O8▕ ❝uno de los dos se embriaga y llama como cien veces❞

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En los días de JiMin, una lucha constante resonaba en su mente, pues la voz de la mujer que veló por su educación era como un eco incesante.

"Siempre complacer al príncipe, obedecer sus mandatos sin titubear", resonaba en su ser como un juramento sagrado.

"Un omega sirve a su alfa, pues el alfa conoce siempre el mejor camino", susurraba su institutriz incluso en sus sueños, imponiendo la sumisión como una ley divina.

"¿Qué haces? ¡Suelta eso! No debes engordar; los dulces son privilegio del príncipe. Tu dieta es distinta", esa reprimenda le perseguía cada vez que probaba algún postre, pues la etiqueta real de Évrea le controlaba incluso los más pequeños placeres.

Y otros un poco más vergonzosos, que lograban revolverle el estómago y hacerle suspirar con inquietud.

"Deja ese libro, el príncipe desea tu compañía en sus lecciones. Después podrás retomar tus estudios"

"¡Es vergonzoso que seas tan torpe! ¿Cómo te atreves a cometer errores siendo la futura reina?"

"No me importa lo que hacías, el príncipe te espera. Abandona esa distracción y apresúrate; la espera no es permisible cuando trata de tu señor"

Las garras de esa mujer, su institutriz, se aferraron al alma de JiMin desde su ingreso al palacio. Niño manejable, inocente e ingenuo, él era el material perfecto para moldear en el "Buen Omega" que la familia real évreana deseaba: callado, obediente y siempre sonriente.

Aunque esta formación parecía tener éxito, JiMin observaba un vacío similar en la realeza que lo rodeaba. A pesar de ser aceptado por personas nobles y de alto rango, que supuestamente eran más intelectuales y sabios que los pueblerinos, no podía ignorar ciertas injusticias. Este "veneno" de rebeldía no provenía de sus padres desconocidos, sino de la mismísima reina SoMi.

SoMi, una omega preciosa, un modelo de perfección. Su matrimonio fue un cuento de amor, gobernando con sabiduría y empatía en ausencia de su esposo. JiMin la admiraba y aprendió vitalidad de ella. No el valor del título, sino el de ganarse el cariño y respeto del pueblo.

A pesar de crecer como una muñeca hermosa y vacía, JiMin no podía ignorar la influencia de SoMi. Se esforzaba por seguir sus pasos, buscando mejorar su reino y brindar justicia a todos. Creció con el deseo de cuidar a su pueblo, transformar Évrea y hacer que cada habitante disfrutara de los placeres justos de la vida. En cada reunión del Concejo Real, compartía su visión, luchando por proyectos que beneficiaran a todos, manteniendo sus promesas y abriendo sus brazos a aquellos que buscaban su ayuda.

En los primeros días tras su coronación, el menor se esforzó en desempeñar sus deberes reales, disfrutando de la colaboración con el personal del castillo y explorando libremente su reino. Su fama entre los aldeanos creció gracias a su accesibilidad. Sin embargo, con el tiempo, su libertad y opinión menguaron, transformándose en la pena de monarca actual.

Aunque anhelaba seguir los pasos de SoMi y cuidar de su pueblo, la posición de JungKook como Alfa y su rango superior limitaron sus acciones. Intentó aprender de él, confiando en sus decisiones, creyendo que era por su bien, aunque esto lo llevó a una creciente sensación de encierro.

A pesar de sus luchas, la voz de JungKook se volvió más imponente, sofocando sus deseos de libertad y amor. JiMin perdió la voluntad de luchar, tanto por sí mismo como por el pueblo.

Sumado a los abusos diarios y humillaciones, JiMin se encontró en un laberinto emocional. Se cuestionaba su derecho a sentirse así, a desear otra vida. Dudaba de sus propios anhelos y se preguntaba si JungKook tenía razón, si ser la pareja del rey y aceptar ese lugar lo haría sentir especial y feliz.

"YoungBlood" © KookMinWo Geschichten leben. Entdecke jetzt