la mañana en la que la naturaleza dio abasto a días más cálidos. En el alba fresca, el rey Jeon, con la majestuosidad que solo él poseía, se alzaba sobre su reino montado en su fiel y magnífico caballo llamado Lysander. La brisa matutina acariciaba sus rostros mientras avanzaban, una imagen de poder y gracia que resonaba en toda la tierra de Évrea.

En el centro del pueblo, en esa plaza que aterrorizaba a los más sensibles debido a las desgracias ocurridas allí, donde antes se erigía la estatua del difunto abuelo del rey y fundador del reino, ahora reducida a escombros y huesos medio descompuestos de los cadáveres colgados y expuestos, JungKook condujo a gran parte de sus guardias reales junto a sus nuevos voceros. La política se había revolucionado a su favor; ahora, él era la ley suprema, y solo su persona y su timbre real tenían el poder de elegir representantes. En aquel lugar, su voz era la única que se alzaba.

Mientras uno de los voceros sostenía el pergamino recién redactado con tinta dorada ante la masa de pueblerinos, quienes esperaban con expectación el gran aviso, el rey hizo retumbar su profunda e intensa voz en lo que sería el discurso previo a la promulgación de las nuevas leyes vigentes.

"YoungBlood" © KookMinWhere stories live. Discover now